Para que podamos hacer los cambios que se requieren para construir una cultura de paz, hay que cambiar la concepción sobre los derechos y los deberes implícitos en el ejercicio de todo derecho.
¿Para dónde vamos? ¿Cómo estamos contribuyendo y que responsabilidad tenemos en los cambios sociales que se están produciendo? ¿Estamos cumpliendo con nuestros deberes con Dios, con nuestra familia y con la sociedad?
Para quienes deseamos construir una cultura de paz, tenemos un gran reto. No sólo tenemos un arduo trabajo, formar a nuestros hijos conforme a los valores cristianos, sino que también tenemos que enfrentar el bombardeo de antivalores y de desinformación al que está expuesta la sociedad de hoy. Basta con encender el televisor o salir a la calle para ver la cultura del sálvese quien pueda, del atropello y del abuso. Las normas de cortesía, que garantizan una convivencia en paz, se han olvidado y ya poco se practican.
Por otro lado, cuando se analizan los problemas que aquejan a la sociedad, como el consumo y tráfico de drogas ilícitas, generalmente en los programas de opinión se limitan en el análisis a responsabilizar a los gobiernos, como en el caso de México o de los Estados Unidos de América por el alto consumo en su territorio.
Ciertamente las políticas públicas influyen considerablemente en los cambios de conducta y de valores de las naciones, pero el individuo como tal, también tiene su cuota de responsabilidad, mayor o menor, dependiendo del rol que desempeña en la sociedad. Hablemos, por ejemplo, de la industria del entretenimiento. Todos sabemos el daño terrible que producen las drogas ilícitas, -deterioran la psiquis de quien la consume, destruye a la familia, es la causa de crímenes horrendos, etc. -; y la lucha que hay en el mundo para erradicar este flagelo, sin embargo, cada día hay más películas en las que se promueve su consumo mediante personajes que se drogan para alejar el estrés y potenciar la diversión, o que en el rol de padres posicionan como algo normal el que sus hijos se droguen, con lo cual se desensibiliza a la gente sobre sus graves consecuencias, especialmente a los jóvenes, quienes no tienen un criterio sólido para resistirlo. Esto, amparado en la libertad de expresión; pero la promoción del consumo de drogas ilícitas ¿es libertad de expresión o complicidad con los narcotraficantes? Aplicando aquella máxima de que nuestros derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás, el derecho de un cineasta de expresar sus ideas no pude violentar el derecho de la sociedad a vivir en mundo libre de drogas.
Cuando un derecho se ejerce al margen de los deberes que comporta tal ejercicio, el derecho se desvirtúa pues todo derecho conlleva moralidad y responsabilidad y así debería ser concebido por la sociedad.
Elinor Montes
elmon35@gmail.com
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