El mal sueño del pueblo nicaragüense, como lo definió
acertadamente el magistral escritor Sergio Ramírez, había terminado. Después de
42 años ejerciendo el poder absoluto, la dinastía de la familia Somoza llegaba
a su fin con la renuncia y posterior huida del último de sus representantes. El
17 de julio Somoza huía a los Estados Unidos, quedando encargado de la
presidencia Francisco Urcuyo, quien pese a los deseos de permanecer en el cargo,
vio como el movimiento democrático lo desplazaba del poder dos días después.
El caso nicaragüense resulta emblemático por diversas
razones. En primer lugar la comunidad internacional condenó de manera tajante
la represión y el deseo de Somoza Debayle de recurrir a cualquier medida para
mantenerse en el gobierno, llegando incluso a establecer contactos secretos con
las dictaduras militares de Guatemala, Honduras y El Salvador para que le
ayudaran a enfrentar al sandinismo. Mientras tanto, los países latinoamericanos,
fundamentalmente los del Pacto Andino y Costa Rica, exigían a la dictadura la
entrega del gobierno y colaboraban con la iniciativa sandinista de una
transición.
Por otra parte, la dictadura somocista fue atacada a
través de una campaña en la que se denunciaban sus excesos y abusos. Mientras
en Nicaragua el atraso era palpable, la familia presidencial disfrutaba de
cuantiosos lujos y favores, aprovechando el país como si de su posesión
particular se tratase y contando con la anuencia de la institucionalidad
postrada a sus deseos.
El 19 de julio Francisco Urcuyo escapaba, siguiendo de
esta manera el ejemplo de su predecesor. La revolución democrática había
triunfado y con ella los sueños de los miles de "Quincho Barrilete"
sobre los que cantaba Carlos Mejía Godoy. Se hacía memoria a la valentía de
"Las Campesinas del Cuá" y se reivindicaban los poemas de Ernesto
Cardenal.
Con el apoyo, entre otros, del canciller venezolano, el
nuevo gobierno de instalaba en Managua para edificar la nueva Nicaragua y
propiciar el despertar de una nación, después de una larga pesadilla dinástica.
A 36 años del regreso de la libertad a Nicaragua, son muchas las reflexiones
que surgen. Muchos pueblos, incluso el nicaragüense, pasan por tenebrosos
períodos de personalismos y represión que en nada se diferencian de las
aplicadas por Somoza. Sin embargo, siempre queda la esperanza de una comunidad
internacional fuerte y de un grupo de soñadores que harán (un recurso es a
través del voto) que los dictadores terminen huyendo y quedando sometidos al
juicio de la historia. Después de tres décadas de la caída de Somoza y luego de
ocho años de autoritarismo de Daniel Ortega, sólo basta repetir, como dice la
canción, ¡ay Nicaragua, Nicaragüita!
Luis D. Alvarez V
luisdalvarezva@hotmail.com
@luisdalvarezva
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