Nicolás
Maduro si llegó a ser Presidente dejó de serlo hace rato, no porque nadie lo
haya tumbado sino porque, carente de fuerza propia, es remolcado por el turbión
de la crisis de la cual es figura relevante. Chávez solía decir de sí que era
“una simple brizna de paja arrastrada por el huracán de la revolución”, esa
falsa humildad escondía una arrogancia infinita, la del dueño del proceso. No
era ninguna brizna. Maduro es diferente, carece de centro y de fuerza; no vuela
alto sino que los vientos cruzados lo lanzan contra las paredes y lo tienen sin
poder levantarse a ver por dónde queda la puerta o la ventana.
Estos personajes no saben nada de marxismo. En vez de reconocer las fuerzas de la historia, como corrientes de fondo que establecen las posibilidades y limitaciones de los dirigentes, más bien son presas de un voluntarismo petrolero, que, agotado, hace que la historia se niegue a obedecer sus caprichitos.
La
acción de gobierno se reduce a manotazos a ver qué sale. Si un enfrentamiento
con Guyana no resulta, pues se agarra Colombia. Si este se vuelve inmanejable
siempre está a la mano EEUU para suplir la dosis necesaria de enemigos
externos. Mientras todas las violaciones a los derechos humanos ocurren ante
los ojos sorprendidos de la comunidad internacional, el país ha profundizado el
proceso de disolución al que el régimen lo ha condenado.
La
crisis humanitaria asoma su horrible rostro. Se ha comenzado a desencadenar en
algunos sectores y áreas del país, debido a la carencia de producción nacional,
al agotamiento de las reservas disponibles para importar, al destrozo de las
redes de distribución formales y su toma por redes informales, así como por la
corrupción que emponzoña todo el sistema.
El
estallido social tan temido, llegó. No llegó con el rostro del 27 de febrero de
1989, sino con centenas de rebeliones localizadas. Hay un estallido social que
todavía no es uniforme y aullante, pero está a un tris de serlo.
Las fuerzas, una vez desatadas, tienen su propia lógica: nadie las maneja; se lanzan furiosas hasta que su energía interna se agota. Cuando son inmensas, la represión las exacerba y no las puede someter. El poder rojo nadie lo asaltó, se cayó, se derramó y sólo espera por quien lo recoja.
Este
tema deberá planteárselo la oposición democrática; de no hacerlo, el poder
permanecerá derramado hasta que se lo proponga o desfilen enigmáticos
caballeros andantes, dentro o fuera del Mar Rojo, que lo hagan. ¿Quién recogerá
lo que yace desparramado en la vereda de la historia?
Carlos
Blanco G.
@carlosblancog
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www.tiempodepalabra.com
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