PRIMER TIEMPO. EL SENTIMIENTO DE LA DERROTA.
La derrota más allá de ser una realidad objetiva, es también un sentimiento. Se puede sentir uno derrotado sin estarlo realmente, o estarlo efectivamente sin sentirlo. Hoy, creo que la realidad y el sentimiento van de la mano: nos sentimos derrotados porque efectivamente lo hemos sido.
Hay quienes se esmeran en decir que la derrota no es tal, que a veces perdiendo se gana, que ahora sí nadie podrá decir que en Venezuela hay una dictadura, que esta derrota reafirma el talante democrático del gobierno e incluso que esta derrota pudo habernos salvado de un escenario de violencia, en fin, que era mejor así.
En efecto, podemos intentar verle el lado positivo a este "trance", habrá que hacerlo para enfrentar los retos que este escenario nos plantea, pero creo fundamental que no nos escudemos en argumentos hipotéticos para salvarnos, en la pequeñez de nuestra individualidad, del amargo sentimiento de la derrota.
Decir que perdiendo se gana, es minimizar la apuesta y es resignarse ante la derrota. Es como si dijéramos que ganar, después de todo, no era tan importante. O como si dijéramos que si hipotéticamente hubiésemos ganado (lo que no ocurrió) en realidad no ganábamos nada. La verdad es que con esta derrota no hemos ganado nada y hemos perdido en cambio una oportunidad de oro, la oportunidad de enfrentarnos definitiva y decididamente al desafío histórico de construir, con nuestras propias manos, una sociedad de iguales.
Tampoco podemos creer que ahora nadie podrá decir que en Venezuela hay una dictadura. Pensar que esto será así, es desconocer quién es y cómo se comporta la derecha. Si nos remitimos a las pruebas que la derecha nos ha dado, entonces tendríamos que constatar que así como lo han dicho en los últimos nueve años, a pesar de los 12 procesos electorales que han legitimado, relegitimado y machacado la legitimidad de este gobierno, así seguirán diciéndolo. Seguirán diciéndolo, ahora y siempre, mientras perdure para nosotros la esperanza, y mientras perdure para ellos la amenaza, de que en este país las cosas sigan cambiando. Seguirán diciéndolo mientras se mantenga el gobierno revolucionario. Es más, seguirán diciendo que Chávez es un dictador, cuando mucho alguno matizará sus palabras y dirá que es un "dictador en ciernes". Ocurre que el argumento de la dictadura no es un argumento que la derecha esté dispuesta a desechar. Es un argumento cómodo que cómodamente tiene eco en el concierto internacional de las voces de la reacción.
Decir que esta derrota reafirma el talante democrático del gobierno, esconde peligrosamente dos ideas, o mejor, esconde dos ideas muy peligrosas: por un lado, que efectivamente atesorábamos alguna duda sobre la vocación de este gobierno que de tan democrático a veces pasa francamente por pendejo; y por otro lado, que es necesario seguir demostrándolo. Yo me pregunto a quién se lo tenemos que demostrar: ¿A la derecha? ¿A la nacional? ¿A la internacional? ¿A ambas? ¿Per secula seculorum? ¿Y cómo para qué? ¿Y a cuenta de qué? ¿O es que la cosa es convencernos nosotros mismos que ya estamos convencidos?
También se dice que esta derrota pudo habernos salvado de un escenario de violencia. Es decir, que mejor perdíamos para que la derecha no quemase el país. Mejor perdíamos y empeñábamos el futuro de la patria, para que la derecha no desatase la violencia. Mejor perdíamos y abandonábamos lo construido hasta ahora para que la derecha no nos atacase. Mejor perdíamos y claudicábamos. La pregunta es: ¿Quién dijo que este proceso estaría exento de la violencia? ¿Es que acaso este proceso no es una respuesta a la violencia que intrínsecamente comporta la sociedad capitalista? ¿Es que acaso la revolución no pasa por violentar esta sociedad transformando su estructura desde sus cimientos? ¿Qué clase de revolucionarios son los que se amilanan ante la amenaza y el chantaje? ¿Qué vaina es, pues? Tenemos que estar preparados para la violencia, para neutralizarla siempre que se pueda, pero también para enfrentarla cuando lo que esté en juego sea el futuro de la revolución.
Lo prefiero así… ¡Por ahora! - dijo el Comandante. Este mensaje lo entiendo en la voz del líder, en la voz de quien está al frente de cada batalla y de quien tiene la responsabilidad de canalizar la fuerza de la revolución. Pero que nadie se acomode, aquí nadie puede bajar la guardia y dar por terminada la pelea.
SEGUNDO TIEMPO. LA REALIDAD DE LA DERROTA.
