domingo, 6 de septiembre de 2009

*PRISIONERO DE SUS DEMONIOS, MANUEL BARRETO HERNAIZ, 05/09/09

"En tiempos de corrupción es cuando más leyes se dan". Condillac

Ya en otra ocasión habíamos mencionado que la búsqueda de culpables para exorcizar los males del país resulta óptima cuando se entiende que la responsabilidad recae sobre quien tiene en sus manos la conducción del país; quien ha logrado vender fácilmente su caldo de cultivo, direccionando las culpas que surgen de la desilusión, de esperanzas truncadas y sueños frustrados, y montándose en la interminable letanía: "Mister Danger", Uribe, los "cuarenta años", los golpistas, el neoliberalismo, la CIA, el capitalismo salvaje, los medios de comunicación y todo aquel que ose contrariar al régimen; bien informado que el miedo y el fervor son factores indispensables, de acuerdo a lo emanado de sus acuciosos y bien remunerados asesores, quienes ya saben que el Estado ha sido convertido en el instrumento más poderoso para enajenar y sobornar a la población, sin perder de vista que el pueblo debe ser objeto de sempiterna seducción, de eterna propaganda, de interminables cadenas. El régimen juega con la psicología de los ciudadanos, con sus decepciones, frustraciones y emociones, con la expresa finalidad de encauzar cualquier signo de descontento, y desviar la atención, pretendiendo silenciar la realidad del impacto socio-económico en el cual estamos inmersos.

Son pocos los ciudadanos que han considerado que todo este repertorio de nuevas leyes logrará - ad fortiori - un país igualitario, pluralista y democrático; pues - tal como lo sostienen mis amigos doctos en estos menesteres - las leyes son normas racionales, no arbitrarias ni caprichosas; orientadas al bienestar de la comunidad, no al provecho exclusivo de una persona o de un grupo determinado de personas, cuyo objetivo fundamental es regular el espacio público de la sociedad, y para que estas leyes surtan el efecto para el que son elaboradas, necesitan que los sujetos sobre los cuales dichas leyes han de ejercer su efecto tengan la capacidad y la libertad suficientes para entenderlas, discernirlas y obedecerlas o desobedecerlas. Sólo un pueblo debidamente educado y libre (económica, moral e intelectualmente) puede, primero, por su propia cuenta evaluar lo que vive y, segundo, decidir qué, cuándo y cómo cambiar lo que hay que cambiar, aprendiendo, cada día, a ser ciudadano. Y ese proceso, denominado "concientización" por el pedagogo Paulo Freire, es el que conduce al ciudadano a un lento despertar hacia la conciencia de lo que le está pasando y de lo que ocurre a su alrededor, y hasta los más humildes e indiferentes se dan cuenta de las maniobras de distracción ante la inocultable incapacidad del régimen para dar respuestas -luego de una década de promesas- a los problemas prioritarios tales como inseguridad, carestía en los alimentos, desatención en la salud, desmoronamiento de las infraestructuras del país e incontrolada corrupción; y así las cosas, el gran perdedor sigue siendo el pueblo, que no encuentra respuestas a sus necesidades. Se atropella e insulta diariamente, desde todos los órganos del poder, la dignidad y la inteligencia del desorientado pueblo, evidenciándose, como contrapartida gubernamental, un lamentable fanatismo, desprecio por la vida de los demás, la banalización del dolor, la absoluta indiferencia por los derechos humanos, la falta de humanidad y la sempiterna negación de la moral. Sin escrúpulos, poco le importa la expresión de la voluntad democrática del pueblo, ni el clamor de la gente que demanda el cese de la pugnacidad y atención prioritaria a sus problemas. Por el contrario, desafiante y pendenciero, intenta exacerbar los ánimos para abortar el conflicto, hacer inocuos -desde ahora- los venideros procesos electorales para sembrar el escepticismo y promover la abstención.

Ésa es la respuesta que da el régimen a las recientes acciones de protestas, marchas y testimonios de absoluto y contundente rechazo de la ciudadanía, sin colores ni distingos. El régimen hace intentos desesperados por impedir el sentido reclamo que clama a viva voz esas realidades que él mismo ha creado; ha convertido la violencia política en un sistema en el que las actividades políticas multiplican la violencia en las calles, en los mercados, en las oficinas gubernamentales, en las universidades; en fin, en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pero es la forma en que pretenden atemorizar a toda la sociedad, incluyendo a aquellos enfermos de resignación, pobreza y frustración con quienes logró durante un buen tiempo articularse. El régimen se encuentra ahora prisionero de los propios demonios que ha ido desatando.

Manuel Barreto
barretom2@yahoo.com
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