Esta folclórica "revolución" o lo que queda de
ella, se niega a asumir que el "comandante eterno" ya no es tal cosa,
salvo que se considere a la eternidad como ese lugar común que nos reserva la
religiosidad a todas las almas, ya sea en el cielo o en el infierno.
La burocracia gobiernera no asume que Chávez murió y que su perenne amenaza se ha revertido: No volverá! Por si fuera poco, en un país que no está para fiestas, celebran su cumpleaños con grandes tortas -además de las que pone el gobierno- mientras el pueblo empobrecido no consigue harina, leche o huevos; la escasez golpea su estómago, no le alcanza el dinero para comer y pasa buena parte del día haciendo colas para sobrevivir.
El gobierno despilfarra el dinero de los venezolanos celebrando el
cumpleaños a un muerto mientras los vivos no consiguen medicinas o mueren de
mengua en los hospitales. Este festín es un signo del fracaso, una muestra del
cinismo y la indolencia, del ocaso de una revolución cada dia mas distante del
sentimiento popular.
Durante años vimos un humillante culto a la personalidad,
propio de regímenes totalitarios, sean de izquierda o derecha. Pero la idolatría
y adulancia enfermiza al caudillo carismático, termina castrando los liderazgos
alternativos. Así que ahora este absurdo
ritual al difunto es una necesidad y evidencia las grandes carencias del
diosdado-madurismo y de la cúpula cubano-militar.
Ciertamente, "Maduro no es Chávez"
y ante la ausencia de un líder, no queda otra que aferrarse a las charreteras
del muerto. Así las cosas, picar una
torta de cumpleaños a Hugo Chávez no se inscribe en esa cosmogonía que asume la
muerte como otra forma de vida, ni se refiere a esa visión poética que alude a
la vida y a la muerte, como una dualidad que integra una sola realidad.
¡Nada de eso! Aún cuando en la Latinoamérica prehispánica hay evidencias de antiguas prácticas fúnebres, los rituales con muertos en el campo político dejan de ser un hecho cultural para convertirse en una perversión. Por ejemplo, fue una aberración la profanación de la tumba de El Libertador y en ritual con sus huesos, invocar su espíritu y supuestamente apoderarse de la fuerza y brillo del Padre de la Patria para elevarse en el poder. No nos dimos cuenta pero Chávez inició su gestión en 1999 con la obsesión de desenterrar muertos, repatriando los restos del Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco y luego de Manuelita Sáez, la amante de Bolívar.
Las prácticas santeras del líder, su culto al Palo
Mayombe y sus vínculos con los paleros cubanos, se extendió en su entorno. De
hecho, se sabe que cada mes el Dip Robert Serra celebraba en su casa un ritual
conocido como "La Caja del Muerto" y trascendió que de los seis de
los asesinos que se vieron abandonar la casa, dos estaban vestidos de blanco,
igual que los santeros profanadores de tumbas. Historias como estas son muchas
en el prontuario del chavismo. Al ver
todos los elementos involucrados en estas celebraciones mortuorias, no queda
duda de las perversiones y carencias morales de la élite que hoy ejerce el
poder en Venezuela, lo cual explica en buena medida la dramática situación del
país y la incapacidad de esas "cúpulas podridas" para superar la
crisis.
Richard Casanova
richcasanova@gmail.com
@richcasanova
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