lunes, 24 de junio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, ARREANDO LA EDUCACIÓN, FORMATO DEL FUTURO…

Esta semana comenzó el proceso de culminación del año escolar en Venezuela, que, formalmente, cerrará el ciclo a comienzos de julio. Y se da entre cuatro escenarios que marcan el desafortunado tratamiento que recibe en el país esa tarea de alta factura social y moral, como es la formación de la muchachada, desde la pre-escolar o educación inicial, hasta la universitaria, incluyendo post-grados, diplomados y similares.

Tales escenarios no son otros que –indistintamente del orden de su ubicación- la culminación de un período de 180 días de actividades que, al final, no llega a 130, como consecuencia del arrebatón de casi 50 por las más sorprendentes, como inverosímiles razones. Y que van desde conmemoraciones, duelos, recogimientos, días feriados, celebraciones, arremetidas naturales, destrucción de centros de enseñanza, hasta todas las demás que cada lector pueda detectar en el medio de lo imposible, pero que en Venezuela son reales, en atención a que, últimamente, el tema educación no pasa de ser otro patético motivo para las incursiones ideológicas, en procura de la “construcción del nuevo hombre” que mañana hará posible la presunta gloriosa vida en socialismo.

Un segundo aspecto es aquél que está relacionado con el llamado que se le ha estado haciendo a profesores jubilados de la educación media y educandos en formación para desempeñarse mañana en esa área, para que digan si están dispuestos a, literalmente hablando, “matar tigres”. Especialmente, en liceos públicos y privados que por carencia de profesores especializados en ciertas materias “obligadas”, para que contribuyan a “ayudar a los muchachos” a recibir una ligera formación capaz de justificar la colocación de una nota y, por supuesto, a darle rostro propio a un promedio estudiantil que mañana determinará opciones en potenciales carreras universitarias.

El tercero tiene que ver con el torneo destructor de la formación plural universitaria venezolana, y que se ha emprendido desde los propios despachos  gubernamentales, como componente determinante de la materialización del intento de hacer del “hombre nuevo”. Es decir, del sueño  “sesentoso” identificado como la gran meta del pensamiento único, alineado con un igualitarismo ideológico que, para segura indignación de sus promotores, es hoy componente medular quimérico en la avanzada incontenible de las redes sociales. Sí, de las mismas que parieron la llamada Primavera Árabe, y que hoy, para fortuna de las sociedades de pensamiento libre, han terminado por convertirse en el más eficiente recurso ciudadano, para calibrar el buen o mal desempeño de las burocracias del mundo, y conminar a los Estados a ser expresión de lo eficiente en sus desempeños y transparente en la administración de los fondos públicos, en contra de su histórica vigencia de ser, en muchos casos, jardín para la corrupción, campo abierto para la multiplicación de frustraciones colectivas.

Y, por supuesto, el último escenario tiene que ver con la obvia y cuestionable expresión gubernamental, de pretender conducir la educación en el país como una especie de arreo llanero, hacia lugares de no retorno, cuando ante sí a quienes tiene es a un conglomerado de ciudadanos que, según la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, es dueña incuestionable de un derecho humano que no se le puede seguir concibiendo y tratando como una concesión graciosa de quien gobierna.

Diferentes países del Continente registran en sus nóminas educativas, a centenares de profesionales de la docencia venezolana que, para tragedia nacional, están en esos lugares impartiendo formación y enseñanza de la que, día a día, son desprovistas las generaciones de relevo.

Asimismo, distintos países del mundo se disputan especialistas venezolanos en las más heterogéneas áreas de la ciencia aplicada, mientras que otros reclutan investigadores que aquí se les obliga a envejecer improductivamente, al tener que sacrificar sus méritos para canjearlos por grados de adulancia y seguimiento forzoso a propósitos extracátedra.

En exigentes puestos de trabajo en Norteamérica, Europa, Asia, Oceanía  y África para estudiantes del mundo que se aventuran a pretender vivir cada día mejor y en un ambiente de libertad, no son pocos los venezolanos que hoy se esmeran en autofinanciarse pregrados, postgrados y especializaciones. A la vez que sueñan con el retorno a su Patria algún día, para ser portadores y difusores de la transferencia tecnológica que hoy es supuestamente letra pequeña entre los no difundidos acuerdos gobierno-gobierno, pero que nunca se manifiestan en efectos demostrativos de semejante beneficio.

Los espacios ganados en el país para la participación por educadores, educandos y padres y representantes, actualmente son empleados para reclamar que, desde las instancias públicas, tiene que producirse una atención distinta a la falsa concepción y creencia de que en Venezuela, educación es sinónimo de buena o mala, dependiendo del volumen de recursos financieros que se le asigne, con base en un registro presupuestario condicionado por las exigencias del igualitarismo masificador. No obstante, ese accionar pareciera ser actualmente una infructuosa tarea en el medio de otro espacio, relacionado con el modelo de desarrollo que se insiste en seguir apuntalando. Aun cuando los resultados de lo que se ha pretendido imponer por la fuerza durante la última década, hoy demuestran que su razón de ser es incompatible con más de 150 años de trayectoria de un esfuerzo productivo, que, si bien no ha alcanzando estándares de eficiencia y competitividad para los nuevos retos de la globalidad, se corresponde con el cultivo del libre emprendimiento, de la creatividad no mediatizada como la más pura manifestación de la libertad, y hasta los lineamientos que determinan el devenir económico de los países vecinos, incluyendo algunos de los cuales juegan a la “hermandad” con Venezuela en procesos integradores regionales.

Desde luego, como en otros casos que también demandan una mayor dedicación perceptiva de lo que está sucediendo, y disposición a contribuir con la multiplicación de  atenciones a todo aquello que tiene que revisarse y someterse a la necesaria, como inevitable modernización de objetivos, también en el caso de la educación le corresponde a toda la sociedad venezolana un involucramiento más definido. Porque de lo que se trata el compromiso recurrentemente proactivo del presente, es mucho más que la observación pasiva de apreciar que en el país, educar es una responsabilidad social mal remunerada, peor tratada, injustificadamente sometida a la exclusión, y que la educación, sencillamente, es materia que se concibe con enfoques primitivos, espeluznantemente reaccionarios.

No se trata de lamentos, tampoco de cultos a la indignación. Sí de sumarse a la tarea de exigir que la educación no sea sólo un producto para la manipulación agazapada en mensajes de renovación. La educación es tarea de todos. Y a todos corresponde impedir que cada nuevo año escolar termine como el actual.

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