No
soy el primero en señarlo, pero lo que pasa en la frontera colombo-venezolana
tiene muy poco que ver con los colombianos deportados, cuya cifra escandalosa
ya se acerca a los 10.000, víctimas todos de una actitud canalla del gobierno
de Maduro.
Estamos,
en realidad, ante un ensayo de golpe de Estado.
La
cortina de humo es espesa. Es cierto, por ejemplo, que la disparidad demente
entre las tasas de cambio, sumada al precio ridículo de la gasolina al otro
lado de la frontera hacen que la zona se llene de malandros. ¿Riegan una
montaña con alpiste y luego pretenden que no vengan los pájaros a comérselo? La
culpa no es de los pájaros, sino de los que riegan el alpiste. La represión,
claro, no afecta a estos malandros por la simple razón de que tienen relaciones
privilegiadas con la Guardia Nacional venezolana y con el chavismo, cuando no
son miembros de ambos. Vaya, entre otras, “paramilitares” esos, que no portan
armas y viven el barriadas humildes, como Mi Pequeña Barinas. Han de ser
paramilitares idiotas.
Un
dato es esencial para entender la situación: según todas las encuestas, el
chavismo tiene perdidas, por más de 20 puntos, las elecciones del 6 diciembre.
Esto significa que ni siquiera un fraude electoral está al alcance del
Gobierno, porque los chocorazos se vuelven inviables cuando hay que “remontar”
a las malas más del 5 %, para no hablar del 20 %. Y la derrota que se le viene
encima al chavismo es muchísimo más dramática que las que se ven a diario en
otros países, pues ellos han justificado todos sus atropellos con la excusa de
que son electoralmente invencibles.
Ahora
resulta que las torpezas de Maduro no son solo económicas y de modelo de
sociedad. En política está metiendo las patas hondo. Si la idea de las
deportaciones era captar los votos chovinistas, sucede que esos ya los tiene,
mientras que los abusos de la frontera se van a llevar a la gran mayoría de los
de la comunidad colombiana, que suma cerca de dos millones de votantes
potenciales. Los colombianos con doble nacionalidad serán pobres (en su
mayoría), no masoquistas.
Maduro
se envalentona con los colombianos de la frontera justamente porque no son unos
peligrosos paramilitares, sino gente humilde y desarmada. Por fortuna —y casi
no creo que tenga que escribir esto—, hasta Maduro sabe que una aventura bélica
sería casi con seguridad un suicidio, de modo que no va a intentarla. Dirán
algunos que podría reeditar la colosal repartición de mogolla que funcionó en
las elecciones presidenciales de 2012 y 2013. Pero he ahí el dilema: el
Gobierno venezolano está quebrado y no tiene mogolla para repartir. Los viejos
mecanismos para sobornar al electorado se quedaron sin un real, como dicen
allá. De modo que a repartir palo.
En
últimas a Maduro no le va a quedar más que tragarse el dragón, porque no es un
simple sapo, de un varapalo electoral en diciembre o suspender las elecciones,
lo que equivale a dar un golpe de Estado. Aunque esta puede parecer una
“solución” tentadora, lo más probable es que acelere el ya casi inevitable fin
del régimen.
Como
que la jaula con el pajarito que le conversaba don Nicolás se la llevó uno de
los deportados para el otro lado del río Táchira. Ahora el pobre grandulón se
quedó sin interlocutor y tendrá que conversar con doña Cilia, porque ya ni
cumbias le quedan para bailar frente a su menguada audiencia.
Posdata:
de la OEA y Unasur hablamos otro día.
Andrés
Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
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