Al Gobierno Nacional no le agradó que un dirigente
empresarial, el de los licoreros formales del país, declarara que su sector
estaba rodeado de problemas, y que corrían el riesgo de tener que asistir al
funeral de un importante número de pequeños y medianos negocios si,
adicionalmente, se paraban las industrias fabricantes de cerveza. Es decir, si
por algún tiempo no determinado no corría por Venezuela la “savia del pueblo”,
como la denominan los despachadores del citado producto.
Ese dirigente, simplemente, apeló al último recurso
defensivo de sus representados: despertar la atención de los llamados a
solucionar gran parte de sus problemas. Y precisó que si no había respuestas
inmediatas, sencillamente, se enfrentaban a una situación de “hora cero”. Es
decir, a eso mismo con lo que debe lidiar cualquier venezolano con una
enfermedad terminal, cuando al acudir a un centro público de salud o a una
clínica privada en procura de asistencia, se encuentra sin la respuesta debida;
la opción de la salvación o de la sobrevivencia.
Ciertamente, a quienes hoy tienen a su cargo la
responsabilidad del ejercicio gubernamental y se encuentran ante la
multiplicidad de cuestionamientos a los que se enfrentan, por no poder
ofrecerle respuestas satisfactorias a los millones de venezolanos que claman
por atención y solución, no les deben agradar tales reclamos públicos. Tan poco
les gusta que perfieren ignorarlos o silenciarlos.
Pero ¿no es acaso también una “hora cero” la que hoy
esperan más de 100.000 trabajadores venezolanos que participaron por décadas en
el ensamblaje automotriz, la producción de autopartes, el suministro de insumos
para dicha industria y la comercialización de automóviles, después que
se enteraron que Ford Motors pudiera declararse en quiebra?. ¿Y qué
expresar si, además, también son informados que General Motors, Toyota,
Mitsubishi, Crhysler tendrán que parar su producción por la carencia de materia
prima, y por no saber cuándo podrán tenerla?.
Desde hace meses, por otra parte, los cañicultores, los
productores de papa, de maíz, café, arroz, hortalizas y vegetales han
declarado, declarado, declarado y declarado que están huérfanos de asistencia
de parte de quienes tienen a su cargo la administración del monopolio de
semillas, herbicidas, fungicidas, equipos de lucha contra la maleza, repuestos
para sus maquinarias, entre otros. Y que eso, por supuesto, los está llevando a
enfrentarse a un cuadro de dificultades que se proyectan poderosas ante ellos y los propios consumidores. ¿Por
qué decidieron acabar con Agro Isleña si no estaban en condiciones y en
capacidad de reemplazarla por algo mejor?, es lo que se preguntan.
Esos productores, adicionalmente, tienen que abstenerse
de hablar de precios, porque ahí la “hora cero” es asunto de mayor
trascendencia. Depende de una Ley, de unos costos que vuelan a la velocidad del
rayo, y del criterio de múltiples equipos de técnicos para quienes la renta o
la ganancia, como suene mejor, jamás puede adecuarse a la consideración de
términos que no se compadezcan con los alcances del “espíritu socialista y la
soberanía alimentaria popular”.
En cuanto a los productores de carne de res, de pollo y
huevos, de cerdo, sus “horas cero” están hermanadas por su dependencia del oportuno suministro de alimentos balanceados
para animales, también conceptualizados bajo el principio del monopolio del
Estado. Es decir, del denominado “nuevo”
sistema de relación con los mercados internacionales; de los mismos donde,
desde luego, se ventilan con angustia, detenimiento y preocupación todos y cada
uno de los casos relacionados con el más complejo y crudo de los problemas.
Ese problema se trata de la deuda que compromete a las
empresas privadas del país y que, después de someterse al serio cumplimiento de
las obligaciones adquiridas para no fallarle a sus proveedores de siempre, hoy,
sencillamente, no pueden resguardar su relación comercial. Su condición es la
de morosas, aun habiendo cumplido con lo que establece el vigente
control de cambio, debido a los argumentos -o excusas- a las que apelan
las autoridades monetarias, porque, supuestamente, hay escasez de dólares.
Hoy nadie ajeno al Gobierno sabe en Venezuela qué
sucederá finalmente con esa deuda, que Conindustria cuantifica en casi 10.000
millones de dólares. Pero lo cierto es que más allá de las fronteras, no son
pocos los exportadores que recuerdan las experiencias vividas con los
importadores venezolanos durante otros momentos de sometimiento a controles de
cambio. Esas, estiman ellos, son razones más que suficientes para ser
cautelosos, cuando se trata de retomar negociaciones con ese país del Sur, más
allá de sus innegables potencialidades para convertirse en una nación próspera,
con una economía de avanzada.
