El gobierno autoritario venezolano, actuando en nombre de una justicia ni tan ciega, y de libertades ahora conculcadas, cometió serios desvaríos todos ilícitos para las leyes internacionales.
SIN
PAÍS DE REPUESTO
Cual
hambrienta jauría, parecían los militares y policías acatando impúdicas órdenes
de la Presidencia de la República de corretear las comunidades asentadas a
orillas del Río Táchira, o en los municipios tachirenses aledaños a la frontera
con Colombia. Las fotos publicadas por las redes sociales, de gente huyendo
ante el cerco montado por miembros de las insolentes fuerzas militares
venezolanas, mostraron el carácter perverso de tales hechos. Los mismos,
además, dejaron ver el menosprecio a los derechos humanos y el vapuleo al
concepto de “Debido Proceso”, término éste concebido en íntima relación con lo
que la Constitución Nacional exalta cuando describe que “Venezuela se
constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia que
propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación,
la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad (…)”.
Lo
que recién vivió la ya precaria democracia, fue un golpe duro a su comprensión.
El hecho de definir a tanta gente como “colombianos”, hizo que se actuara
contra ellos sin advertir que eran seres humanos con derechos, necesidades,
esperanzas, virtudes y fortalezas. El gobierno autoritario venezolano, actuando
en nombre de una justicia ni tan ciega, y de libertades ahora conculcadas,
cometió serios desvaríos todos ilícitos para las leyes internacionales. La
diplomacia, no estuvo presente en tan aciagos momentos. Tampoco, la
consideración, el respeto, la tolerancia y la compasión. Ninguno de estos
valores fueron acatados. Mucho menos, atendidos.
La
soberbia militar, en complicidad con el populismo demagógico, no advirtió que
eran seres humanos, con los problemas e ilusiones que añora toda persona que
desea la vida por encima de cualquier circunstancia. Personas humildes poseídas
de mucho miedo. Aunque también, cargadas de la mayor impotencia ante la
posibilidad de defender lo suyo. Muchos buscaron huir ante la indolencia y la
arrogancia que caracteriza al militar cuando sin comprender el daño que comete,
se comporta cual sicario o mero mercenario. Solamente, por el absurdo poder que
le otorga portar un fusil y bayoneta calada con la nimia excusa de “defender la
revolución”.
De
verdad, Agosto fue un tiempo de nostalgia, contradicciones y atropellos. Tan
suramericanos como cualquier venezolano, estos hermanos de historia y de sueños,
se vieron en la imperiosa necesidad de cruzar los límites de lo que fue el
territorio de la Gran Colombia, con su carga de recuerdos a cuestas. Las
fuerzas opresoras fueron inclementes, como lo son en tiempos de dictadura. Ni
siquiera, a estos coterráneos se les permitió trastear sus más recónditas
pertenencias. Su violento transitar al otro lado del débil caudal de agua que
divide a Colombia de Venezuela, fue razón para dejar atrás la vida que,
seguramente, entre sacrificios y desventuras, lograron construir.
Tan
grave desconcierto, inculcado por causas improcedentes propias de una política
gubernamental incoherente, mezquina y sectaria, devino en cuadros de craso
dramatismo. Familias separadas, proyectos de vida perdidos en el rebullicio
inducido, expectativas rotas, afectos separados. Pero sobre todo, realidades
transgredidas que evidenciaron ante el mundo entero, el resentimiento de un
gobierno cuya desazón o remordimiento, característica de su mentada revolución,
lo viene colocando en desventaja ante las exigencias de cambios que comprometen
la disposición de un país de visión amplia, responsable y democrática. Más aún,
luego de comprender que ningún venezolano deberá resguardarse de las agresiones
de una tiranía siguiendo el ejemplo del avestruz. O sea, enterrando la cabeza
pues a la hora final, cada venezolano sabrá defender lo que por historia le
pertenece. Por eso, la dinámica política le ha enseñado a vivir sin país de
repuesto.
