El enfoque cultural del proceso de globalización implica escapar de un economicismo trasnochado al que lo reducen algunos analistas. Si tenemos que mirar al mundo como un proceso multidimensional y a la cultura como el medidor supremo del desarrollo, podemos escapar de los simplismos. La construcción de una red de redes en diferentes planos interconectados debe llevarnos a una profundización de los peligros de homogeneización y al análisis de cómo la diversidad (tradiciones, lenguas, identidades) se insertan en esta nueva realidad global. El simplismo de que globalización es MacDonald en cada sitio no parece apropiado para una investigación seria, pero la llamada “izquierda caviar” allí se sitúa, en la reiteración del peligro de imposición de un pensamiento único.
Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.
Uno busca en los sistemas de organización continental más avanzados, léase Europa, y encuentra la preocupación por la cultura. En los documentos europeos sobre cultura se proclama hacer de la diversidad el principio de la unidad. Es más, se recuerda con acierto, que antes de los primeros acuerdos sobre el carbón y el acero, esto es, antes del inicio de la construcción económico-política de Europa, lo que unía al llamado viejo continente era la cultura. No puede encontrarse en la unificación europea ejemplos de irrespeto a las diversidades culturales de los Estados miembros. Lo que ha sucedido es lo contrario, la exposición del público europeo a una variedad que antes o era imposible o que presentaba trabas. Sin embargo, la Comisión (órgano ejecutivo de la UE) no ha dejado de advertir, en sus comunicaciones al Parlamento y demás órganos comunitarios, sus preocupaciones por sociedades cohesionadas o interculturales. Principios como la paz, el entendimiento mutuo y los valores compartidos, los derechos humanos y la protección a las diversas lenguas, pretenden introducir a Europa mucho más que un poder económico, sino un proyecto social y cultural. Hay que reconocer otros esfuerzos de índole cultural como la Fundación Euromediterránea para el Diálogo de las Culturas en Alejandría o programas como “Invertir en las personas” o como “Promoción de la cultura como catalizador para la creatividad (Estrategia de Lisboa para el crecimiento y el empleo)”. En términos precisos, el ejemplo más avanzado de unidad regional nos muestra todo un panorama de defensa cultural, contrariamente al vaticinio de uniformización. Otra cosa es el trato a las migraciones, como veremos más adelante.
En el 2007 se produce un documento de relevante importancia. La UNESCO pone en vigor la “Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales”. La Iglesia Católica, a través del presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, monseñor Gianfranco Ravasi, ha llamado la atención sobre la necesidad de la preservación de la multiplicidad cultural pidiendo equilibrar el lenguaje universal y las características propias de cada cultura relevando la dimensión del arte.
Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.
No puede pretenderse que la globalización, y menos la cultura en su seno, sea un proceso homogéneo. Por el contrario, es necesario esperar contradicciones y conflictos. Todo es aquí fragmentario, diverso, por definir. La cultura tiene que ver con todo lo creativo y cuando diversos modos creativos o formas de crear o resultados creados se encuentran se produce un enriquecimiento global. Es obvio que ello conduce a una heterogeneización agudizada, pero una ya preexistente en la condición misma de existencia de las culturas que se encuentran.
Hipercomplejidad vs. Pensamiento único
Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización, los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local. Y es aquí, creemos nosotros, de donde hay que mirar el asunto cultura en el mundo global, cambiar el sentido de la mirada, algo que no puede entender la “izquierda caviar”.
Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que requiere una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica lad interdependencias.
Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.
