Un día, te das cuenta que conociste al amor de tu vida. Con timidez, la invitas a salir y te sorprendes porque ella acepta. Luego de un par de años, junto con ella, tomas una decisión trascendental. Te casas y comienzas una nueva vida que trae muchas sorpresas porque es un proceso que nunca termina. Nuevos hábitos, nuevas experiencia y mientras tanto, sin darte cuenta sigues madurando.
Un día especial te enteras que una nueva vida está en camino. Con mucho miedo y al mismo tiempo felicidad, te entusiasmas y con tu esposa comienzas a preparar el cuarto para darle la mejor bienvenida al nuevo miembro de la familia, a alguien que se parecerá a los dos pero en ese momento y mucho después, aún no sabes que sólo es un préstamo que te hace la vida. Luego llegan los trasnochos, la angustia porque la bebé tiene fiebre o porque no quiere comer y así, sin darte cuenta ella crece y tu ganas madurez, responsabilidad y años.
Luego llegan más hijos y en cada oportunidad florece nuevamente la vida. La casa se llena de flores, de muebles, de llanto, de reclamos, de celos…..Ahora la mesa ya no tiene a dos personas que comparten. La mesa ahora está llena de gente. Así con los primeros días de colegio, la casa se completa con cuadernos y creyones que compras para entusiasmar a Mariana en su primer día de colegio. La maestra te dice que debes irte para que ella se acostumbre y en ese momento no sabes si el llanto es de ella que quiere un abrazo o tuyo que quieres abrazarla. En tu trabajo, estás pendiente de ese primer día. Alguna vez llega a casa rasguñada porque peleó con una amiguita. Otras veces te citan al colegio porque ella empezó una pelea.
Así, transcurre el tiempo y entes de darte cuenta ya Mariana está terminando su primaria. La experiencia te sirve para los otros hijos Ivancito y Luís que también reclaman, hacen bulla y quieren sus creyones y cuadernos. También aparece un dibujo en una pared recién pintada y nadie fue, nadie confiesa y tú te ríes mientras la madre protesta por la tremendura.Ya el mercado no son cuatro cosas, tienes que comprar compotas, cereales, leche y ropa. Afortunadamente, se puede y de alguna manera, sientes la satisfacción de hacer lo mismo que te enseño tu padre. Allí, en ese momento lo comprendes más y sabes cuánto vale mantener una casa.
El tiempo pasa, se escurre entre las manos mientras tus hijos ganan años y tú avanzas en tu vida. De pronto un día tu hija recibe un amiguito que te cae gordo pero lo dejas pasar…. De vez en cuando lo invitas a compartir tu mesa, Dios este niño, no come, ¡traga ¡
Por razones amargas, un mal día, por convicciones, por principios mi hija y yo nos quedamos sin empleo, fuimos botados por un patán que el tiempo demostró que no era más que un simple ladrón. Tu hija se va del país en busca de oportunidades que el país le niega. Allí se casa y nunca regresa, tiene a mis nietos, la última de las cuales aun no conozco. Al tiempo una tras otro se van los otros hijos, a formar sus familias, a buscar empleos en otro país y mientras tanto, tu pelo se va volviendo blanco. La vajilla ya no se usa y ahora, sólo se compran tres cebollas y cuatro papas. El pollo cuando se consigue, siempre sobra. Ya no hay carne, ni divisas para visitar a los hijos, ni medicamentos ni papel toalet.
La casa está vacía, ya no hay quien ponga música en alto volumen, ya no hay peleas. Sólo hay camisas y zapatos que no son de tu talla. En la mesa sólo hay dos comensales. La inseguridad y la delincuencia desatada te dejan preso en tu propia casa. Y al fin comprendes que ya no hay casa. Que la casa no son los muebles, no son los platos, ni es la mesa del comedor vacía. Que la comida ya no es una fiesta, que la comida sólo es rutina. Porque en esta etapa, un hogar son los hijos, son los nietos que ya están lejos y aunque puedes hablar con ellos de vez en cuando, no están contigo.
Los amigos se van marchando, unos fuera del país y otros porque las enfermedades del cuerpo y del alma se los están llevando. Ahora te despierta el silencio mientras esperas y extrañas el ruido, el bochinche y las peleas en las cuales debías servir de árbitro.
Mientras esperas una llamada, el saludo lejano de un nieto y la bendición que otorgas con una tristeza infinita, van pasando rápidamente los días. Ya no puedes viajar porque te atracan en la vía y te pueden matar como un perro. Y es entonces cuando piensas en lo que tuviste que ya no tienes. Y entonces, te acuerdas de tu padre y las maravillosas oportunidades de escuchar sus historias y anécdotas, aunque fueran mil veces repetidas.
Cuando añoras el tiempo que no tuviste para escucharle porque pospusiste muchas conversaciones hasta que ya no había quien te las contara. Y entonces comprendes que es la vida. Que te estás haciendo viejo y que tú también repites una y otra vez las mismas historias que nadie quiere volver a escuchar. Una casa vacía no es hogar. Un hogar es cuando está llena de hijos y de nietos. Mientras tanto, es sólo una casa vacía. Y tú, ya no eres un muchacho lleno de sueños, algunos de los cuales no cumpliste. Ahora eres un señor mayor, con los hijos y nietos lejos, en una casa que se quedó vacía.
Iván Fernández
Chicho2512@hotmail.com
@chicho2512
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