Hace
tiempo que no me tocaba caminar de noche por una calle caraqueña. La oscurana era impresionante. Solo las luces de los carros que pasaban
ayudaban a los peatones a evitar los numerosos huecos y la ausencia de tapas de
visita en la vía.
No
andaba por un callejón del barrio El Chupulún, ni por los restos de Tacagua que
debieron ser demolidos pero que todavía están habitados por gente de aspecto
fantasmal. No, iba por la avenida Teresa
de la Parra, la arteria principal de Santa Mónica, una urbanización de clase
media (tirando para baja últimamente).
Me tocó hacerlo porque mi carro estaba parqueado en el único
estacionamiento que hay por allí, a unas cinco cuadras. Enfrenté las tinieblas con la incierta
seguridad que da el conocimiento de que el señor Glock iba al costado mío.
Para
hacer el cuento corto, llegué al parqueadero sin problemas; en el camino me
encontré con personas que no tenían aspecto patibulario, era gente normal que
iba a sus casas, o a la panadería, o a lo que sea, pero a quienes le parece que
esa negrura es algo normal. Ni en el
pueblito hondureño más humilde; ni en ninguno de los caseríos del llano
colombiano, ni en Iquitos, en lo profundo de la Amazonía y sin conexión
terrestre con parte alguna he encontrado tanta ausencia de iluminación. Y recordé con dolor las brillantes noches
doradas que se divisan desde cualquiera de las colinas que rodean a San José de
Costa Rica, un país sin el petróleo nuestro, pero con gente mucho más laboriosa
y con gobernantes con más sentido cívico que cualquiera de los nuestros.
Al
día siguiente, al pasar de Santa Mónica a Los Chaguaramos, la escena no
desmerecía lo medio visto en la tenebrosidad de la noche anterior, solo que con
la claridad diurna la cosa era más patética.
Verdaderas montañas de bolsas de basura, despedazadas por los perros
realengos; calles rotas, sus brocales y aceras destruidos. El decaimiento de su ciudad capital es un
símbolo de lo que ha acontecido en todo el país. Unas autoridades que parecieran haber sido
hechas —todas— en el mismo molde de Jorgito Rodríguez: no se encargan de sus
atribuciones sino que consumen su tiempo en hostilizar a sus adversarios, en
buscar peleas con todo el mundo, en burlarse de la ciudadanía por los medios
que debiesen ser del Estado y no del partido en el poder, en sobarle los egos a
los tontos que todavía creen que “esto” es una revolución que los sacará de la
pobreza. Pobres ilusos encandilados por
la abusiva propaganda lava-cerebros y preocupados solo por la sobrevivencia a
niveles subsaharianos.
Un
grueso de la población turbada, ansiosa por obtener lo más elemental para el
día a día, no puede sentirse afligida por los verdaderos problemas de la
nación: que, por ejemplo, la misma Fiscalía General reconozca en su informe del
año pasado que el 99 por ciento de las denuncias por violaciones a los derechos
humanos no llegaron a la fase de juicio.
Tampoco
se preocupan por algo que es más execrable: que por el contubernio entre el
Ejecutivo, Pdvsa y el Banco Central, este no entregue el informe que le Ley le
exige, que no se sepa nada (oficialmente) de las cuentas nacionales, de las
estadísticas que son esenciales para programar el desarrollo del país.
Sí
les abruma que, hoy, el pago del condominio sea más alto que lo que pagaban de
cuota por el apartamento. Nada saben de
que Provea predijo que a final de este año habrá diez millones de pobres.
Contra
ese estado de cosas es que hay que luchar.
Y para vencer hay que estar unidos.
Hay que vigilar para sobreponernos a las añagazas que invente el
régimen. Además, hay que evitar que por
las rendijas de unas candidaturas independientes se nos puede escapar el
triunfo. Algunos de los aspirantes “por
la libre” son personas muy meritorias y, por el contrario, la MUD asomó algunos
nombres que chillan. Por ejemplo: yo
creo que Gómez Sigala ha sido uno de los diputados que le ha dado más lustre a
la actual legislatura. Y no creo que
Ismael García sea de confiar, para nada.
Tránsfuga es tránsfuga, no importa si salta para nuestro lado. Pero estamos en una coyuntura en la que, como
dice Pero Grullo, “hay que arar con los bueyes que se tienen”. Ante esas “alternativas” no debemos
responder con abstención, sino con voto
masivo y con la tarjeta de la MUD, así haya que sufragar con un pañuelo en la
nariz. Solo votando en masa, y unidos,
podremos prevalecer contra este régimen maula.
Después, podremos dirimir las diferencias internas. Pero después…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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