Primero que todo, una aclaratoria: el título está referido a Bolívar y su alta percepción de cómo debe ser entendido el ejercicio de la juricidad; no a ese travestismo que desde hace dieciséis largos años ha estado arropándose con ese atributo, pero haciendo todo lo contrario a lo que predicaba el Libertador. Son, sin lugar dudas, más bolivistas que bolivarianos. Hecha la aclaratoria, entremos en materia.
La
mayor desgracia que ha ocurrido durante estos primeros años del siglo XXI en
Venezuela —aparte de haber escogido dos ignorantes, sectarios, vengativos, que
no supieron escoger sus ministros— es tener un Poder Judicial en el cual la
mayoría de los jueces desconoce el derecho, cuida mucho su chamba, es venal y
no se atreve a dictar sentencia sin haber recibido una orden o una aquiescencia
del Ejecutivo. Y, para más desgracia, los
pocos que saben de derecho no lo ponen al servicio de la Ley, ni de la
justicia, sino que se afincan en contra del débil jurídico. Eso sí, siempre que este sea un miembro de la
oposición. Porque si es un copartidario
de ellos, no hay sentencia condenatoria y, cuando mucho, les dirán en alta voz:
“no lo vuelvas a hacer”. Y luego, sotto
voce agregan “a menos que me lleves de socio”.
Para
esos jueces, casi todos sin tener la titularidad del cargo —otro instrumento
para tenerlos sometidos— reseño algunas de las ocasiones en las que don Simón
expresó el alto concepto que tenía de la justicia. Hago reconocimiento expreso a don Miguel
Hurtado Leña, uno de mis lectores, por haberme hecho llegar un escrito suyo en
el cual abundan las explicaciones de como los “pensamientos de El Libertador,
—en su mayoría convicciones cívicas y éticas— ponen en evidencia las
contradicciones que existen entre el auténtico ideario bolivariano y la manera
de gobernar, de hablar y de actuar” de los mangantes de ahora, quienes parecen
“cada día más— todo lo contrario de lo que pensaba Bolívar (…) cuya
preocupación constante fue “por la correcta administración de la justicia como
el instrumento básico para preservar la libertad del individuo y la única
garantía de los derechos ciudadanos consagrados en la constitución y en las
leyes”. Muchas de las citas que emplearé
fueron sugeridas por el señor Hurtado.
Fue
en un discurso pronunciado en Bogotá, en 1815, en ocasión de la incorporación
de Cundinamarca a las Provincia Unidas, que Bolívar propuso como prioridad:
“…el establecimiento de tribunales supremos, que (…) sometiéndose ciegamente a
ellas en la distribución de la justicia, aseguren el honor, la vida y la
fortuna de los ciudadanos. (…) La justicia es la reina de las virtudes
republicanas y con ella se sostienen la libertad y la igualdad”. Luego, en 1817, siendo fiel a esta idea, en
Angostura instauró una Alta Corte de Justicia porque estaba convencido de que
esta era “la primera necesidad de la república,” ya que, a través de ella:
“…quedarán
a cubierto los derechos de todos, y las propiedades, la inocencia y los méritos
de los ciudadanos no serán hollados por la arbitrariedad de ningún jefe militar
o civil, y ni aún del jefe supremo. El
poder judiciario de la Alta Corte de Justicia goza de toda la independencia que
le concede la Constitución Federal de la República de Venezuela”. Estoy seguro que ninguno de los jueces del
horror, comenzando por la reina del Botox y terminando con la candidata a
cónsul en Chile —cuyo nombramiento (si tuviésemos un gobierno serio y lo hubiese
interiorizado) debiera ser abortado lo más pronto posible— no hubiese tanto
preso inocente por expresar su pensamiento.
Después,
en su discurso en Angostura Bolívar propuso: “Que los tribunales sean
reforzados por la estabilidad y la independencia de los jueces; por el
establecimiento de jurados; de Códigos civiles y criminales (…) dictados por la
voz de la naturaleza, por el grito de la Justicia y por el genio de la
Sabiduría”. Eso tampoco lo acatan ni los
magistrados ni los legisladores. Quienes
parecieran que están ahí solo para aprobar más y más créditos adicionales al
gobierno. Porque la función contralora
está ausente del Palacio Federal; y la de elaborar leyes se la regalaron tanto
al pitecántropo barinés como al ilegítimo ensañado con sus paisanos de allende
el río Táchira. De ocuparse de lo que en
verdad les compete, en el Código Penal vigente no hubiese tantos artículos que
penalizan los derechos de opinión y de manifestación. Somos, para vergüenza nacional, uno de los
pocos países en el mundo que todavía mantiene tal tipología delictual. Todo, para complacer al manganzón de turno en
Miraflores. Con toda razón, don Miguel
nos hace recordar que, alguna vez, la Fosforito exclamó: “somos la mayoría y,
por lo tanto, podemos hacer lo que nos dé la gana”. Me imagino que en ese momento, su diploma de
abogada se cayó del clavito en la pared y se hizo añicos…
Cito
a Hurtado nuevamente: “Era tal la convicción de Bolívar del respeto que se
debía tener por la independencia de los jueces que, aún en los asuntos
personales suyos, practicó y dejó sentado este principio (…) Cuando su hermana
María Antonia, en 1825, lo instó a que escribiese desde su alto sitial al juez
que seguía la causa en un pleito que la familia Bolívar sostenía (…) Bolívar le
respondió desde Lima: ‘Yo no escribiré a ningún juez (…) por más que tú te
empeñes. No quiero exceder los límites
de mis derechos, que, por lo mismo que mi situación es elevada, aquellos son
más estrechos. La suerte me ha colocado
en el ápice del poder; pero no quiero tener otros derechos que los del más
simple ciudadano. Que se haga justicia y
que esta se imparta si la tengo. Si no la tengo, recibiré tranquilo el fallo de
los tribunales’”. ¡Guaaao! ¿Qué pensarán de esto tantos jerarcas del
régimen que llaman a a jueces para favorecer a un pariente o a un
copartidario? Recientemente, han
aparecido altos funcionarios con matutes de productos de primera necesidad,
acaparados para enviarlos al “vecino país”.
Uno de ellos se hizo famoso por retratarse con dos machetes en las manos
para “defender la revolución”. ¡Ja! Más cerca aún en el tiempo supimos de un
malandro que utilizó la camioneta oficial de su mamá para robar, junto con otros
compinches, una casa de familia. Nos
gustaría sobremanera poder leer en las noticias las sentencias que les sean
impuestas. Pero lo pongo en duda; son
copartidarios del PUS.
Remato
con otra afortunada concepción de don Simón: “De ordinario el Ejecutivo no es
más que el depositario de la cosa pública (…) El Poder Judicial contiene la
medida del bien y del mal de los ciudadanos; y si hay libertad, si hay justicia
en la República, son distribuidas por este poder. Poco importa a veces la
organización política, con tal que la civil sea perfecta; que las leyes se
cumplan religiosamente y se tengan por inexorables como el destino.”
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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