Hace dieciocho años, un dieciséis de julio
nació a la vida eterna el maestro JENARO AGUIRRE. Hoy volvemos a vivir la
Pascua de la Resurrección del mensaje
educativo de JENARO AGUIRRE y sentimos
viva su figura porque su vigencia es
mucho más que un hato de recuerdos y añoranzas.
Al rememorar que un dieciséis de julio hace
dieciocho años, partió a la patria de la
eterna primavera, ofrendamos el más
cálido homenaje que podemos rendir a la memoria del venerable y sabio maestro: JENARO AGUIRRE. Desde mi devota emoción evocadora, recuerdo
que hace cincuenta años, muchos de nosotros descendimos de los páramos andinos
así como descienden furiosas las ventiscas. Un abrigo de neblina y una ruana de
esperanza arropaban nuestra juvenil ilusión magisterial.
Así llegamos a la capital, la Caracas de las
millonarias lejanías, la Caracas síntesis de la nacionalidad, la Caracas de los
sutiles amaneceres en donde las palabras no son suficientes para describirla,
ya que su significado está más allá de
lo descriptible...
En esa Caracas encontramos la mano generosa
de imberbes muchachos, en cuyos rostros se dibujaban los signos identificadores
de su herencia zuliana, llanera, andina, oriental o guayanesa… Era en
definitiva el dibujo de la totalidad de la patria. Y… todos nos congregamos en
torno a la patriarcal figura de JENARO AGUIRRE y con el maestro aprendimos a
amar lo trascendente; porque él estaba ahí. Todos nos sentimos sus discípulos.
Era un maestro que reflexionaba en re mayor, que predicaba y su homilía era un
poema, que protestaba toda expresión de injusticia, que cuestionaba las
expresiones de quienes siempre han pretendido desdibujar el testimonio
cristiano con cobardes neutralidades, que defendía sin descanso a los excluidos
y marginados.
JENARO AGUIRRE era la viva estampa del hijo
del carpintero de Nazareth y como el eterno maestro también hacia milagros,
pues sabía pescar en ríos resecos y hacer pan con trigo marchito. Y cada
prodigio nos llenaba de asombro pues muchas veces esos panes y esos peces
sirvieron para saciar nuestra hambre física y siempre con su testimonio nos
estimuló a saciar nuestro compromiso con los pobres.
JENARO AGUIRRE fue un maestro del evangelio y
fue un profeta de la transparencia. Hoy al recordar su partida al cielo, el
tiempo lo ha convertido en el modelo cristiano del servicio a los excluidos.
En las Residencias de APROFEP, esos hogares
diseñados por JENARO AGUIRRE para formar auténticos maestros, compartimos el
alimento con cientos de muchachos venezolanos, pero también comenzamos a tener noticias de Heráclito, de
Homero, de Horacio y conocimos a
Mounier, a Maritain o a Teilhard de Chardin.
En una hora
cualquiera de aquellos días de eterno aprendizaje, JENARO AGUIRRE se me
acercó y me dictó el discurso más profundo de la historia de la humanidad. Ese
discurso no es un texto religioso sino un nuevo estilo de vida con un propósito
que trasciende nuestra humanidad. Ese revolucionario mensaje es una guía
práctica para relacionarnos con nuestro prójimo y el tan ansiado secreto para lograr la verdadera
felicidad. El discurso terminaba diciendo: «Dichosos los que son perseguidos
por la justicia, pues de ellos es el reino».
Al terminar la lectura de aquel prodigioso
mensaje me dijo: «¿Sabes lo que acabas de anotar?. El mismo respondió: «Eso es
un Programa de Vida... Eso es lo que tienes que hacer».
A quienes fuimos sus discípulos, JENARO
AGUIRRE no nos indicó mandamientos, ni normas, ni órdenes. Nos dio
orientaciones para que viviéramos felices e hiciéramos que otros fuesen
bienaventurados.
Estoy seguro que el eterno maestro ya
concedió el premio por todo cuanto hizo JENARO AGUIRRE: ¡EL AUTÉNTICO MAESTRO!
Felipe
Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com
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APRECIADO FELIPE GUERRERO: Extraordinariamente real, justo y bueno tu recuerdo-homenaje al inolvidable Jesuita e insigne Maestro Genaro Aguirre. No sé si coincidimos en el tiempo de haberlo conocido, Ingresé en el San Ignacio en 4º grado, y allí estuve hasta terminar el bachillerato, para volver al viejo edificio de Jesuitas al fundarse la Universidad Católica. El recuerdo del P. Genaro (el chivo, como le decíamos) es inolvidable para quienes, como nosotros, lo conocimos.
ResponderEliminarUn fraternal abrazo entre ignaciones y tal vez no descoocidos.
Pedro G. Paúl