07 Diciembre 2007
Actualizado: 10:28 PM hora de Cd. Juárez
Periodista
Miami— Primero fue el rey de España quien dijo al presidente venezolano Hugo Chávez que se callara, y ahora es la gente de su propio país la que le está diciendo “ya basta”.
El más reciente intento de Chávez de modificar la constitución e ingresar de un gigantesco salto a una sociedad socialista, fue rechazado por los votantes venezolanos en un referéndum llevado a cabo el pasado 2 de diciembre. Chávez fue rechazado no solamente por el 40 por ciento de la población que se hace llamar “la oposición”, sino también por una gran cantidad de “chavistas”, quienes hasta entonces habían dado carta abierta al líder y a su “revolución bolivarista”.
La diferencia de dos puntos en los resultados deja entrever que algunos de los seguidores de Chávez pudieron haber votado en contra de los cambios propuestos, pero también en contra del líder al no haber acudido a las urnas.
Desde 1998, el ex líder de un golpe militar ha logrado convencer a la mayor parte del país de que él es la respuesta a sus problemas. En cinco ocasiones les ha pedido que se acerquen a votar, ya sea para elegirlo, reelegirlo o apoyar enmiendas constitucionales que de manera paulatina le han permitido ejercer el control de la mayor parte de las instituciones venezolanas.
Chávez ha tenido éxito al momento de ganarse su apoyo, prometiendo incentivos financieros para los pobres, una sensación de control para quienes están cansados de la corrupción mostrada por los antiguos partidos políticos tradicionales, y un sentimiento de pertenencia para quienes no tienen derecho a votar. Ha sido capaz de reducir los niveles de pobreza invirtiendo millones de ingresos procedentes del petróleo en programas sociales.
Pero aunque muchos venezolanos hayan recibido con agrado los cambios, comienzan a percatarse de que el llamado socialismo del siglo XXI bien podría tratarse de una dictadura comunista al estilo de la de Cuba.
Y es entonces que la población se muestra reacia. Al cubrir pasadas elecciones en Venezuela, a menudo pregunté a los votantes si no temían que su país pudiera convertirse en un estado comunista y Hugo Chávez en otro Fidel Castro. A pesar de la evidente presencia de operativos cubanos en distintas áreas de la sociedad venezolana, la respuesta era, de manera sistemática: “No, eso no pasará aquí”.
Eso creían –hasta que empezaron a ver con más detenimiento algunos de los cambios a la constitución aprobados por la asamblea nacional, mismos que Chávez les pedía que ratificaran en el referéndum. Algunos de esos cambios fueron particularmente atractivos para la mayoría de la clase trabajadora: reducir la semana laboral de 44 a 36 horas, crear un fondo para las personas empleadas de manera informal que les garantizara prestaciones como primas vacacionales y pensiones, extender el derecho a la educación gratuita de la preparatoria a la universidad.
Sin embargo, a los votantes no se les dio a elegir cuáles enmiendas serían implementadas y cuáles bloqueadas. La menor carga de trabajo y el acceso a más prestaciones venían de la mano de la creación de un gobierno totalitario que, entre otras cosas, permitiría a Chávez ejercer la presidencia de manera indefinida.
También daría al presidente el poder de reemplazar a funcionarios electos por líderes nombrados por Chávez en provincias y municipios. Concedería al jefe de estado el poder absoluto sobre los asuntos financieros del país al conferirle el control del banco central, hoy en día una de las pocas instituciones que aún se mantienen autónomas. Y posiblemente, en una de las cláusulas más peligrosas, otorgaría al presidente la autoridad para declarar estado de emergencia, lo cual le permitiría suspender derechos básicos que, de acuerdo con Derechos Humanos, son “intocables conforme a la ley internacional”.
El día de las elecciones, una de las más grandes sorpresas no fue que las reformas constitucionales fueran rechazadas dado que la mayoría de las encuestas habían previsto el fracaso, sino que Chávez aceptara la derrota sin presentar batalla. Sus partidarios comentan que lo anterior demuestra que no es un dictador sino un verdadero líder demócrata. No obstante, sus oponentes están más al tanto. Quienes han seguido de cerca su búsqueda por revolucionar no solamente su país sino la región como un todo, saben que no se detendrá ante nada.
A menos, como todo mundo presenció el pasado 2 de diciembre, que los habitantes de Venezuela decidan poner un alto a Chávez.
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