jueves, 2 de julio de 2015

TRINO MÁRQUEZ, ¿LA DICTADURA CASTRISTA SERÁ INDULTADA?

Barak Obama y Raúl Castro anunciaron la próxima apertura de sus embajadas, luego de más de medio siglo de haberse mantenido rotas las relaciones diplomáticas.  Obama logró derrotar al poderoso lobby anticastrista de Florida y la resistencia de los sectores más radicales del Partido Republicano, entre ellos el Tea Party. Incluso venció a quienes dentro del Partido Demócrata se oponían a restablecer los vínculos con el gobierno de la isla. Este anuncio inaugura una nueva fase en los nexos entre ambos países.

         Luego de los acuerdos alcanzados, cuya fase inicial fue ultrasecreta, se informará en fecha cercana la suspensión del bloqueo impuesto por Norteamérica desde 1962. Este giro sorpresivo e inesperado coloca a los hermanos Castro en una escala distinta a la tradicional. Los ancianos dictadores, al igual que Francisco Franco o Juan Vicente Gómez, están cerca de pasar ilesos a la historia política de América Latina y mundial. En la actualidad, especialmente Raúl, aparece como un viejito pragmático que con los años se ha convertido en un sabio, conocedor de los intríngulis de la política, capaz al mismo tiempo de teledirigir a su subalterno, el Presidente venezolano, y negociar y llegar a pactos con su encarnizado rival histórico, el gobierno de los Estados Unidos.
         El cambio de la actitud cubana revela que el eje del poder se desplazó definitivamente desde Fidel a Raúl. El mayor de los hermanos se resistió durante décadas a pactar con los norteamericanos, a pesar de los intentos que en su momento realizaron Jimmy Carter y Bill Clinton. Fidel se nutría de la confrontación con el Norte. Le ayudaba a mantener el control total del poder interno. Raúl, seguro de la estructura política y militar armada durante más de cinco décadas, se siente capaz de abrir una fase de convenios con Estados Unidos sin que su autoridad o prestigio se debiliten. Para preservar el régimen totalitario existente no requiere alimentar la confrontación con el Norte. Piensa que Cuba, en su escala, podría ser el Vietnam o la China del Caribe: una sociedad de mercado con un hermético sistema político.
         Esta dimensión no ha formado parte de las conversaciones, al menos que se sepa, no obstante que en Cuba desaparecieron desde 1959 los derechos ciudadanos tradicionales, esos conquistados por la Humanidad a partir de la Revolución Francesa, y que la modernidad fue fortaleciendo a medida que fue desmontando el absolutismo y armando los sistemas políticos complejos, caracterizados por los parlamentos y la pluralidad de organizaciones políticas y sociales.
En los diálogos entre cubanos y norteamericanos no se ha discutido la liberación y democratización progresiva de la vida política cubana: la realización de elecciones libres, plurales, transparentes y equilibradas en el futuro mediato, la posibilidad de constituir partidos de distintas corrientes ideológicas y doctrinarias, la liberación de los presos políticos, la libertad de prensa, información y comunicación, la formación de sindicatos independientes, la creación de organizaciones autónomas de la sociedad civil para el control ciudadano.
Si estos asuntos hubiesen formado parte de la agenda, seguramente no se habría avanzado en las conversaciones, los obstáculos insalvables habrían aparecido desde el comienzo y el éxito no se habría alcanzado. La intransigencia y arrogancia comunista habrían aparecido recubiertas con el manto con el que los autoritarios cubren todas sus trastadas: la autonomía de los Estados y la libre determinación de los pueblos. Habría que preguntarle al pueblo cubano si durante los últimos  sesenta años ha ejercido esa fulana “soberanía”, o ha sido la nomenclatura del Partido Comunista la que se ha arrogado la representación del pueblo, sin haberlo consultado jamás de forma transparente.
Los acuerdos entre el presidente Obama y Raúl Castro hay que celebrarlos. Pero para quienes vemos en la democracia norteamericana un ejemplo válido para el mundo entero, queda un sabor agridulce.  Cuba necesita más a Estados Unidos, que estos a la isla antillana. Era conveniente que la primera potencia del mundo exigiera respeto a los derechos humanos de la oposición cubana y abogara por el restablecimiento progresivo de la democracia, en un momento en el cual los dictadores necesitan encontrar nuevos aliados.
Ahora existe el riesgo de que la vitalicia y tenebrosa dictadura de los hermanos Castro sea indultada y reivindicada por la historia.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc

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