Uno busca en los sistemas de organización continental más avanzados, léase Europa, y encuentra la preocupación por la cultura. En los documentos europeos sobre cultura se proclama hacer de la diversidad el principio de la unidad. Es más, se recuerda con acierto, que antes de los primeros acuerdos sobre el carbón y el acero, esto es, antes del inicio de la construcción económico-política de Europa, lo que unía al llamado viejo continente era la cultura. No puede encontrarse en la unificación europea ejemplos de irrespeto a las diversidades culturales de los Estados miembros. Lo que ha sucedido es lo contrario, la exposición del público europeo a una variedad que antes o era imposible o que presentaba trabas. Sin embargo, la Comisión (órgano ejecutivo de la UE) no ha dejado de advertir, en sus comunicaciones al Parlamento y demás órganos comunitarios, sus preocupaciones por sociedades cohesionadas o interculturales. Principios como la paz, el entendimiento mutuo y los valores compartidos, los derechos humanos y la protección a las diversas lenguas, pretenden introducir a Europa mucho más que un poder económico, sino un proyecto social y cultural. Hay que reconocer otros esfuerzos de índole cultural como la Fundación Euromediterránea para el Diálogo de las Culturas en Alejandría o programas como “Invertir en las personas” o como “Promoción de la cultura como catalizador para la creatividad (Estrategia de Lisboa para el crecimiento y el empleo)”. En términos precisos, el ejemplo más avanzado de unidad regional nos muestra todo un panorama de defensa cultural, contrariamente al vaticinio de uniformización. Otra cosa es el trato a las migraciones, como veremos más adelante.
En el 2007 se produce un documento de relevante importancia. La UNESCO pone en vigor la “Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales”. La Iglesia Católica, a través del presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, monseñor Gianfranco Ravasi, ha llamado la atención sobre la necesidad de la preservación de la multiplicidad cultural pidiendo equilibrar el lenguaje universal y las características propias de cada cultura relevando la dimensión del arte.
Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.
No puede pretenderse que la globalización, y menos la cultura en su seno, sea un proceso homogéneo. Por el contrario, es necesario esperar contradicciones y conflictos. Todo es aquí fragmentario, diverso, por definir. La cultura tiene que ver con todo lo creativo y cuando diversos modos creativos o formas de crear o resultados creados se encuentran se produce un enriquecimiento global. Es obvio que ello conduce a una heterogeneización agudizada, pero una ya preexistente en la condición misma de existencia de las culturas que se encuentran.
Hipercomplejidad vs. Pensamiento único
Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización, los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local. Y es aquí, creemos nosotros, de donde hay que mirar el asunto cultura en el mundo global, cambiar el sentido de la mirada, algo que no puede entender la “izquierda caviar”.
Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que requiere una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica lad interdependencias.
Frederic Munné, (De la globalización del mundo a la globalización de la mente) analiza el tema manejando puntos como las relaciones no lineales, dinámica caótica, organización autógena, desarrollo fractal y delimitación borrosa. Brevemente: la globalización no es una sucesión lineal de causas y efectos, de manera que hay que leerlo como un hipertexto, insiste Munné, señalando que “un contexto lineal o no lineal muestra realidades distintas: en aquél, la incertidumbre es desconocimiento que emana de la información faltante, mientras que en este pasa a ser fuente de conocimiento en tanto que emana de la información emergente”. Caótica, porque estamos ante un sistema hipersensible a las variaciones, aunque sean pequeñas, lo que indica que subyace el caos, lo que paradójicamente lleva a concluir que no se está en un desorden sino ante la génesis de un orden. La complejización aumenta la posibilidad de organización dado que en lo local pasa a residir la creatividad emergente, de manera que no hay posibilidad de repetición de mimetismo o de clonación, puesto que al fractalizarse la sociedad genera una iteración creadora.
En otras palabras, la tesis del “pensamiento único” es un trasnocho de una izquierda perdida. El contexto global, per se, exige voces múltiples. La tesis del “pensamiento único” plantea que este debe ser impuesto, dado que no se generará de manera espontánea. La pregunta es: ¿Cómo “imponerlo” a una sociedad cada vez más compleja? Estamos aún en la fase del avance tecnológico. Munné nos recuerda que apenas estamos entrando en el cambio de la cultura inmaterial, lo que yo he denominado como “la lentitud en el avance de las ideas”.
Teódulo López Meléndez
tlopezmel@gmail.com
teodulolopezm@yahoo.com
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