Qué rápido cambia el mundo. En 1989 el comunismo colapsó en toda Europa Oriental. El Muro de Berlín, el símbolo más visible del comunismo totalitario, cayó sin que se disparara un solo tiro.
La gente hablaba del fin de la historia. El mundo entero sería democrático y capitalista. Incluso China parecía destinada a unirse al bando occidental.
En otoño de 2008, fue el
capitalismo el que parecía tambalearse o colapsando. Gran parte del mundo se alejó de los mercados libres y se encaminó hacia el capitalismo de Estado cuando no hacia el socialismo. Hoy, China ofrece ese modelo como alternativa al EE.UU. capitalista.
En The End of the Free Market, Ian Bremmer ofrece una discusión realista pero aún así optimista sobre la competencia contemporánea entre los mercados libres y el capitalismo de Estado. Aunque ahora parece lejana la victoria total del capitalismo democrático una vez imaginada, los mercados libres demostrarán ser más flexibles y fuertes en el largo plazo.
El colapso del comunismo fue un momento de enorme liberación humana. Todas las sociedades otrora socialistas buscaron respuestas en occidente. No obstante, la libertad es buena para los individuos, pero no para los regímenes que gobiernan. Bremmer indica: “Los gobiernos autoritarios alrededor del mundo han aprendido a competir internacionalmente al adoptar un capitalismo liderado por el mercado. Pero si permitieran que solo las fuerzas de mercado eligieran a los ganadores y perdedores del crecimiento económico, se arriesgarían a fortalecer a aquellos que utilizarían su riqueza para competir por el poder político”. Esta es una razón por la que China conscientemente evitó la experiencia rusa al mantener el control político al mismo tiempo que liberalizaba la economía.
La democracia ha avanzado, pero una sociedad liberal está constituida por mucho más que elecciones regulares. Como explica el Bremmer, “hay un gran área gris entre Noruega y Corea del Norte”. Freedom House cuenta 121 democracias pero un cuarto de estas no son libres. La Unidad de Inteligencia de The Economist cita 30 democracias “completas”, 50 “defectuosas” y 87 democracias “híbridas” o estados “autoritarios”.
De igual manera, el capitalismo ha avanzado, aunque no tan victoriosamente como una vez se esperaba. El cuento ya no es que la globalización arrasa con todo lo que se le pone por delante, homogenizando efectivamente el panorama mundial, anteriormente diverso. Bremmer dice: “El poder del Estado ha vuelto. A lo largo de la última década, una nueva clase de empresas se han posicionado en el escenario internacional: empresas que son propiedad de o están estrechamente relacionadas con sus gobiernos de origen”.
Por supuesto, no hay nada nuevo acerca de los gobiernos autoritarios o del intervencionismo estatal en la economía. El mercantilismo dominó la política europea en algún momento. Aunque aquella filosofía ha sido desacreditada, “Los gobiernos están nuevamente interviniendo en sus economías para promover intereses nacionales declarados y han encontrado maneras más sutiles y efectivas de practicar el proteccionismo”, indica Bremmer.
Las herramientas del capitalismo de Estado son muchas. Las empresas nacionales de energía son el ejemplo más común; empresas nominalmente privadas que se presentan como “campeones nacionales” son otro. Los fondos soberanos de inversión se han vuelto el medio común para que los estados inviertan la riqueza recaudada por las ventas de recursos naturales.
China y Rusia son los principales practicantes del capitalismo de Estado. Otros ejemplos incluyen a Emiratos Árabes Unidos, Ucrania, Argelia y Brasil. Incluso India, país que ha transitado hacia el libre mercado al tiempo que mantenía su sistema democrático, “permanece posicionada entre el modelo económico dominado por el Estado de antes y el modelo económico liderado por la empresa privada”, escribe Bremmer.
El reto para las democracias orientadas hacia el mercado es obvio: los estados autocráticos han adquirido recursos y formas sofisticadas de utilizarlos para obtener ventajas políticas. Esto les da una oportunidad de influir en la política de las naciones occidentales y ganar influencia internacional a costa de la estadounidense. De hecho, el capitalismo de Estado parece permitirle a los dictadores tener los beneficios económicos del capitalismo sin tener que pagar los costos políticos de la libertad.
Sin embargo, el capitalismo de Estado no puede evitar las inevitables ineficiencias del control estatal. Hay razones buenas e incluso contundentes para liberalizar los mercados financieros y globalizarse. Mientras que el debate acerca de las causas de la crisis financiera continúa, es obvio que la política gubernamental desempeñó un papel crítico. ¿Qué mejor ejemplo de una herramienta de capitalismo de Estado que empresas patrocinadas por el Estado como Fannie Mae y Freddie Mac?
Además, los políticos que persiguen sus propios intereses son incapaces de limitar sus intervenciones y de llevarlas a cabo de manera correcta. Por lo tanto, el capitalismo de Estado inevitablemente tendrá consecuencias negativas. Como explica Bremmer, “La destrucción creativa asegura que las industrias que producen cosas que nadie quiere eventualmente colapsen. Cuando esto sucede en sistemas de capitalismo de Estado, la ira del público recae sobre las elites gobernantes, no sobre los perversos capitalistas”.
Y todavía hay más. Una de las aseveraciones de Bremmer es que el capitalismo de Estado carece de cualquier atractivo positivo. “Nunca igualará al atractivo que el comunismo una vez tuvo para la imaginación popular, porque en realidad no es una respuesta a la injusticia social o económica”. De hecho, el propósito del capitalismo de Estado es mantener a las elites gobernantes, no liberar a las masas oprimidas.
Más parecido al fascismo, el capitalismo de Estado tiende a ser nacionalista, lo que dificulta la cooperación internacional. Los países usualmente actúan en contra de algo (particularmente EE.UU.) en lugar de actuar a favor de algo. Gran parte de los países que tienen un capitalismo de Estado también tienen que lidiar con retos políticos a nivel nacional —ésta es una de las razones por las cuales han adoptado esta estrategia. Así que las obligaciones domésticas limitarán el alcance de dichos sistemas.
El reto que representa el capitalismo de Estado es claramente real. Pero Bremmer cree que el capitalismo verdadero ganará. Bremmer escribe que: “Los mercados libres probablemente sobrevivirán al capitalismo de Estado tal y como se practica ahora en China, Rusia, los estados del Golfo y en otras partes —de la misma forma que demostraron ser mejores que el comunismo al estilo soviético”.
Pero no es suficiente confiar en que el sistema funcionará. El colapso financiero demostró cómo los supuestos amigos del capitalismo muchas veces se colocan entre sus más grandes enemigos. Por lo que Bremmer tiene razón en llamar a “aquellos que creen en los mercados libres para que aprendan de los fracasos que desataron una crisis, a practicar el tipo de capitalismo que predican y a renovar su compromiso con los principios que los han ayudado a prosperar”. Amén.
Este artículo fue publicado originalmente en el The Washington Times (EE.UU.) el 28 de junio de 2010.
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