Los buenos historiadores sostienen que la historia no se escribe sobre la base de los imponderables, o lo que es lo mismo que la historia no acepta hipótesis: la historia es lo que ha sido y lo que es, y punto, la historia no se escribe por adelantado ni en condicional. Así las cosas, no vale aquello de que si tuviéramos ruedas fuéramos bicicletas.
No vale decir ahora que la derrota se debe a la campaña de miedo que desplegó la derecha, porque eso equivale a pensar que si la derecha hubiera fallado en su estrategia mediática entonces hubiésemos ganado: seamos honestos la cuenta no da.
En este sentido solo podemos constatar nuestra culpa asumiendo: 1) si el miedo hizo presa a la pequeña burguesía (esa que no se define por sus haberes sino por su falta de consciencia de clase) es en parte nuestra responsabilidad porque tácitamente aceptamos que esos miedos tenían algún fundamento y entonces ni siquiera nos propusimos atacarlos dando por perdidos esos votos de antemano; 2) si el miedo hizo presa a los nuestros, entonces somos más culpables aún, porque nuestra campaña fue convencionalmente mediática y reactiva, y no incitó al debate profundo, ese que permite que la gente se apropie de los procesos y se haga protagonista.
Luego, si no fue el miedo lo que condujo a la abstención de los nuestros, entonces fue la duda (me niego a pensar que hubo otras razones como la indiferencia o la desidia). Y en ese caso también somos culpabilísimos. Quienes dudaron, y antes que votar contra Chávez prefirieron no votar, se abstuvieron porque no estaban seguros, porque no sentían suya la propuesta. Quizás sí la de Chávez, pero no el amasijo de artículos que la Asamblea agregó con una pasmosa falta de criterio. Es probable que la Asamblea estuviera preñada de buenas intenciones (¿de verdad?) pero sorprende (¿sorprende?) su falta de sentido de la oportunidad. Y es que no es lo mismo proponer la cobertura universal para todos los trabajadores y trabajadoras, como lo hiciera el Comandante, que asegurarse el curul (y el sueldito… que no es tan ito) como lo hicieran los diputados en su propio beneficio, con el aliento de más de un ex diputados hoy Ministro. Tratando de hacer pasar lo grotesco tras lo sublime, enredaron el papagayo, con este y otros artículos y esto sin duda es uno de los elementos que contribuyó con la abstención y la derrota.
Y si no fue ni la duda ni el miedo, entonces fue el malestar. El malestar que provoca constatar en el día a día que la cosa mejora pero está lejos aún de revolucionarse. Aquí creo que hay que hacer varias lecturas. Por un lado, pienso que aún cuando el malestar sea fundado, el voto castigo o el castigo de no votar no contribuye con la creación y consolidación de mecanismos que garanticen la profundización del proceso y al contrario le imprime un freno peligroso a la revolución. Por otro lado, creo que aún cuando la revolución no haya resuelto todos los problemas, se ha alcanzado mucho más que antes y de lo que era posible alcanzar en cualquier otro contexto político. Y en fin, estoy convencida de que aún cuando haya mucho de qué quejarse, si la derecha retoma el poder entonces no solo perderemos todas nuestras conquistas sino que perderemos también el derecho a protestar. Entonces ni siquiera habrá espacio para la esperanza. Si en este caso, considero que la abstención y el voto castigo son un error político es porque no me cabe la menor duda de que la derecha no dejará escapar la más mínima ocasión para dar el zarpazo, y que en lugar de auto flagelarnos con un voto castigo o con el castigo de no votar (porque en fin de cuentas los dolientes de este país somos los único afectados) había que hacer prueba de consciencia y de unión.
Visto desde otro ángulo, y a pesar de mi percepción del fenómeno, otra cosa de la que estoy profundamente convencida es que con o sin razón, errónea o acertadamente, lo ocurrido el domingo debe ser comprendido en toda su complejidad, interpretando con mucha sabiduría las voces del pueblo para entonces actuar consecuentemente. La agudización de las contradicciones no nos puede llevar a pactar con la derecha pero tampoco a la fractura interna.
Siguiendo con lo que no es posible decir ahora que la derrota nos sorprendió. Diría que no vale decir ahora que los Alcaldes, los Gobernadores y los Ministros no hicieron bien su trabajo. Es cierto que muchos no lo han hecho, y es cierto que muchos no lo harán, por oportunistas y pasa-agachao, pero lo que tenemos que constatar es que nosotros tampoco estamos haciendo nuestro trabajo de contralores. Qué cuando lo hacemos no nos escuchan, también es verdad. Qué cuando somos críticos nos tildan rapidito de contrarrevolucionarios, también es cierto. ¿Y qué? Ahora es que tiene que tomar todo su sentido la idea de la corresponsabilidad.
