"Año Nuevo, vida nueva", sentencia el proverbio tradicional. Es lo deseable, en verdad. Y se comparte también la misma esperanza: bien venido el año 2010.
Astrólogos y babalaos, sin embargo, ya predicen que no todo lo que ven venir asoma con saludable y tranquilizante aspecto.
Cierto. La lectura del resumen del año anterior, que es poco diferente a la de los años anteriores, no permite aún recuperar el entusiasmo: crisis global, precios del petróleo mas bajos, economía en colapso, más desempleo, más pobreza, más violencia proporcionando miles de muertes, en un país lastimosamente dividido, bajo un discurso empapado de odio.
Pero la esperanza sobrevive y la gente optimista comparte otra creencia: cree ver algo mejor durante el nuevo año 2010.
Ojalá. Pero me permito ahora, a propósito de la violencia y del odio que rebosan en este país nuestro, una digresión breve.
Recuerdo, en efecto, una reflexión que se atribuye a Norman Mailer, el autor de "Los desnudos y los muertos", que no comparto enteramente, pero que me parece oportuna.
Dijo: "En los tiempos malos no es posible que triunfen los buenos, porque los pueblos se hacen malos y mezquinos. Y los hombres se vuelven rapaces, cobardes y repulsivos".
Digresión aparte, en este país nuestro se viven, ciertamente, tiempos nada buenos. Lo confirman las cifras ominosas y su origen culpable también es conocido. Pero lo más deseable es que esos malos tiempos no se sigan prolongando durante el año que comienza ahora y que se espera bien venido.
Entiendo que la preocupación por los malos tiempos es pesada y cuesta alejarla. También el propio orador presidencial tuvo que admitir lo malo de la situación. Pero optimista dijo luego que "a pesar de la crisis y de la caída del petróleo, no todo le salió tan mal".
Cierto que ese diagnóstico es optimista. Pero es unilateral y poco exacto. También se puede creer que para compartir ese optimismo se necesita mucho optimismo. Pero debe advertirse en ese diagnóstico una señal de preocupación sincera: no todo le salió bien. Y el orador asoma entonces la rectificación pensada y que complace.
También en ese mismo y largo discurso reciente, el orador presidencial admitió la alarmante situación de violencia que castiga al país. Y, aunque definió sin comprensión esa situación de odio con el adjetivo de "oligarca", ese discurso fue también la confesión de una preocupación que se puede entender.
En efecto. Después de olvidar lo que ha estado diciendo en el discurso propio, pero que no se piensa, creyó descubrir el origen de la violencia y dijo más o menos: "Todo ese odio es de los oligarcas que se oponen a mi revolución".
La preocupación es, repito, comprensible. Pero el diagnóstico no se comparte y me explico: es palabra excesiva decir que la mayoría de los venezolanos encuestados, que siguen sin digerir por completo los actos del gobierno, son oligarcas.
Y también debe aceptarse, con toda seguridad, que la situación de violencia que castiga a este país nuestro no es creación de oligarquías. Su origen es otro y el orador presidencial lo conoce: es más la cosecha recogida de lo que se ha sembrado con un discurso empapado de odio, de insultos, de intimidaciones y de amenazas a cada rato.
Concedo entonces: el más reciente discurso presidencial, cometido para quitarse de encima el peso de tantas culpas, fue el evento político más sonoro de la semana. No faltará, desde luego, quien diga no haber oído nada nuevo en el kilométrico "bla,bla,blá". Pero esta vez debe aceptarse que también proporcionó más distracción.
LA ÚLTIMA GOTA
Cierto. Además de sus diagnósticos complicados, también con su denuncia de una "soberanía amenazada, y que prometió defender con la última gota de su sangre", el orador presidencial, siempre excesivo en la palabra, sembró otra interesante polémica para distraer al público.
Lo de siempre. Pero también es presumible que esa polémica sembrada, como todas las creaciones de la palabra excesiva, termine por llegar a ningún sitio.
Todo comenzó, en efecto, cuando el orador presidencial, después de medir el peso de la ruidosa ofensiva internacional de acusaciones insanas que le afectan, dijo más o menos: "Están planeando un falso positivo contra Venezuela, para decir que protegemos campamentos guerrilleros. Eso es falso".
Luego, y después de olvidar su anterior declaración de guerra contra Colombia y "el Imperio", había de decir también: "Tampoco estamos fraguando una guerra contra Colombia, pero estamos dispuesto a dar la última gota de sangre para defender la soberanía y la patria de Bolívar, de nuestros hijos y de nuestros padres".
No faltará, desde luego, el detractor que juzgue ese discurso como una exageración. Es lo acostumbrado. Y también, aunque el orador no haya descifrado aun el enigmático significado de lo que llamó "un falso positivo", su público debió obsequiarle lo mismo con un patriótico aplauso.
También, desde el otro lado del público menos complaciente, las reacciones contrariadas más ruidosas no se demoraron. Pero, en lugar de aplausos, la polémica se extendió rápidamente por todas partes: en los mostradores, en las peluquerías de señoras, las mesas de dominó, en los patios de bolas criollas. Y se compartió el mismo argumento de la incredulidad y de las dudas.
