Atenas, al
comparársele con el resto de las capitales europeas, es una ciudad con pocos
atractivos. Sin embargo, cuenta con la deslumbrante Acrópolis, y en medio de
esta, el Partenón, una de las construcciones más espectaculares del planeta.
Esperar el atardecer en las faldas de la colina y ver cómo van encendiéndose
las luces que iluminan la imponente edificación constituye una experiencia
estremecedora. Es lícito soñar que de repente aparecerán caminando Platón,
Aristóteles, Sócrates o Fidias, uno de los escultores de manos mágicas que
esculpió los frisos del templo dedicado a la diosa Palas Atenea.
En la misma zona cultural se encuentra
el Museo de la Acrópolis donde se hallan algunas de las maravillas del arte
helénico y numerosas piezas talladas que lograron preservarse del Partenón.
Sorprende que hace más de 2.500 años, cuando el resto de Europa no había salido
de la Edad de Piedra, los griegos clásicos hubiesen sido capaces de idear y
fabricar esos portentos. Viendo estas obras, o las que se encuentran en el
Museo Arqueológico Nacional, se entiende por qué puede hablarse del Milagro
Griego, sin que exista el menor asomo de exageración.
Las causas que condujeron la decadencia
de la civilización helénica han sido ampliamente debatidas por los
historiadores. Las hipótesis son variadas. No viene a cuento examinarlas. Me
interesa solo destacar que los griegos de la actualidad aún viven de ese pasado
remoto y extraordinario. Grecia es una nación que recibe millones de turistas
anualmente que van a admirar las maravillas que construyeron los lejanos
antepasados, y que quieren escuchar o leer las metáforas de la Mitología Griega
en la propia tierra donde tanta y rica imaginación se desplegó. Esos visitantes dejan miles de millones de
divisas en los hoteles, restaurantes y museos.
Sobre la industria del turismo, en
primer lugar, y de los astilleros y de los productores de aceite de oliva, los
gobernantes quisieron montar un Estado que no era de bienestar, sino populista
y demagógico, que no son términos equivalentes. Estado de Bienestar el que se
construyó en Alemania a partir de Bismark, a finales del siglo XIX; o en
Inglaterra, luego de la Segunda Guerra Mundial a raíz de los informes de
William Beveridge. Estos Estados benefactores han podido levantarse y
mantenerse, sobre todo el alemán, porque el Estado propicia el desarrollo de
economías altamente eficientes, competitivas e innovadoras, capaces de generar
excedentes que, transmutados en impuestos, retornan a la sociedad convertidos
en beneficios para todos sus habitantes. Trabajo, disciplina, ascetismo son valores
que se proyectan desde las altas esferas del poder porque la gente lo exige. En
Alemania la austeridad y el control del gasto público han sido una norma
inapelable tanto en gobiernos socialdemócratas como socialcristianos. El
derroche quedó proscrito. El castigo de los votantes resulta despiadado.
En el otro extremo se encuentra Grecia,
convertida desde hace muchos años en el paraíso del populismo. Del reparto sin
que se genere la riqueza para alimentarlo. Syriza, el partido de la izquierda
demagógica, que levanta las banderas contra los programas de ajuste
neoliberales, y su líder, el carismático e irresponsable Alexis Tsipras,
llevaron el populismo a la cima de la indolencia. Jubilaciones a los 55 años de
edad para los varones, déficit fiscal superior a 13% del PIB, cuando la Unión
Europea establece como regla que sea menor de 3%, un sector público
innecesariamente extenso, regulaciones y controles desmedidos, son algunos de
los vicios que han provocado la ruina de los helenos, cuyos gobiernos contrajeron
una deuda superior a los 250 mil millones de euros. Ahora piden un nuevo
rescate por 30 mil millones, que se sumarían a la deuda acumulada. Por supuesto
que el FMI y los gobiernos europeos se resisten a lanzar este nuevo salvavidas
sin contar con las garantías que permitan disciplinar a los díscolos
mandatarios. Los dirigentes europeos no quieren seguir sufragando la insensatez
del gobierno griego, ni los hábitos poco edificantes que el populismo alimentó
en los ciudadanos.
Para salir del foso en el que se encuentran, que no se remediaría con la salida de la Zona Euro, los griegos tendrán que entender que el modelo que sus élites políticas deben proponer no puede ser el del socialismo del siglo XXI, sino el de una democracia estable con una pujante economía de mercado. No serán Syriza y Tsipras quienes encarnen ese cambio.
Del Partenón y la
Acrópolis no pueden seguir viviendo.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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