El comunismo como forma de gobierno y de vida de una nación, ha sido siempre una promesa no cumplida, una ficción romántica que en la vida real se ha transformado sin excepciones en un desastre político, económico y social. Como jamás se puede cumplir, termina exigiendo tiranías más largas o más cortas para contener los reclamos de los pueblos.
El problema actual es que hay dirigentes que o no han aprendido las desastrosas lecciones de la Unión Soviética, de la China de Mao, de la brutalidad de Pol Pot y sus khmer rouges y la muestra actual y ampliamente conocida de una Cuba que tras 50 años de promesas, planes y proclamas sigue sin tener qué comer y sin servicios públicos mínimos; o conocen esas lecciones pero no las aplican porque optan por usar al comunismo teórico como la zanahoria del cuento.
Chávez debería reflexionar con calma y profundidad, y definir las diferencias entre el caudillo fresco, original y audaz que hizo renovar a fondo las esperanzas de una mayoría de los venezolanos en 1998, y el presidente-comandante actual recargado de símbolos, banderas y actos de mucha forma y poca profundidad, escoltas y amenazas.
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