Todo
problema lo resuelve el régimen según su miopía ideológica la cual lo convierte
en causa directa para arrogarse un
infundado maltrato. Y de ello se vale para complicar aún más el país en todos
sus ámbitos.
No todo lo que sucede
en la vida, resulta de la sucesión ininterrumpida de eventos concomitantes o
vinculados a situaciones particulares. Muchas veces, esas situaciones o
condiciones son causadas por brincos que ocurren en el trazado de los objetivos
que en principio las definen. Brincos o saltos éstos que se suscitan a
consecuencia de la alternabilidad que, naturalmente, ocurren en un plano de
circunstancias aisladas entre sí. No obstante, en el mundo de la política estos
sucesos, aunque semejantes, se comportan con sucintas diferencias. Sobre todo,
por causa de choques entre intereses a pesar de que estos se expongan a
condiciones análogas. El problema surge cuando estas condiciones lucen marcados
contrastes. Es ahí cuando el comportamiento de estos intereses tiende a
modificarse haciendo que cambie no sólo la apariencia de la condición asociada
a los mismos. También, su naturaleza.
Esta explicación
adquiere sentido al situarla frente a la situación política venezolana
determinada por el decreto renovado este mes por el presidente estadounidense,
Barack Obama. Desde luego, que el
ambiente político nacional vuelve a acalorarse. Pero sin alguna razón de peso o
causa ciertamente acusadora que justifique el desvío de la decisión del
gobierno norteamericano y que se tradujo en la exacerbación de los ánimos
oficialistas. Específicamente, porque el régimen socialista no ha querido
entender que dicho decreto sólo contiene “sanciones limitadas” a ciertos
personajes quienes, a juicio de EE.UU., han mostrado un comportamiento
deshonesto en Venezuela al desviar recursos económicos para fines personales:
fortunas ilícitas y escandalosas obtenidas mediante procedimientos también
ilegítimos y al margen de la decencia.
La declaración de una
“emergencia nacional”, tal como lo señala la medida presidencial norteamericana,
es una herramienta con la que cuenta el presidente de Estados Unidos para
aplicar sanciones contra funcionarios que han sido protagonista de episodios de
corrupción, violencia política o que han atropellado derechos humanos. De
hecho, Max Toner portavoz adjunto de la diplomacia estadounidense, explicó que
la descripción de “amenaza para la seguridad nacional” es simplemente una
fórmula jurídica utilizada por los presidentes estadounidenses para tener la
argumentación legal necesaria que les permita imponer sanciones en el ámbito
exclusivo del territorio norteamericano. Así que realmente ello no constituye
amenaza alguna para Venezuela pues no está dirigida ni contra el pueblo
venezolano, ni contra su gobierno.
El problema tiene la
borrosa connotación que pretende darle el embadurnado gobierno criollo pues
raya en un show de pésimo espectáculo. Para ello suscribe su actuación a un
agotado modelo de diplomacia radical que colisiona con la esencia de una
democracia cimentada sobre valores de respeto consagrados por la Constitución
nacional cuando exalta como derecho económico “la creación y justa distribución
de la riqueza”. De un riqueza basada en el trabajo honrado y digno. Pero el
concepto arrugado de “revolución” que sigue el régimen venezolano, no se plantea
reconocer que la intención del gobierno norteamericano reside en la necesidad
de motivar y compartir áreas de mutua convivencia y observancia de ley tal como
es ansiado por los venezolanos. Es decir, la búsqueda de una Venezuela
democrática, próspera y segura. De un país que respire bienestar, justicia,
libertades y pluralismo político. Es así que este y otros muchos problemas, los
resuelve el régimen aferrado a su miopía ideológica la cual utiliza como
criterio para arrogarse un infundado maltrato del cual se vale para complicar
más aún el país. En este caso, agrava la situación con el pretexto del presunto
asedio norteamericano por vía del referido decreto.
Tan apesadumbrada
reacción gubernamental, le acarrea mayor desconfianza al país perjudicándole
todavía más su economía, ya bastante destartalada. Así que el renovado decreto
del presidente Obama, a manera de confrontar la impunidad que desborda las
acciones del gobierno venezolano, significa el establecimiento de límites que
eviten tanta degradación al sentido de justicia que requiere el desarrollo de
pueblos que se precian de actuar bajo un Estado de Derecho. Lo contrario, es
simplemente vulgarizar una corrupción amparada por todo lo que un gobierno
puede silenciar y ocultar bajo los efectos de la osadía de la ignorancia.
