Lamento
que Carlos Saladrigas no haya entendido mi artículo El papa y la pobreza. Yo no
fustigo al Papa ni arremeto contra la Iglesia. ¿Por qué habría de hacerlo si no
son mis adversarios y tengo una multitud de amigos cristianos?
El
Papa me parece un señor bondadoso y ocurrente, aunque hubiera preferido que
hubiese recibido a las Damas de Blanco y estuviera más decididamente junto a
quienes en Cuba piden libertades políticas. Por otra parte, creo que la Iglesia
Católica, hechas las sumas y restas, es una institución que ha sido beneficiosa
para Occidente. Nuestro mundo no se explica sin esa huella moral judía,
trenzada, además, con la civilización greco-romana de donde procedemos.
Tampoco
se me ocurriría calificar a Bergoglio de comunista por decir las cosas que a
veces afirma. Los papas dicen cosas tremendas. Pero repetir la frase de San
Basilio (“El dinero es el estiércol del demonio”), como hace Francisco con
frecuencia, o afirmar que el capitalismo mata (Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium), me parece un provocador exceso que no contribuye al mejor debate
sobre la miseria humana.
No
entro en cuestiones religiosas, ni en lo que afirman los evangelistas que
Cristo dijo, porque no fui tocado por la gracia divina de la fe. Declaro mi
absoluta perplejidad en esta materia. No tengo la menor idea de si Dios existe
o no, lo que me lleva a respetar todos los credos, pero ni el contenido de los
Evangelios, el Corán, los cuatro Vedas, o cualquier otro libro sagrado, me
resultan argumentos inapelables, aunque algunos los consideren “verdades
reveladas”.
Naturalmente,
si Dios existe y está pendiente de lo que los seres humanos hacen, dicen o
creen en este remoto y diminuto lugar del inmenso universo, con el objeto de
premiarlos o castigarlos en la vida eterna, todo es posible, incluida la
existencia de ángeles y demonios, del purgatorio, de las 72 huríes vírgenes que
aguardan a los viriles e infatigables yihadistasmusulmanes en el paraíso, o de
la reencarnación en la que creen los practicantes del hinduismo.
No
obstante, si Dios no existe, todas las religiones son falsas, aunque seguirían
siendo útiles como un factor social cohesivo, siempre y cuando no traten de
imponer su exclusividad por métodos violentos.
Esa
es la humilde esencia de la posición de los agnósticos. No sabemos, y, por lo
tanto, no negamos (como los pesimistas ateos) y no afirmamos (como los
creyentes convencidos).
Segunda
lectura
En
una segunda lectura de mi artículo, sospecho que Saladrigas comprenderá lo que
he querido decir: la Iglesia ha practicado la caridad desde sus comienzos, y
eso está muy bien, pero si se trata de erradicar la pobreza, o reducirla
sustancialmente, el modo de lograrlo es creando las condiciones para que el
conjunto de la sociedad, mediante el trabajo, consiga crear las riquezas que
ello requiere.
Ese
fue el camino tomado por varias naciones en la segunda mitad del siglo XX, como
sucede con los cuatro dragones o tigres asiáticos –Taiwán, Singapur, Hong Kong
o Corea del Sur– o con Israel, el “tigre semita”, como le ha llamado un
periodista.
Pero
para crear riquezas hacen falta empresas exitosas que generen bienes y
servicios apreciados por los consumidores, y ese complejo fenómeno suele ser el
resultado de una delicada combinación cultural entre la prevalencia de la ética
de la responsabilidad, el impulso de los emprendedores, una mano de obra
calificada, las necesidades del mercado, la existencia de una tensa competencia
que mejora la calidad de la oferta, los recursos disponibles y la actitud y
hospitalidad de la sociedad expresadas en su sistema político, en su modelo
económico y en el modo con que perciben y tratan a los triunfadores.
La
experiencia, y no los dogmas, nos han enseñado que ese fenómeno ocurre mejor en
donde coinciden la democracia, el ejercicio crítico de la libertad, el mercado
y los derechos de propiedad, como sucede en esos 25 países que menciono en mi
artículo. Es en esa atmósfera donde germina la riqueza de una manera más rotunda
y decidida.
Es
obvio que ese proceso de enriquecimiento individual y colectivo es imperfecto y
está sujeto a marchas y contramarchas, a catástrofes naturales y a las creadas
por el hombre, o a hallazgos e innovaciones que cambian el curso de los saberes
y quehaceres, pero esa fórmula ha probado ser mucho menos mala que las otras
empleadas hasta la fecha.
Carlos
leyó descuidadamente o faltó a la verdad cuando desfiguró mis palabras y afirmó
que yo había escrito que: “la suma de decisiones económicas individuales
siempre redundan en el bien común”.
Lo
que dije –y seguramente Saladrigas coincide– es que esas decisiones
individuales son “generalmente beneficiosas”. Mucho más que cuando los
comisarios deciden por nosotros lo que debemos producir o consumir.
Por
supuesto que el mercado también es imperfecto y hace o destroza fortunas, y la
codicia crea burbujas que devoran grandes sumas de capital, pero, como sostenía
Joseph Schumpeter, es gracias a ese “fuego creador” que la sociedad avanza en
busca del progreso. Es verdad que el mercado, por decisión de los consumidores,
incineró a Kodak, pero sus cenizas sirvieron para abonar a Apple o a Samsung.