Tampoco vale decir ahora que la derrota es el resultado de la incapacidad de los batallones, de los Consejos Comunales, del PSUV, de las Misiones o de la estructura del Estado. No vale sacar cuentas sobre cuantas franelas, afiches o refrigerios faltaron. El problema no es de incapacidad en términos de maquinaria electoral, el problema es de conciencia revolucionaria. Ni los Batallones, ni los Consejos Comunales ni el PSUV, ni las Misiones y mucho menos la estructura del Estado, están funcionando como entidades políticas. No se han o no los hemos politizado, no lo suficiente. Son espacios de poder, eso sí, donde se libran las más pueriles batallas por el minúsculo poder de vecindad o por el gran poder de la burocracia y de los recursos del Estado, pero en donde falta mucho camino que recorrer para alcanzar la profundidad del debate y la intensidad del compromiso que se requieren a su vez para trascender lo coyuntural.
Y mucho menos vale decir ahora que la derrota tiene que ver con una coyuntura convulsa de dimes y diretes con Presidentes vecinos, Reyes de ultramar y otros enemigos de la Revolución; tampoco tiene que ver con el desgaste que produjo el enorme esfuerzo realizado por aportarle un poco de paz a nuestros hermanos colombianos. Aún cuando estas confrontaciones no se hubieran planteado, igual hubiésemos perdido. Y en el caso que Chávez las hubiese rehuido entonces no solo habríamos perdido en el referéndum sino que habríamos perdido parte de nuestra dignidad frente a nuestros enemigos y nos habríamos traicionado si mezquinamente hubiésemos descartado la posibilidad de ayudar a nuestros hermanos.
TERCER TIEMPO. ¿QUÉ HACER AHORA?.
Tenemos que aceptar que la revolución se ha construido y seguirá erigiéndose sobre la base de una estrecha relación entre el líder de este bloque histórico y su pueblo, y que más allá de cualquier intelectualosa valoración de esta relación como contraproducente, tenemos que ocuparnos de la construcción de estructuras intermediarias que permitan atender con mayor eficacia no solo los problemas de lo cotidiano sino también la formación y consciencia política de todos los que estamos empujando este proyecto.
Así, tenemos que evaluar con mucho más desprendimiento si la estructura de los batallones permite profundizar el debate e incluso más importante aún, si permite crear lazos inquebrantables de solidaridad entre camaradas y recrear valores de convivencia cónsonos con el proyecto revolucionario.
Tenemos que repensar los batallones y los consejos comunales desde una perspectiva más amplia que nos permita mirar más allá de nuestras narices, del hueco en la calle, de la tubería, del transporte, del mercal de la esquina, es decir, que nos permita mirar más allá de lo doméstico, y que permita entonces trascender nuestra cotidianidad y pensar el colectivo de una manera más integral y más integradora que le dé cabida a un proyecto de país y de futuro.
Tenemos que dejar de mirar a las Misiones como una instancia asistencial. Esa no es su vocación, su vocación es la inclusión, es la atención, es la formación, es la formación política, es la educación para la transformación.
Tenemos que tomar conciencia de que la contrarrevolución no actúa solamente de frente y por televisión, sigue actuando, y con mucho éxito, en la estructura del Estado. Si la estructura del Estado sigue siendo "ineficiente" (palabrota tecnocrática) ya no es sólo por la herencia que nos dejó la cuarta República, ya no es sólo porque llegamos al poder sin saber cómo hacer funcionar la administración pública, ya no es sólo porque la corrupción sigue siendo una práctica a todos los niveles. Si la estructura del Estado sigue sin responder a los desafíos de la Revolución es una vez más porque no hemos alcanzado los niveles de conciencia política que se requieren y que pasan por modificar nuestros comportamientos cotidianos y comprender el impacto de nuestras acciones. La quinta columna no se personifica en agentes de la CIA disfrazados de funcionarios de tercera. La quinta columna se alimenta del escuálido disfrazado que pasa agachado en las narices de sus jefes revolucionarios, del oportunista disfrazado de chavista para la ocasión, del "revolucionario" confeso que le huye a la militancia, a la calle y a la gente, del "revolucionario" de voz en pecho que prefiere sacrificar a su camarada que sacrificar su carguito, del revolucionario que se resigna en su impotencia… la quinta columna se alimenta, del "revolucionario" con poder al que le faltan cojones.
Hemos puesto la Revolución en peligro, ahora tenemos que arrear con nuestros errores, tenemos que saber interpretar incluso con una buena dosis de dramatismo el momento político, no vale seguir pensando que podemos estar tranquilos, que el equipo gana. O radicalizamos la revolución desde abajo y desde adentro o fracasamos definitivamente.