jueves, 17 de septiembre de 2015

ENRIQUE MELÉNDEZ, BOLÍVAR EN JAMAICA


El Libertador llega a Jamaica en mayo de 1815. Viene expulsado de Nueva Granada, a causa de su rivalidad con Manuel Castillo, jefe de las tropas acantonadas en ese momento en Cartagena. Llega con un séquito de seis personas: su secretario Pedro Briceño Méndez, dos edecanes y dos mucamos, que habían sido esclavos suyos; a quienes les había otorgado la libertad, pero que se habían quedado bajo su servicio en tal condición; es decir, seis bocas a las que tiene que mantener, y para lo que sólo cuenta con una bolsa de morocotas; que llama de inmediato la atención de la dueña de una pensión, a la que llegan en Kingston, ubicada en un barrio bajo, y que es lo que contrasta también con su apariencia de patricio; de modo que por aquí más se le afinca aquélla a la bolsa de morocotas. Allí alquilan una amplia habitación, en la que cuelgan las hamacas, que han traído, y por la que pide la dueña tres meses por adelantado.

         Sería una estada en Jamaica cargada de peripecias. Héroe derrotado; pero héroe al fin, y con esta aureola se relaciona con algunas figuras ilustradas de la isla; comerciantes ingleses, entre ellos, uno que lo asistirá económicamente, una vez escanciada la bolsa de morocotas, con el cuento de unos “prestamos”, que le pedirá el Libertador; otro que le escribirá una carta, solicitándole información sobre el fenómeno político, que se ha gestado en el Nuevo Mundo, con motivo del proceso de emancipación, en el que se han declarado sus diferentes pueblos, cuya respuesta “a un nativo de la isla” vendrá a conocerse como la Carta de Jamaica, dictada a Briceño Méndez un 6 de septiembre de 1815, es decir, 200 años atrás.
         Bolívar escribe estas líneas, cargadas de optimismo; cuando más su espíritu russoniano lo lleva en su máxima exaltación; tomando en cuenta la fe que pone en ese momento en lo que será el desarrollo cultural de los nuevos pueblos de América; bajo el esquema civilizatorio, que se ha adoptado en el Viejo Mundo, a raíz de los procesos de democratización iniciados por Napoleón en cada uno de ellos. Su estado de ánimo no es el mejor; puesto que ha ocurrido una tragedia en sus narices: uno de los mucamos, El Negro Pío, ha sido comprado por una considerable cantidad de pesos por un agente de Morillo, a los fines de que lo acribille con un puñal, mientras duerme, y esto hace El Negro Pío, sólo que no es el Libertador contra quien atenta, sino contra Félix Amenosty, un agente de Bolívar que le recluta mercenarios en el Caribe, para su soldadesca y que se ha quedado dormido en su hamaca, a la espera de verlo, ya que se trata de un asunto financiero, y el Libertador, para el instante está ausente.
         Aquel atormentado héroe disfruta esa noche de las mieles del amor; pues resulta que en ese medio de comerciantes ingleses ha conocido a una joven viuda; una mulata oriunda de Santo Domingo, con una buena posición económica; gracias a la dote que le ha dejado el marido; de vida libre desde entonces, dotada de una gran belleza, y quien se prenda de inmediato de aquel héroe; que incluso en un primer momento se siente muy avergonzado ante ella, a propósito de las condiciones en que vive. Así que por las tardes este sujeto se va, y amanece con una viuda que lo espera en su casa en transparencias. ¿No sabía El Negro Pío de las andanzas de su amo? El hecho es que a Bolívar lo perturbó mucho el gesto de traición de aquel muchacho, sobre todo, porque había sido casi criado suyo, y en este estado de ánimo escribe la famosa Carta de Jamaica.
         ¿Russoniano, he dicho? El Libertador entra a abordar lo que sería una dialéctica en lo que ha dejado la colonización, que ha llevado a cabo España a lo largo del continente, y de donde, en efecto, ha nacido una sola nación con una lengua, una religión y una cultura común, sólo que una nación muy despoblada, y los centros urbanos están separados por grandes distancias; de modo que ninguna de sus partes puede formar un todo, sino que cada una tiene que funcionar aparte, sin dejar de pensar, por supuesto, en una confederación de naciones, y es cuando ya asoma la idea de lo que será el Congreso de Panamá, e incluso desde allí aborda esa posibilidad de una sola nación de naciones.
         Pero hablo de Rousseau en el entendido de que allí está plasmada toda la idea de la sociedad ideal, que proclama este filósofo, la sociedad del constructo, que reta a la naturaleza en perfección con el equilibrio de sus leyes, y que es lo que persigue el Libertador para este conjunto de naciones; sólo que, a su juicio, estas naciones deben ser guiadas por el protectorado inglés; ya que para la época Inglaterra era la nación más desarrollada del mundo; partiendo del hecho de que le parecía que la colonización de España había sido muy precaria. En la historia de Occidente se había dado una implosión, y es que la América, luego de tres siglos de colonización, rebasaba a España, y había desarrollado una conciencia política mucho más moderna, que la suya, y esto porque su gente se había formado con el pensamiento de la filosofía de la ilustración. Precisamente, con la Carta de Jamaica, el Libertador se da a conocer como un pensador político; además de guerrero, y en la Carta de Jamaica está plasmada, lo que sería su tesis política, su idea de lo que debe ser un gobierno; momentos en los que su conciencia es democrática; distante todavía de aquel sujeto arrogante, que se conocerá en 1826, cuando comience a abrigar sueños monárquicos; aunque sí se mantiene en la línea centralista, que sostendrá durante toda su vida, a raíz de lo que conocerá como la caída de la I República, cuya causa se la achaca al federalismo.
         Ideas que por la noche le esgrimía a su nueva novia, y quien no se explicaba cómo aquel sujeto; que estaba hospedado en una casa de un barrio de bajo fondo, proclamara estas cosas, y que presumía que él iba a ser el artífice de una transformación en ese Nuevo Mundo.
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo

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