El
colosal desastre actual, sin empuñadura por donde asirlo, da la impresión de
ser un caos permanente, potenciado hasta la exasperación.
Parece
que el estado de bochinche supremo y de hiperestesia, fuese algo incompatible
con un cierto equilibrio. No es así. Bajo el imperio chavista, incluida esta
etapa final marchita y ultracorrompida, se ha ido varias veces desde el orden
al desorden y de nuevo al orden; de la estabilidad a la fragilidad, una y otra
vez, y esto explica por qué ha estado a punto de melcocha varias veces y por
qué se ha recompuesto otras tantas; sin que esto prejuzgue sobre lo que ha de
venir.
A
la mirada estrecha y adocenada, las rebeliones habidas en estos años han sido
“aventuras” fallidas; sin tomar en cuenta –o desechando- que un cambio radical
es posible cuando se pasa de un cierto orden a un desorden, de la armonía al
caos. En el filo de ese tránsito los cambios radicales pueden –digo, pueden-
tener lugar. Si no ocurren en ese momento, viene una nueva estabilidad aunque
sea precaria.
El
bachaqueo, ilustra este vaivén. El desastre económico condujo a la escasez; la
escasez a crecientes niveles de desesperación por las colas y las migraciones
de un sitio a otro para conseguir lo inexistente; ese caos podía conducir, como
ocurrió varias veces, a disrupciones violentas. Poco a poco se le sobrepuso un
orden: desde el gobierno se inventaron variedades de racionamiento; y desde la
sociedad civil la imposición de una nueva profesión, la del bachaqueo: un orden
nuevo sobrepuesto al desorden de la escasez.
Así
ocurre con la inseguridad. La desprofesionalización de las policías y la
creación de los grupos paramilitares, así como el enaltecimiento del malandraje
como tributo a la pobreza que supuestamente lo producía, generó el caos. Luego,
los colectivos, la policía y los guardias nacionales coludidos, instauraron un
orden rojo en las calles que no combatía el crimen sino a la oposición. Se
desataron los asesinatos al por mayor. El gobierno intenta controlar el caos
que ha generado en 16 años, pero lo que emerge es un caos mayor en el cual
muchos colectivos, malandros, pranes y policías no pertenecen a bandos opuestos
sino que son parte de la misma úlcera que deshace el tejido social. Germina un
orden instaurado por el crimen en barrios, prisiones y pueblos del país.
El
Orden Malandro no está destinado a durar. Vendrá una nueva crisis. No es cierto
que los ciudadanos no volverán a salir a la protesta; lo hacen a diario y en
una de esas idas y venidas, se producirá el tsunami y la salida del régimen.
Carlos
Blanco G.
@carlosblancog
.
www.tiempodepalabra.com
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