Esta
semana comenzó el proceso de culminación del año escolar en Venezuela, que,
formalmente, cerrará el ciclo a comienzos de julio. Y se da entre cuatro escenarios
que marcan el desafortunado tratamiento que recibe en el país esa tarea de alta
factura social y moral, como es la formación de la muchachada, desde la
pre-escolar o educación inicial, hasta la universitaria, incluyendo
post-grados, diplomados y similares.
Tales
escenarios no son otros que –indistintamente del orden de su ubicación- la
culminación de un período de 180 días de actividades que, al final, no llega a
130, como consecuencia del arrebatón de casi 50 por las más sorprendentes, como
inverosímiles razones. Y que van desde conmemoraciones, duelos, recogimientos,
días feriados, celebraciones, arremetidas naturales, destrucción de centros de
enseñanza, hasta todas las demás que cada lector pueda detectar en el medio de
lo imposible, pero que en Venezuela son reales, en atención a que, últimamente,
el tema educación no pasa de ser otro patético motivo para las incursiones
ideológicas, en procura de la “construcción del nuevo hombre” que mañana hará
posible la presunta gloriosa vida en socialismo.
Un
segundo aspecto es aquél que está relacionado con el llamado que se le ha
estado haciendo a profesores jubilados de la educación media y educandos en
formación para desempeñarse mañana en esa área, para que digan si están
dispuestos a, literalmente hablando, “matar tigres”. Especialmente, en liceos
públicos y privados que por carencia de profesores especializados en ciertas
materias “obligadas”, para que contribuyan a “ayudar a los muchachos” a recibir
una ligera formación capaz de justificar la colocación de una nota y, por
supuesto, a darle rostro propio a un promedio estudiantil que mañana
determinará opciones en potenciales carreras universitarias.
El
tercero tiene que ver con el torneo destructor de la formación plural
universitaria venezolana, y que se ha emprendido desde los propios
despachos gubernamentales, como
componente determinante de la materialización del intento de hacer del “hombre
nuevo”. Es decir, del sueño “sesentoso”
identificado como la gran meta del pensamiento único, alineado con un
igualitarismo ideológico que, para segura indignación de sus promotores, es hoy
componente medular quimérico en la avanzada incontenible de las redes sociales.
Sí, de las mismas que parieron la llamada Primavera Árabe, y que hoy, para
fortuna de las sociedades de pensamiento libre, han terminado por convertirse
en el más eficiente recurso ciudadano, para calibrar el buen o mal desempeño de
las burocracias del mundo, y conminar a los Estados a ser expresión de lo
eficiente en sus desempeños y transparente en la administración de los fondos
públicos, en contra de su histórica vigencia de ser, en muchos casos, jardín
para la corrupción, campo abierto para la multiplicación de frustraciones
colectivas.
Y,
por supuesto, el último escenario tiene que ver con la obvia y cuestionable
expresión gubernamental, de pretender conducir la educación en el país como una
especie de arreo llanero, hacia lugares de no retorno, cuando ante sí a quienes
tiene es a un conglomerado de ciudadanos que, según la vigente Constitución de
la República Bolivariana de Venezuela, es dueña incuestionable de un derecho
humano que no se le puede seguir concibiendo y tratando como una concesión
graciosa de quien gobierna.
Diferentes
países del Continente registran en sus nóminas educativas, a centenares de
profesionales de la docencia venezolana que, para tragedia nacional, están en
esos lugares impartiendo formación y enseñanza de la que, día a día, son
desprovistas las generaciones de relevo.
Asimismo,
distintos países del mundo se disputan especialistas venezolanos en las más
heterogéneas áreas de la ciencia aplicada, mientras que otros reclutan
investigadores que aquí se les obliga a envejecer improductivamente, al tener
que sacrificar sus méritos para canjearlos por grados de adulancia y
seguimiento forzoso a propósitos extracátedra.
En
exigentes puestos de trabajo en Norteamérica, Europa, Asia, Oceanía y África para estudiantes del mundo que se
aventuran a pretender vivir cada día mejor y en un ambiente de libertad, no son
pocos los venezolanos que hoy se esmeran en autofinanciarse pregrados,
postgrados y especializaciones. A la vez que sueñan con el retorno a su Patria
algún día, para ser portadores y difusores de la transferencia tecnológica que
hoy es supuestamente letra pequeña entre los no difundidos acuerdos
gobierno-gobierno, pero que nunca se manifiestan en efectos demostrativos de
semejante beneficio.
Los
espacios ganados en el país para la participación por educadores, educandos y
padres y representantes, actualmente son empleados para reclamar que, desde las
instancias públicas, tiene que producirse una atención distinta a la falsa
concepción y creencia de que en Venezuela, educación es sinónimo de buena o
mala, dependiendo del volumen de recursos financieros que se le asigne, con
base en un registro presupuestario condicionado por las exigencias del
igualitarismo masificador. No obstante, ese accionar pareciera ser actualmente
una infructuosa tarea en el medio de otro espacio, relacionado con el modelo de
desarrollo que se insiste en seguir apuntalando. Aun cuando los resultados de
lo que se ha pretendido imponer por la fuerza durante la última década, hoy
demuestran que su razón de ser es incompatible con más de 150 años de
trayectoria de un esfuerzo productivo, que, si bien no ha alcanzando estándares
de eficiencia y competitividad para los nuevos retos de la globalidad, se
corresponde con el cultivo del libre emprendimiento, de la creatividad no
mediatizada como la más pura manifestación de la libertad, y hasta los lineamientos
que determinan el devenir económico de los países vecinos, incluyendo algunos
de los cuales juegan a la “hermandad” con Venezuela en procesos integradores
regionales.
Desde
luego, como en otros casos que también demandan una mayor dedicación perceptiva
de lo que está sucediendo, y disposición a contribuir con la multiplicación
de atenciones a todo aquello que tiene
que revisarse y someterse a la necesaria, como inevitable modernización de
objetivos, también en el caso de la educación le corresponde a toda la sociedad
venezolana un involucramiento más definido. Porque de lo que se trata el
compromiso recurrentemente proactivo del presente, es mucho más que la
observación pasiva de apreciar que en el país, educar es una responsabilidad
social mal remunerada, peor tratada, injustificadamente sometida a la
exclusión, y que la educación, sencillamente, es materia que se concibe con
enfoques primitivos, espeluznantemente reaccionarios.
No se trata de lamentos, tampoco de cultos a la indignación. Sí de sumarse a la tarea de exigir que la educación no sea sólo un producto para la manipulación agazapada en mensajes de renovación. La educación es tarea de todos. Y a todos corresponde impedir que cada nuevo año escolar termine como el actual.
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