El curso que está tomando el impasse entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela me genera una sensación bipolar: de un lado una preocupación, por la posibilidad nada desdeñable de que Obama se deje torcer el brazo por la presión de Venezuela y un creciente combo de países de América, y conceda una suspensión de las medidas dictadas contra los represores y corruptos sancionados; y del otro un moderado optimismo, ante la perspectiva de que el presidente de USA aproveche el pedido de conversaciones que promueven Maduro y su combo para instalar en el tablero una sencillas exigencias que podrían dinamizar un escenario que luce estancado y lleno de peligros para el campo democrático.
Antes de que me acribillen los que se sienten más gringos que Obama, recordaré que un retroceso o frenazo del gobierno americano en política internacional no sería la primera ni la última vez que ocurriese. Lo hizo en Bahía de Cochinos, cuando luego de entrenar, armar y transportar a una legión de heroicos jóvenes cubanos que intentarían derrocar a la naciente tiranía, les negó el apoyo aéreo que les había sido prometido y sin el cual se reducían a cero sus posibilidades de avanzar en territorio de la isla.
Lo hizo en Afganistán, cuando un grupo de valientes luchadores anti-talibán condujo a una tropa élite de USA al campamento donde se encontraba reunido Osama Bin Laden con la cúpula del Talibán, y cuando el terrorista estaba en la mira de un mortero se consultó telefónicamente a la Casa Blanca si disparaban y el presidente Clinton dijo que no, por razones jurídicas; como consecuencia de la abortada misión y de la falta de cobertura americana, Al Qaeda localizó el escondite de los luchadores que habían guiado a los Seals y los acribilló a todos.
Así que todos sabemos que estas cosas pasan. Y ante ellas surjen a posteriori los pragmáticos sabihondos que te sermonean: “chico, las potencias no tienen amigos sino intereses”. Por ello me preocupa que el presidente Obama se deje llevar por la habilidosa táctica elegida por el chavismo para enfrentar el tema de las sanciones: mientras las aprovecha al máximo para acorralarnos al máximo a los opositores y para desarrollar su narrativa anti-imperialista, de cara al exterior pide negociaciones con USA, con la única y sencilla petición de que las sanciones sean suspendidas. Para ello se vale de un frente armado con sus apoyadores de siempre –Unasur, Alba y Petrocaribe- agrupaciones de escaso peso específico pero que en este caso resultan un portento frente a la ausencia de aliados que exhiben los gringos, dada la elección que han hecho de un camino unilateral. Ya Alba y Unasur han anunciado que emprenderán gestiones para mediar en tal negociación.
La sesión de ayer en el Senado americano contó con el testimonio de Mr. Russ Dallen, un valioso ciudadano que ha vivido en Venezuela y ama como nosotros a nuestro país, donde editó por varios años el recordado diario en inglés “The Daily Journal”. Entre otras estupendas opiniones y propuestas, Mr. Dallen expresó que el gobierno de Obama ha subestimado el papel que puede jugar la OEA en la situación venezolana y sugirió que ese país realice una efectiva gestión multilateral, con todo el peso específico que conservan en la región, para que el gobierno de Venezuela modere por lo menos su ofensiva represiva contra la oposición y para controlar sus inminentes maniobras dirigidas a torcer el resultado de las próximas elecciones parlamentarias.
La próxima Cumbre de las Américas, por celebrarse en Panamá el próximo abril, sería el escenario más propicio para que el presidente Obama, si es cierto que quiere ayudar a nuestra causa democrática (y yo creo que es así), lidere una acción política y diplomática que promueva un cambio de rumbo en la estancada crisis venezolana. La anunciada reunión con los gobiernos de las islas del Caribe (previa a la cumbre de Panamá) es un indicio de que pudiese estar marchando en el camino correcto: tal como sugirió ayer Mr. Dallen, USA aporta a esas pequeñas naciones mucho más que el gobierno chavista, pero jamás lo ha capitalizado en términos diplomáticos; y al parecer Obama se propone hablar con ellos de estabilidad energética, algo que parece estar próximo a cojear desde el oportunista lado venezolano.
Una firme declaración de Obama en la Cumbre de las Américas, en favor de los derechos humanos, la transparencia gubernamental y la equidad electoral en Venezuela sería el marco adecuado para que acepte la mediación de cualquiera que haya comisionado Maduro para acercarse a los EEUU. Que se reuna con ellos, escuche las peticiones de Maduro –que hasta ahora se resumen en la suspensión de las sanciones a sus funcionarios- y les entregue un breve pliego de exigencias, de ser posible consensuado y/o consultado con un grupo de países de la región.
En cualquier negociación que se abra, Obama no deberá retirar las sanciones ya emitidas. Ellas me han parecido inoportunas e inconvenientes, no porque no lo merezcan esos corruptos violadores de derechos humanos, pero ya que las dictó tendrá que mantenerlas. Si las retira habrá concedido a Maduro una descomunal victoria simbólica, de esas que le gustan a Fidel Castro mucho más que las económicas o militares, y por consiguiente sería una catástrofe para los opositores. No olvidemos el caso del Pollo Carvajal en Aruba, cuya detención fue ardorosamente celebrada aquí por el anti-chavismo, para recibir en 48 horas una amarga decepción del Reino de Holanda (“las potencias no tienen amigos…”) en lo que fue celebrado como un triunfo apoteósico por el régimen corrupto.
Pero en la eventual negociación, Obama sí podría ofrecer que no emitirá nuevas sanciones si el gobierno venezolano acepta un sencillo paquete de dos condiciones, solicitadas no por los Estados Unidos sino por la OEA y hasta la ONU (por supuesto que también Unasur, que en todo esto será el comodín de Maduro). Serían las mismas que sugirió Russ Dallen en el Senado de USA:
- Que un grupo de trabajo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (más la Cruz Roja, si se quiere, como pidió Unasur) visite a los presos políticos Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos, Raúl Baduel y otros, y a los estudiantes presos y sometidos a juicios políticos.
- Que una delegación plural y suficientemente integrada de la OEA venga a Venezuela como Observadores Internacionales del próximo proceso electoral parlamentario. Que dicha presencia tenga la suficiente anticipación, en días o semanas, para observar los particulares de la campaña electoral; y que las condiciones de la observación, incluidas las atribuciones y límites de los observadores, sen objeto de un acuerdo negociado entre la OEA y el CNE (esto último no sería una novedad, ya fue así en el pasado con el Centro Carter y con la OEA). Sería inadmisible que esa observación quede reducida a Unasur, solución que será pretendida por el régimen.
Eso es lo que sería negociar. Yo te doy algo y tú me das algo. Lo digo para ilustración de los vengadores errantes, que sentirían la pérdida de un brazo si se los priva del orgasmo que les ocasiona ver sancionados a los pillos y sátrapas que tanto despreciamos.
No estoy seguro de que Maduro esté dispuesto a otorgar alguna de estas dos condiciones. Sobre todo la segunda, referida a dejarse ver por la OEA durante los descarados ventajismos y trapacerías que tendrá que poner en marcha para impedir una arrolladora victoria de la oposición. Pero intentarlo no le resulta nada difícil a Obama, quien obtendría de ello una considerable legitimación de su política hacia Venezuela y un marco multilateral del que hasta ahora ha carecido. En caso de no aceptar Maduro sus dos condiciones, continuaría con las sanciones, esa vez con un amplio ámbito de comprensión y hasta de apoyo de parte de numerosos países de la región.
Thaelman Urgelles
turgelles@gmail.com
@TUrgelles
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