domingo, 6 de septiembre de 2009

*LA EDUCACIÓN: MASIVA Y SELECTIVA, SIMULTÁNEAMENTE, ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE

Tengo 30 años de ‘experiencia’ en educación, pero no soy pedagogo ni educador. Esa experticia es de mi esposa, que ha ejercido la docencia durante todo ese tiempo desde las aulas de la Escuela Las Cúpulas, la más notable de las escuelas petroleras de ‘aquella’ PDVSA, hasta que un aciago viernes 31 de enero de 2003, a pesar de una suspensión médica por fractura de tobillo, fue separada de su cargo, vía notificación en prensa, y - como es de esperar en este rrrrégimen- sin la calificación de su despido, sin la cancelación de sus prestaciones sociales y con el secuestro de sus ahorros y de su plan de jubilación. Con ella he sostenido incontables horas de ‘conversación productiva’, esa que se genera desde el conocimiento y la experticia, y que se convalida con los hechos y las acciones diarias.

Uno de los temas más ‘candentes’ que hemos discutido en estos años es sobre la vinculación epistemológica y concatenante entre alfabetización, educación y formación. No hay dudas que la alfabetización es requisito ‘sine-qua-non’ para la educación; tampoco discutimos que ésta – la educación – sea la estructura esencial para la formación, pero en lo que si tuvimos marcadas diferencias es en relación a la formación profesional, tal y como está concebida actualmente, pues considero que no responde a las necesidades del progreso del país. Ella sostiene, a pesar de ser una ‘escuálida’, las conveniencias de la gratuidad de la enseñanza superior (es egresada de La Universidad del Zulia). Por el contrario, yo, que me gradué en la UCAB con sacrificio económico propio (trabajaba de día para estudiar de noche) convalido que la educación de tercer nivel debe ser selectiva y remunerada. Selectiva en la discriminación de los mejores talentos para potenciar una élite de dirigentes profesionistas con los cuales el país despegará hacia el progreso y el desarrollo. Pero remunerada con el aporte del Estado para instituciones y cursantes (becas, cuando la excelencia académica así lo amerite), para garantizar la excelencia de los docentes y los altos niveles investigativos, sin los cuales las universidades no pasarían de ser ‘súper-colegios’.

Ella ve (y grafica) al sistema educativo como un tubo con algunos ‘codos’ que conectan la escuela básica y el bachillerato al subsistema de tercer nivel, al cual deben acceder todos ‘masivamente’. Es la actual visión del comunismo del Siglo XXI, le digo yo, para sorpresa, escándalo y hororrr de ella. Pero yo visualizo la educación como un inmenso abanico, con un comienzo lineal, amplio y ‘masivo’ en la formación básica (que extiendo hasta el bachillerato). Luego, una primera apertura de abanico en la formación técnica, semi selectiva y de consecusión directa con las artes o el oficio aprendido en bachillerato y en correspondencia con la disponibilidad de plazas laborales, en la que el educando ‘formaliza’ la profesionalización técnica del oficio aprendido en el bachillerato. Más allá de la formación técnica, la formación universitaria, elitista y selectiva, en la que incluyo al Técnico Superior Universitario, al Licenciado, al Magister y al Doctor.

Esto es así porque Venezuela necesita de más y de excelentes técnicos en todas las disciplinas: carpinteros ebanistas; mecánicos industriales y de automotores; maestros de obras (y de escuelas); necesita de muchos electricistas y de agricultores y de una miríada de técnicos en todas las disciplinas del saber productivo. Venezuela necesita reconstruirse desde los cimientos y para ello debe engrandecer al técnico como profesional y como ser humano, desmontando el mito aquel que para ser alguien en este país hay que ir a la universidad. ¿Cuántas veces hemos necesitado de un buen carpintero o de un electricista profesional y no lo encontramos?

A esta conclusión no he llegado de manera teórica, sino con la experiencia que la vida me ha regalado, de manera particular en estos últimos 10 años. Por esas ‘cosas-de-la-vida’ me vi en la necesidad de convertirme en agricultor, supervisando la siembra, la cosecha y el mercadeo de diez hectáreas de melón, propiedad de un amigo inversor, que viéndome ‘en la insiforia’ (como decimos en el Zulia), me dio la oportunidad de ganarme ‘unos cobres’, que fueron más que suficientes, y de paso aprender sobre algo que sólo conocía en la mesa a la hora de comer.

Aprendí que se cosecha mejor cuando la semilla se siembra ‘con la luna’ y de forma escalonada, ‘en paños’ de dos hectáreas, como tradicionalmente lo hacen los agricultores de la zona. Descubrí que el mejor control para la mosca de la fruta no es químico, sino vegetal y que no existe mejor polinizador que cuatro panales de abeja por hectárea. Que el riego por goteo es más productivo antes de las 8 de la mañana y después de la caída del sol. Pude comprobar que un agricultor ‘pata-en-el-suelo’ sabe más que los ‘encamionetados’ Ingenieros Agrónomos que mi amigo contrataba. Y ya en mi profesión, me enteré que el mercadeo de frutas y leguminosas es más complejo y dinámico que lo que me enseñaron la UCAB y mi experiencia como publicista.

Fue en ese entonces cuando resolví el dilema: Que no hace falta ser universitario para ser profesional. Que el progreso del país necesita de más técnicos y de menos ‘dotores’, y que para lograrlo, la educación tiene que ser masiva y selectiva, simultáneamente.



ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE,
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