Yo
no pudiera haber escrito que el mercado redunda en el “bien común”, porque
gracias a la lectura de ese enorme pensador que fue –murió hace un par de años–
el premio Nobel de economía James M. Buchanan, aprendí que, salvo en contadas
excepciones, el “bien común” no existe, y los funcionarios electos o
designados, que son como la mayor parte de la gente, invariablemente tomarán
sus decisiones en defensa de sus intereses y de su clientela política.
Sin
embargo, como Carlos Saladrigas es un exitoso empresario, dueño de una fortuna
bien habida acumulada desde cero con su trabajo e inteligencia, tengo una
curiosidad especial en saber qué parte de su capital debe entregarles a los más
necesitados o “desiguales” para cumplir con las reglas de la equidad, de
acuerdo con la cristiana DSI.
Cuando
el Papa define que la dignidad de las personas se nutre de al menos tres tes
(techo, tierra y trabajo), elementos a los que califica como derechos, supongo
que Su Santidad Francisco estará consciente de que está “repartiendo” bienes
futuros, todavía no creados, que cuestan una considerable cantidad de recursos
y deben ser aportados o transferidos por otros trabajadores.
Si
realmente existe el derecho a poseer una vivienda, los trabajadores, por medio
del gobierno, deberán proporcionársela a toda persona o familia que quiera
ejercer ese derecho, un esfuerzo considerable si tomamos el precio medio de
EEUU, $50,000 por unidad.
Si
todas las personas tienen derecho a la tierra, sucede algo parecido, pero aún
más complicado porque el Papa ni siquiera define el tamaño, la calidad y la
ubicación.
Pero
donde todavía es más absurda la propuesta es en el tema del derecho al puesto
de trabajo. ¿En qué empresa y para servir a cuáles clientes? ¿Y si no hay
beneficios, cómo se mantiene esa empresa y cómo paga los salarios?
Para
que haya puestos de trabajo es indispensable que existan empresas privadas o
públicas que los generen, pero para que ello sea posible esos empleos deben ser,
cuando menos, necesarios y rentables.
En
las sociedades comunistas, como la cubana o la soviética de donde esta
procedía, había pleno empleo y se respetaba el derecho al trabajo, pero lo que
realmente sucedía es que las personas engrosaban innecesariamente las
plantillas de las empresas, hundiendo paulatinamente el aparato productivo,
reduciendo, en la práctica, el salario real de los trabajadores porque no
realizaban una actividad laboralmente beneficiosa. Recibían un salario, pero no
tenían un verdadero empleo.
UNA
SOCIEDAD PERFECTA (QUE NO HA EXISTIDO NI EXISTIRÁ NUNCA) SERÍA AQUELLA EN LA
QUE EL GASTO SOCIAL SERÍA CERO, Y LA CARIDAD Y LA COMPASIÓN NO RESULTARÍAN
NECESARIAS
Claro,
el Papa o la Iglesia pueden alegar que cuando hablan de derechos lo hacen para
alertar a la sociedad sobre lasnecesidades de los pobres, pero lo que
transmiten no es una advertencia razonable, sino un mensaje de “lucha de
clases” que conduce a la frustración y a la certeza de que los que han
conseguido vencer la pobreza y acumular bienes, son unos canallas avariciosos
que mantienen deliberadamente en la miseria a una parte sustancial de sus
conciudadanos.
Es
una lástima que el papa Francisco no conozca el prólogo que José Martí escribió
a losCuentos de hoy y de mañana de Rafael de Castro Palomino. De ahí extraigo
este breve párrafo:
“Pero
los pobres sin éxito en la vida, que enseñan el puño a los pobres que tuvieron
éxito; los trabajadores sin fortuna que se encienden en ira contra los
trabajadores con fortuna, son locos que quieren negar a la naturaleza humana el
legítimo uso de las facultades que vienen con ella”.
El
gasto social
En
todo caso, una institución como la Iglesia que (al margen de difundir su
respetable hipótesis de que Jesús es el Hijo de Dios y regresará a juzgarnos),
justifica su existencia en el ejercicio de la caridad, su principal tarea,
siempre sostendrá la tendencia a creer que la calidad moral de una sociedad y
el gobierno por ella segregado, se mide por la intensidad del gasto social y el
compromiso con los menos favorecidos, pero sucede exactamente lo opuesto.
Una
sociedad perfecta (que no ha existido ni existirá nunca) sería aquella en la
que el gasto social sería cero, y la caridad y la compasión no resultarían
necesarias, porque todas las personas y todas las familias podrían ganarse el
sustento y costear una razonable calidad de vida con el producto de su trabajo.
Como
sabemos que siempre habrá personas enfermas, desvalidas, o intelectual y
emocionalmente incapaces de ganarse el sustento y contribuir al mantenimiento
de ellas y de sus familia, es indispensable y moralmente justo que el conjunto
de la sociedad les eche una mano, pero hay formas inteligentes de hacerlo sin
crear lazos perpetuos de dependencia y sin convertir esas ayudas en formas de
clientelismo.
Ojalá
que más de dos mil años de continuados fracasos en la tarea de erradicar la
pobreza le hayan servido a la Iglesia para comprender que una cosa (muy
encomiable) es asistir a los pobres, y otra muy diferente erradicar la pobreza.
En eso estamos todos.
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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