A finales de
Enero de 1989 llevé a clase, como es mi costumbre, una serie de recortes de
prensa y un periódico para comentar la actualidad con mis estudiantes. Los
anuncios de las medidas que tomaría el recién electo presidente Pérez ya
estaban causando efectos perjudiciales en la población. En particular, el que
se hablara de la liberación de precios, produjo una repentina escasez de
productos de esos que no expiran y que pueden esperar la aplicación el paquete
de medidas que se anunciaba para reaparecer con nuevos precios.
Como era de esperarse, en medio de la severa crisis económica que vivíamos los venezolanos desde el nefasto viernes negro, 18 de febrero de 1983, las diferencias entre los más ricos y los más pobres se habían hecho más evidentes. Debo adelantar que nunca como la grosería que observamos actualmente.
Siguiendo con mi
clase, le comenté a mis estudiantes sobre una celebración reseñada en los
medios de comunicación y que llamaron la fiesta del siglo.
Era el matrimonio de
los hijos de dos magnates venezolanos. La reseña hablaba de lujos extravagantes
y de un despilfarro de dinero que sonaba como una bofetada en la cara de los
venezolanos que venían sufriendo los rigores del control de cambio y la
consecuente escasez e inflación asociadas a estas draconianas medidas políticas
con dolorosos efectos económicos y sociales. Dije a mis estudiantes en ese
momento que estos evidentes desniveles podrían traer reacciones sociales
insospechadas.
No paso mucho
tiempo para que los venezolanos me dieran la razón. El 27 y 28 de Febrero
vieron la furia de la gente desatarse en las calles. En mi opinión, el que
aparecieran los productos hasta ahora acaparados con nuevos precios, que la
mayoría no podía pagar, fue un factor más determinante que el aumento de la gasolina
para explicar esta revuelta.
Esta larga
introducción es para establecer paralelismos con los momentos que vive el
venezolano en este momento y, que como ya aclaré, son infinitamente peores a
los que se vivían a finales de la década de los 80 y principios de los 90.
Usted no lo va a creer apreciado lector, pero hay miembros de la nueva clase pudiente venezolana que no se preocupan por la escasez a la hora de organizar una parrillada para cualquier evento a celebrar. Se van en su avión privado al Estado de la Florida, en el tan mal querido imperio y se vienen con todo lo necesario para fiestita. Es decir, una parrandita de esas cuesta muchos salarios mínimos de familias venezolanas.
Algunos
enriquecidos miembros del sistema bancario nacional organizan sendas
celebraciones de quince años para sus vástagos en sus lujosas quintas del
Country Club caraqueño. Miles son los invitados a la fiesta en la cual no hay
muestra alguna de la crisis que viven el resto de los venezolanos. Un derroche
en artistas de alto nivel para amenizar la velada, comida de primera calidad
rociada con los mejores licores que se puedan conseguir servidas por un
ejército de mesoneros de las mejores empresas de fiestas del país. Otra muestra
de la abismal diferencia que se ha creado entre los ricos y los pobres
venezolanos a pesar de los truculentos guarismos del monje Giordani.
Mientras que los venezolanos son víctimas del crimen desatado a lo largo y ancho del territorio nacional, hay funcionarios del gobierno o de otras instituciones del estado que cuentan con cuerpos de seguridad para ellos y sus familiares que muchas veces sobrepasa en número la cantidad de efectivos con los que cuentan muchos cuerpos policiales de municipios medianos o pequeños del país.
Los venezolanos
comunes y corrientes se las ven difíciles para ser atendidos en los peores
servicios de salud del continente. La crisis de la salud golpea fuertemente a
quienes sufren de enfermedades crónicas y a quienes necesitan que se les
practique algún tipo de intervención quirúrgica. Sin embargo, el contralor no
encuentra mérito para inhabilitar a un seguro candidato oficialista a la AN que
usó un avión de PDVSA para transportar a su esposa y toda su familia para que
la primera recibiera atención médica en Brasil.
En días recientes
ha circulado en la redes sociales la foto de un gran cacao de una televisora
del gobierno haciendo compras en Curazao. Dos carritos llenos de mercancía le
enrostran al venezolano común el desparpajo con el que resuelven los miembros
de la nomenclatura roja este grave asunto del desabastecimiento que sufre la
inmensa mayoría de la población.
Como se puede apreciar, la situación de estos días es mucho más graves en términos de diferencias entre ricos y pobres que las que sin duda existían en 1989. Lo que agrava la situación es que esta clase política haya llegado al poder con la promesa de acabar con todos los males del pasado.
No solamente no
cumplieron la promesa sino que agravaron todos los problemas y agregaron otros
que antes no existían, al menos en la magnitud con la que la presenciamos hoy
en nuestra sufrida Venezuela.
La corrupción
campea de tal forma que ninguna institución del estado hace una investigación
para determinar que se hicieron los inmensos fondos que le entraron a esta
clase política en los últimos dieciséis años. Vale la pena destacar que los
precios actuales del petróleo son más del doble que el promedio que recibió el
país durante las dos últimas décadas del siglo XX.
En su columna
Runrunes del 21/07/2015 el reconocido periodista Nelson Bocaranda llama la
atención sobre el interesante mercado que resulta la burguesía que ha crecido a
la sombra de esta corruptocracia para los vendedores de aviones privados y
yates de mediana escala.
Los privilegios
que Chávez fustigó en su campaña de 1998 son hoy todavía más groseros.
Escoltas, choferes, moscas que trancan autopistas para que circulen
funcionarios de mediana jerarquía, colas a cualquier parte del mundo en los
aviones de PDVSA o del estado, usufructo del diferencial cambiario, tráfico de
influencias, compras de mercado realizadas en otros países.
Sin duda alguna,
la gente en las colas, sin dinero en el bolsillo, viendo su calidad de vida
disminuir día tras día se resiente de la desgracia en la que ha convertido el
gobierno de Maduro y su cofradía de incapaces a unos de los países con más
potencial de riqueza del planeta. Vivimos, sin duda alguna, el peor momento de
la historia desde el tercer viaje de Colón por estos lados.
Y ese
resentimiento se respira en el ambiente. Se ha hecho frecuente el saqueo de
camiones que transportan alimentos. Se han reportado saqueos a pequeña escala
en muchos lugares de nuestro territorio. La tensión es evidente. Cualquier cosa
puede pasar en medio de la parálisis de un Maduro que no llega a comprender la
complejidad de la situación que viven los venezolanos.
Una cosa tienen clara los venezolanos tal como lo demuestra la reciente encuesta de la Universidad Católica Andrés Bello: por los votos llegamos a esta situación, y por los votos saldremos de ella.
Jose Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
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