VENTANA DE PAPEL
UNA POLÍTICA QUE
CALDEÓ LA CALLE
Los últimos eventos
que ha escarmentado Venezuela, dejan ver el divorcio de las políticas
gubernamentales con los clamores nacionales. Por consiguiente, las realidades
se fracturaron hasta romperse en tantas partes como intereses y necesidades
fueron organizándose al amparo de facciones y movimientos político-partidistas.
Mientras el pueblo ha padecido de un sinnúmero de problemas relacionados con
los derechos que lo asisten como colectivo humano, el gobierno ha hecho ver
ante los ojos del mundo que en Venezuela todo está mejor que bien. Que casi lo
convirtió en el “país de la maravillas” del cuento del escritor británico Lewis
Carroll. O acaso, “Juan Bimba en el país del maravilloso legado del comandante
galáctico”.
Pero a decir por lo
que la teoría política ilustra, el problema tiene una lectura distinta. Una
visión fundamentada en razones que explican políticas públicas corroídas por
culpa de gobernantes para quienes el objetivo central ha sido hacer
proselitismo por encima de todo. Creen que de ello depende conservar el poder
sin que importen problemas de otra naturaleza que no sean aquellos que les
asegure la estabilidad política, exclusivamente.
Ante lo que esta
desconexión entre gobierno (sirviéndose de un mensaje provocador) y pueblo (su
realidad) se ha generado, el país ha entrado en momentos como jamás, su
historia republicana, ha referido.
Ahora, las realidades
son otras de las que se dieron en 1998 cuando la revolución, aunque para
entonces callada, arribó al poder con Hugo Chávez a la cabeza. Puede decirse
que si de alguna forma el extinto presidente, en doce años de mandato, signó el
devenir nacional con su impronta de equivocaciones y desmembraciones sociales,
su sucesor no pudo con el país. Éste no llegó a calzarlo pues la horma del
país, le quedó bastante grande a su capacidad. No le han valido los trucos ni
la magia. Tampoco las oraciones que en estos últimos años han elevado los
brujos revolucionarios.
Por lo contrario, el
país se anarquizó a consecuencia del desorden bajo el cual pretende gobernarse.
En medio de ese andamiaje construido al azar e improvisadamente, el alto
gobierno ha jugado a las oportunidades que las coyunturas le ofrecen. De esta
manera, apostando a ganar alguna de las partidas, el régimen socialista se
plantea excusas que permitan justificarse ante los resultados que la
incompetencia gubernamental provoca. Pero al perder tales oportunidades por
llegar tarde o considerar estratégica la tardanza, los funcionarios o adeptos
al proceso se empeñan en comprometerse por encima de sus habilidades. Y eso es
lo que en verdad, tiene marcado al país. Pero marcado en el pizarrón de los
países perdedores. Indistintamente de que en otrora Venezuela fue un país
ejemplo en numerosos tópicos que enorgullecían a sus habitantes, ahora ocupa
los últimos lugares en indicadores de desarrollo y democracia. Y entre los
primeros, en listas de gobiernos corruptos, tramposos y quebrados. Además,
entre los más violentos e inseguros.
De nada le ha valido
al régimen sus discursos antiimperialistas o que reivindiquen una moral
socialista pues los problemas de la población son otros que el régimen ni
atiende ni entiende. O no quiere hacerlo. Las medidas asumidas por el Ejecutivo
Nacional, plantean propósitos que al desconocer las realidades, producen un
efecto de perturbación que canaliza resultados contraproducentes. Por eso el
gobierno sale peor parado cada día. Su popularidad decae ante ojos oficialista
que sólo ven “cuanto hay para eso”.
El régimen no se
cuidó de las consecuencias que sus
decisiones provocaron ya que alentaron y siguen animando seguidas protestas
populares. Aunque a pesar de ello, la situación que se vive pasó a ser una
esperanzadora respuesta ante una política que caldeó la calle.
“Cuando la ignorancia
se desparrama sobre el ámbito de gobierno, las decisiones elaboradas se
encauzan o por la vía de la indolencia, a sabiendas del perjuicio que acarrean
las medidas tomadas, o de la mano de la inopia a pesar de que los daños
generados causen los mismos o peores problemas”
Antonio
José Monagas
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