Esos exportadores se atreven a confiar en que no están
ante una eventual “hora cero” en su relación con Venezuela, por el riesgo de un
desconocimiento de esa deuda. No obstante, les mortifican otros detalles. Es el
caso de la persistente aparición en medios especializados del mundo de Informes
Técnicos basados en el precario estado de salud de la economía nacional. Y todo
asociado con el hecho invariable de que el precio del único producto de
exportación, el petróleo, no termina de ofrecer pruebas fehacientes sobre un
posible crecimiento sostenible.
Por el contrario, cuando el caso es de que la producción
pueda crecer y que dicho crecimiento pudiera traducirse alguna vez en posibles
mejores ingresos, lo que se deja entrever es que la industria está
afectada por una especie de asfixia mecánica. Todo porque cada vez que los propios expertos en la
materia alertan que aquellas empresas que hoy viven de la explotación de los
esquistos, han logrado alcanzar niveles excepcionales de eficiencia productiva,
entonces el asunto pasa a otro terreno: eso se ha traducido en una merma
sensible en los costos de producción que hace poco equivalían a más de 70
dólares por barril.
Sí. En fin, definitivamente, tiene que ser así. A esos
funcionarios, incluyendo a quienes tienen a su cargo la conducción de la
industria petrolera, no les debe resultar agradable escuchar públicamente esa
controversial expresión de la “hora cero”. Porque si de algo hay que ocuparse
en esa área, es de entender que los países consumidores, poco a poco han ido
aprendiendo a cómo surtirse de nuevas fuentes de energía, distintas a las que
proveen los reservorios fósiles, y que los productores de crudo tienen que
saber competir en ese nuevo ambiente productor tan díscolo.
¿Y las más grandes reservas petroleras del mundo?. ¿Por
cuánto tiempo más se mantendrá la tesis de que bastan las sociedades con China,
Rusia, Vietnam, etc para desarrollar nuevas fuentes de producción, cuando la
tecnología no tiene en tales “hermanos” su origen, diversificación y opciones
para trabajar en el tipo de petróleo nacional?.
Tales convicciones petróleo-ideológicas parecieran no ser
las que necesita Venezuela. ¿Qué hacer con dichas reservas, entonces, cuando
por insistirse en depender de tales fundamentos inspirados en delirios sobre
supuestas transformaciones globales, hasta se ha sacrificado la oportunidad de
convertir al país en un verdadero reservorio productivo de alimentos en
Latinoamérica y para el mundo?.
Los productores venezolanos de alimentos en cualquiera de
sus fases, por su parte, lo consideran inevitable, mientras la pasión sea predominantemente
la importación, alrededor del culto a las “nuevas amistades comerciales”. ¿0 de
los abundantes negocios y negociados que proliferan en torno a esa y demás
actividades similares?.
Aunque, dicho sea de paso, el asunto no debería
considerarse en razón de lo agradable o de lo desagradable, hasta concluir en
circunstancias tan extremas como la que se convirtió en motivo para abrirle un
juicio a un dirigente empresarial de entre los centenares de ellos que,
voluntariamente y ad-honorem, hablan a diario a favor de sus gremios, afiliados
y representados. Sino de prestarles atención, interpretar responsablemente el
alcance de sus reclamos, y convertir su mensaje en aprendizaje, para no seguir
incurriendo en errores.
Asimismo, para impedir que las empresas privadas cierren
sus puertas, se produzcan pérdidas de empleos decentes, se someta a los
consumidores a seguir entre colas, desabastecimiento, sombras y gritos de
penurias, y que la informalización
productiva y comercial continúe en proceso de expansión.
Al día de hoy, no aparecen síntomas siquiera de que a
corto plazo se pondrá sobre la mesa de las realidades la posibilidad de que el
Gobierno Nacional, finalmente, con responsabilidad y gallardía, acepte que sus
estrategias económicas han sido anuladas por la pobreza de los resultados
obtenidos; tampoco que, en razón de dicha gigantesca verdad, estaría dispuesto
a cambiar radicalismo ideológico por pragmatismo político.
Sin embargo, otras muchas “horas cero” gravitan sobre esa
nada tranquilizadora circunstancia histórica. Y a los gobernantes, si
quisieran, les corresponde convertirlas en oportunidad de reorientación
estratégica, ante la valiosa importancia de no seguirse evaporando como opción
político partidista; o, sencillamente, insistir en su sometimiento a la
peor manifestación de torpeza en el
ejercicio del liderazgo gubernamental: lo que hoy se hace día a día.
Es por eso, por esta última razón por la que,
difícilmente, será posible que en 125 días hasta el 6 de diciembre, la torpeza
administrativa sea transformada en milagro electoral. Es otra “hora cero”, sin
duda alguna. Sólo que en este caso, por tratarse de un evento electoral, ya
exhibe anticipadamente un rostro de derrota merecida para los que insisten en
vivir encadenados a sus errores. Es su derecho conquistado en buena lid.
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