VENTANA
DE PAPEL
DESPUÉS
DEL CIERRE DE UNA FRONTERA
Ciertamente,
el cierre de una frontera se convierte en un problema de factura no más
política que económica. Especialmente, de índole emocional. Aunque para muchos
es una medida extrema que se adopta en casos de auténtico peligro bélico por
causa de una confrontación militar con un Estado vecino. Ello, inevitablemente,
deja una cicatriz imborrable en la población. La tristeza es capaz de desplomar
esperanzas. Pero también de provocar los más vehementes enardecimientos los
cuales pueden encender actitudes de fogosa beligerancia política. Es así como a
decir de Antonio Camilli, activista ciudadano, “hoy me creció el amarillo en mi
bandera y las estrellas se escondieron de vergüenza”. Los excesos cometidos
contra los habitantes de la zona objeto del repudiable Estado de Excepción, son
expresión del fascismo que aplicó Benito Mussolini inspirado en esquemas
ideológicos que pretendían la reorganización nacional y política de Italia. La
demolición de viviendas que igualmente caracterizó cumplir con la orden del
Estado de Excepción impuesto, pareció seguir el ejemplo de algunos gobiernos
autócratas cuando han decidido actuar en represalia contra acciones que han
considerados “en su contra”. Pero lo que más ha atormentado al mundo, es la
orden impartida por el régimen criollo de retener a los niños nacidos en
Venezuela arrancándoselos a sus padres, tal como ocurrió bajo la satrapía del
nazismo. Tan cuestionado e injustificado proceder gubernamental, pretende
suprimir la discrepancia política en beneficio del presidencialismo que tan
obscenamente contempla la Carta Magna. La descripción de los atropellos,
vejaciones, violaciones, robos y hasta desproporcionadas prácticas cometidas
por la fuerza militar contra los colombianos radicados en este lado de la
frontera, asustan e impresionan de manera abismal. El ensañamiento, el
salvajismo, con que han actuado los efectivos militares venezolanos contra los
pobladores en la frontera Táchira-Norte de Santander, indistintamente si eran
niños, mujeres o ancianos, nunca se había visto en nuestro país. Ni siquiera,
bajo las dictaduras más sanguinarias que ha adolecido Venezuela. Sin embargo,
deberá procurarse un análisis que explique las causas que originaron tan
cuestionada actuación gubernamental. Y aunque las respuestas pueden ser distintas,
siempre la opinión pública se inclinará por aquellas relacionadas con la
impunidad y corrupción que arrastra el régimen. Y no es para menos, a decir por
las irreversibles tendencias que tienen revuelto al país. Y el régimen,
amilanado ante los días por venir a propósito del reacomodo
político-legislativo que habrá de llegar con la esperanzadora victoria de la
oposición democrática en diciembre próximo. Sobre todo, por el daño que con
tanta indolencia ha cometido el régimen al haber mutilado las capacidades de un
país privilegiado por Dios y la Madre Naturaleza. Pero hoy, “las cartas están
echadas” luego de lo mal que se ha vivido. Más aún, después del cierre de una
frontera.
CON
LAS BOTAS PUESTAS
No
hay duda de que el amañado conciliábulo que gobierna Venezuela, está
desesperado ante el muy probable resultado adverso que obtendrá en las
elecciones parlamentarias. Por esta razón, posiblemente, está tratando de
fomentar la abstención y la división del voto opositor. Además, podría utilizar
todo el poder del Estado para aumentar a niveles máximos el acostumbrado y
descarado “ventajismo” en el proceso electoral. Trataría de aumentar el número
de votos fraudulentos, que en el pasado cercano fue alrededor de 350.000. Sin
embargo, la oposición democrática está hoy más preparada para el control y la
defensa del voto. En todo caso, el régimen deberá escoger entre un fraude
evidente y descarado, o aceptar a regañadientes la derrota, que por un lado,
será un verdadero terremoto político que
muy probablemente iniciará un “deslave” en el apoyo al régimen.
Particularmente, en los sectores más pragmáticos y oportunistas del gobierno.
Así que tomando en cuenta que el chavismo seguirá teniendo una relevante cuota
de poder, la nueva correlación de fuerzas podrá crear las condiciones
necesarias para una transición
concertada. En cambio si la decisión del régimen es aplastar la voluntad
popular, la legitimidad nacional e internacional del gobierno se hundiría
indefectiblemente. Pero a todas estas, el pueblo estará vigilante pues desde
ahora anda caminando con las botas puestas.
“Cuando
la soberbia y el engaño son utilizados como criterios de gobierno, desencadenan
las más feroces resistencias cuyos efectos pueden alcanzar las consecuencias de
cualquier conmoción propia de una naturaleza política y social reactiva y
contestataria”
AJMonagas
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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