Responda, por Dios, a la común pregunta callejera: ¿hay futuro?
Si como generalmente señalan los analistas, la situación política colombiana es similar a la de Venezuela, pero con un gobierno de derecha, valdría la pena que de vez en cuando nos miráramos en ese espejo, especialmente a la hora de sopesar resultados de encuestas, y para entender de una vez por todas que la gente, frente al abismo o a los cambios, siempre preferirá asirse a los Santos antes que a los Mockus. Cuestión de lógica.
En política, como en el deporte, demostrar la fuerza es importante y no precisamente en los números, porque las cifras arrojan resultados cualitativamente distintos si se emplean en la matemática, la geometría o la estadística, cuanto más si las interpreta el gobierno o la oposición. No es lo mismo, ni tiene igual significado real, crecer equis dígitos matemática, geométrica o estadísticamente.
Sabiéndolo, ya es realmente el colmo de la estulticia política considerar las encuestas como una especie de GPS, donde una vez determinada la posición de los unos y de los otros, se puede navegar automáticamente hasta el centro del poder.
Hay un solo y único momento en el cual los números tienen verdadera importancia en la política: cuando se cuentan los votos. Antes y después del día de la elección, la política exige habilidad verbal y sensibilidad en la piel, porque es en la propia epidermis del político, animal al fin, donde se ha de sentir la aprobación o el rechazo del pueblo.
La habilidad verbal es trascendental en el terreno político, más ahora cuando por efecto de ese proceso de "desortografía" (iniciada con aquellas perdonables faltas de ortografía) y alteración de significados (porque lo importante, sentenció un sabio circunstancial e interesado, eran las obras y no las palabras), ya nadie sabe qué es lo que se dice, como tampoco si oyó lo que se dijo o si leyó o interpretó correctamente las palabras del interlocutor.
Los significados están trastocados en temas o vocablos tan delicados como socialismo y comunismo, propiedad pública o social, seguridad y soberanía, control político y control social, gasto o inversión, inflación y especulación, almacenamiento y acaparamiento, libertad, condicionamiento e inhabilitación, autoridad y delincuencia, justicia y represión, apego y violación a la Constitución, al punto -y he aquí lo verdaderamente grave para la vigencia de las libertades, la democracia y hasta la integridad física- que la gente opta por desvincularse de los asuntos públicos, por mostrarse indiferente ante el mal ajeno -que no hace más que anunciar la cercanía del mal propio- o por el silencio.
La política demanda también estilo, personalidad, un perfil propio e independiente, no atado a los vaivenes de las coyunturas, capaz de marcar pautas, de dejar huellas, de instalarse en la memoria del ciudadano, de inspirarle nuevos bríos y esperanzas y de inclinar el voto favorable del elector. No basta, ni tan siquiera es necesario, ser opositor para alcanzar el éxito en la política.
En Colombia, las encuestadoras, con vistas a los primeros resultados, adujeron que su trabajo reflejaba el parecer ciudadano de un momento, como una especie de fotografía, y, además, que las mediciones se habían realizado en las ciudades. Argumentos que entendemos legítimos y bajo ningún respecto criticables, porque las encuestadoras no están para suplantar a los políticos, ni tienen que entrar a los lugares donde los políticos no llegan por comodidad o por miedo. Tampoco pueden sustituir al político los ilustres técnicos ni los laureados científicos, economistas, ingenieros electricistas o abogados constitucionalistas o penalistas. Sólo el político puede erigirse en intérprete y guía de la sociedad.
Por ahí circularon, casi con carácter de apócrifo y de manera fugaz, las denominadas 100 propuestas de la MUD, que además de ser muchas y claramente elaboradas bajo las condiciones de asepsia de un laboratorio, nadie las difundió, como nadie con seriedad a ellas se adhirió. Unas propuestas desconectadas, asincrónicas.
La unidad, indiscutiblemente, es un gran paso, pero no es suficiente. Si usted pretende un voto el 26-S preséntese, diga quién es, qué piensa, cuál es su visión de la política nacional, su posición ideológica, su convicción respecto a las relaciones entre la sociedad, el mercado y el Estado; si es centralista o federalista, capitalista, socialista o comunista, civilista o militarista. Responda, por Dios, a la común pregunta callejera: ¿hay futuro?
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