Hay un concierto impresionante entre el ruinoso estado de la economía bajo el modelo chavo-madurista y el creciente malestar popular. Podría considerarse esa una perogrullada porque parecería lógico que si la economía está en muy mala situación la popularidad del gobierno se resienta. Sin embargo, no siempre ha sido así. Jaime Lusinchi terminó su mandato con un altísimo respaldo y una economía en picada. Carlos Andrés Pérez –su sucesor- recibió el impacto de una rezagada impopularidad que no pudo remontar pese a que su paquete comenzaba a mostrar signos de recuperación.
No conozco una crisis más profunda que la del socialismo llamado del siglo XXI. Es de carácter integral. Abarca todas o casi todas las áreas del hacer administrativo y se proyecta sobre la filosofía que la inspira; pero se trata también de fallas geológicas de la conducción, tan inepta para analizar las experiencias mundiales y extraer conclusiones de cien largos años de intentonas fallidas, así como de la ciega fe depositada en la creencia de que habrán fracasado ensayos socialistas pero no el socialismo mismo, que todavía “ama y espera”, para decirlo con palabras de don Rómulo Gallegos.
El naufragio del modelo presidido en este momento por el presidente Nicolás Maduro es sistémico y también puntual. En un árbol caído pueden retoñar ramas verdes y hasta flores, pero en Venezuela cuesta encontrarlas porque nada parece funcionar. ¡Pero Jorge Rodríguez y PDVSA han mejorado el bulevar de Sábana Grande! me ataja un chavista medular. Es verdad, reconozco, y no obstante esas pequeñas realizaciones no hacen sino resaltar la catástrofe general y sobre todo medular. Son 16 años con poderes omnímodos y la inmensa suerte despilfarrada de recibir los macroingresos fiscales y de divisas con mucho más altos de nuestra historia.
Acabo de introducir la palabra “medular”. Estoy pensando en el crimen que esta gente ha cometido con PDVSA, el corazón de la economía venezolana, el centro del sistema nervioso. Antes del asalto de que ha sido objeto, esa empresa fue reputada como la segunda corporación petrolera en el mundo y ahora se hunde en la obsolescencia, las refinerías paralizadas, la falta de inversiones, la más escandalosa corrupción y el descrédito ominoso, al punto que pocos quieran retratarse con ella, no sea que los vinculen a la podredumbre del lavado en Bancos europeos y americanos intervenidos o en trance de intervención.
La gestión gubernamental ha pisoteado todas las banderas que alguna vez defendió junto al resto de los venezolanos. El país ha retrocedido no menos de 70 años. Decapitada su capacidad productiva agrícola, agroindustrial y manufacturera ha devenido economía de puertos: monoproductora, monoexportadora y en consecuencia pluriimportadora.
En el orden político semejante desastre se ha traducido en una operación de control absoluto, vocacionalmente totalitaria. ¡Qué hegemonía comunicacional ni qué ocho cuartos! Es una dictadura mediática, afirma Marcelino Bisbal, un honrado y profundo comunicólogo venezolano. Hay espacios que deben ser ampliados y defendidos, aprovechando que en América no hay lugar para dictaduras sin origen electoral -salvo Cuba, un residuo del pasado- razón por la cual éstas necesiten legitimarse constantemente en consultas electorales, que terminarán perdiendo, hagan lo hagan, muy probablemente a partir de este año.
Las vestiduras constitucionales le vienen estrechas y no ocultan perversiones resaltantes como la violación de derechos humanos, los dirigentes opositores y estudiantes encarcelados hasta que lo dispongan los mandamases, los dirigentes perseguidos con saña o enviados al exilio, todo eso explica los aburridos magnicidios, golpes o invasiones sin que aparezca el menor indicio, no digamos prueba. Es un sublime esfuerzo para desviar la atención y justificar los desmanes. Una operación que ha puesto a prueba a reputaciones extranjeras, gobiernos latinoamericanos y dirigentes amedrentados.
Es un drama desplegado en el marco de un sacudimiento que envilece sin tregua la moneda, daña las importaciones y el intercambio porque las divisas se esfuman. Lo peor es lo que falta, los duros impactos por encajar, como los relacionados con el lavado de dinero, el no descartable default y la minimización de PDVSA en medio de acusaciones que deberá enfrentar y juicios que la desgranan.
No he querido dejarme arrastrar por el océano de las malas noticias. ¿Es que se les acabó el repertorio de argucias destinadas a ganar tiempo? He conversado con especialistas que considero muy acreditados y me he puesto en los zapatos del gobierno para explorar mecanismos susceptibles de mejorar su reputación. ¿Habrá un chapulín colorado que pueda ayudarlos a superar el trance o a seguir corriendo la arruga?
Han tomado la lamentable decisión de rematar activos valiosos con el fin de afrontar los pagos vencidos. Citgo hipotecada, el oro en venta, las manipulaciones con el encaje legal para inducir a la banca privada a comprar más Bonos de la deuda pública y Letras del Tesoro, y finalmente multiplicar la impresión de dinero inorgánico para que buena parte de la inflación siga recayendo sobre los empobrecidos venezolanos de ingreso fijo.
Destruyendo al país todavía tendrían un faltante considerable que no se sabe de dónde saldrá. No sé cómo financiarán el ventajismo electoral. Parecen atrapados, para recordarles que el cambio democrático perfilado en el horizonte no va a repetir la historia de los perseguidos de ayer convertidos en perseguidores de hoy. No habrá venganzas. Habrá justicia para todos. La disidencia va a unificar el país, no a fraccionarlo, no lleva un talonario de cuentas por cobrar. Para el gobierno, aceptar la derrota será mucho mejor que atravesársele a la voluntad popular.
Es una era de cambios democráticos. Es la incansable Venezuela, que no se resigna.
Americo Martin
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