A modo de ejemplo, en una primera reacción ilustrada, se dijo: "Debe creerse que la soberanía que se promete defender hasta la ultima gota de sangre debe ser un valor de recuperación reciente, porque ya se creía regalada también al moribundo padre adoptivo".
Este cronista confiesa que no comparte enteramente esa ocurrencia. Pero le parece comprensible: entusiasma y complace saber que, quien ha regalado lo que no es suyo sino de otros, empieza a sentirse arrepentido y promete esmerarse en recuperar lo ajeno regalado con ligereza.
INFORME Y REVUELO
Otros observadores, más incrédulos, sospechan otra cosa. Dicen: "El discurso de la demagogia política es solo una forma de disfrazar la realidad embadurnándola de mentiras".
Ese punto de vista es respetable. Sin embargo, la reacción más preocupante había de ilustrarla no un "oligarca o escuálido" sino un disidente arrepentido: un ex-general, Gonzalo García, quien hasta hace poco habría sido Jefe del Comando Unificado de la Fuerza Armada y designado luego Embajador en Bolivia.
Con el testimonio de un informe elaborado por el gobierno de Ecuador, reveló que "en el Fuerte Tiuna, principal instalación militar de Caracas, se habría permitido al ilegal movimiento guerrillero de Colombia (FARC) entrenar a sujetos que participan en el llamado Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana".
Ese informe debió suscitar gran revuelo. Y se explica: fue elaborado por el gobierno de Ecuador que se juzga "amigo del gobierno venezolano".
Increíble. Pero hay algo mas: con ese mismo documento, el denunciante observa que el anuncio de preparativos bélicos en defensa de la soberanía no es un escenario real de guerra convencional sino "una sombrilla de mentiras para distraer a la población".
También advierte, además, otra y más preocupante cosa: que "si el gobierno sigue irrespetando la Constitución y los derechos ciudadanos, el final inevitable sería una guerra civil".
El pronóstico de un conflicto cruento entre venezolanos para destruirse mutuamente parece exagerado. Pero se arguye que asoma el propósito de imponer a la fuerza un régimen de socialismo dictatorial que la inmensa mayoría de los venezolanos rechazan. Cierto. Y lo precisa el mismo ex-general denunciante. Dice: "Se quiere imponer un comunismo sin ningún respeto por la voluntad popular".
También lo había dicho antes Aristóbulo Isturiz, con el anuncio de un "Estado tribal con administración comunera". Y la obediente Asamblea Nacional anunció entonces la concentración del poder en un solo par de manos.
No hay nada, sin embargo, sorprendente en todo esto y se comparte la observación del ex-general denunciante: "El que piense diferente, es porque no está viendo la realidad de las cosas que están ocurriendo".
Nadie, en verdad, puede ignorar ya, que quienes están proponiendo en Venezuela la solución de un "Estado Comunal" nunca han estado de acuerdo con la democracia.
Y tampoco con la Historia, que ya ha demostrado todas las veces el final de fracaso del socialismo totalitario, después de haber proporcionado solo miseria, hambre, opresión y muerte.
OÍDO EN PRIVADO
+++ Una evocación dedico a la amistad: este enero se cumple un año mas de la muerte de un amigo entrañable: Adriano González León, visionario autor de "País Portátil". Y capaz de confesiones dolorosas. Recuerdo que días antes de su muerte estuvimos conversando sobre un mostrador. Y me decía entonces: "de joven, me atemorizaba el mañana. Ahora el futuro me inquieta menos y debo prepararme para esperar la muerte, porque la felicidad está toda en el pasado". Entiendo que vio venir con exactitud los malos tiempos de ahora.
+++ La frase de fin de año se le atribuye al Uribe de Colombia. Dijo: "No quiero guerra con la hermana Venezuela". Menos mal, pues.
+++ El resumen de eventos del año que termina verifica que la pobreza en Venezuela aumentó para situarse en un 43 %. Pero también aumentaron las fortunas de la nueva "boliburguesía" y el comercio propio o "informal" de buhoneros subió hasta un 45%. Y eso son buenas señales para repetir que "ser pobre no es tan malo".
+++ En medición dedicada a obras ejecutadas, el gobierno de la revolución batió record en el despilfarro: inauguró obras regaladas en todas partes, desde Cuba hasta Bolivia y Africa. Pero el evento más destacado del año fue el anuncio con la monumental obra ejecutada por el gobierno de Miraflores en diez años. Lo anunció un tal ministro Samán: nada menos que "la primera arepera socialista del mundo", para vender "reinapepeada" a 5 bolivares.
+++ El chiste de fin de año me lo envía un lector. Cuenta: "Los nuevos electricistas de Venezuela serán formados ahora en Cuba. Pero ¿qué pueden saber en Cuba de electricidad si llevan ya más de medio siglo sin ver luz y bajo un largo apagón?". La respuesta: "Vendrán aprendidos en materia de apagones a cada rato y de cómo vivir bajo la oscuridad permanente".
miguel conde
condemiguel@hotmail.com>
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