miércoles, 29 de julio de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, GANAR EN BS.Y COMPRAR EN $= RUINA

En Venezuela, el término "bachaqueo" ya dejó de ser una expresión jocosa, para convertirse en una práctica comercial. Muchos, inclusive, van más allá. La califican de degradación económica nacida al amparo de un proceso político venezolano que sus mentores denominaron revolución.

Lo cierto es que aquí “bachaquear” consiste en adquirir productos cuyos precios se comercializan bajo un régimen de controles, mientras que el Estado asume el diferencial que existe entre el costo de producción o de importación y al que se vende, de acuerdo a un subsidio que autoriza la Asamblea Nacional, sin que nadie demuestre cuál es la verdadera y transparente relación (costo-precio-subsidio).

En las instancias públicas, se afirma que el “bachaqueo” es producto de una “guerra económica”, en la que la renta y la usura se dan la mano, para expoliar al Estado, estafar al pueblo y desestabilizar la Democracia. Pero en esas mismas posiciones de mando, por ejemplo, nadie explica a qué se debe que la vocación gubernamental relacionada con el abastecimiento  coincida siempre con la importancia de importar, antes que con la de estimular, promover y hasta de garantizarle resguardo jurídico al que produce, a los que procesan y a los que comercializan.

El “bachaqueo”, entonces, no es cualquier cosa extraña o ajena a la vida de los venezolanos. Tampoco a los gobernantes de hoy, quienes insisten en atacarlo como consecuencia de “algo”, pero que se resisten a identificar su composición, su origen. Sobre todo, se abstienen de golpearlo en sus raíces; mucho menos de identificar a los responsables. ¿Quiénes son realmente los responsables?.

Definitivamente, en este caso la responsabilidad está asociada a lo que ya no se puede ocultar ni convertir en expresión burlona. Nació, se desarrolló y se ha posicionado en un país petrolero que despilfarró una fortuna gigantesca en nombre de una ideología reaccionaria y destructiva, capaz de  minar el tejido productivo  agropecuario e industrial de la nación en sólo tres lustros, hasta poner al país al borde de una quiebra económica.

Dicen los especialistas que ese eventual colapso económico, lo imposibilitan los cuantiosos ingresos diarios que Venezuela sigue percibiendo por la venta de petróleo, aun a menos de 60 dólares el barril. Pero admiten la realidad y gravedad del problema, mientras lo relacionan con el hecho de que sea un país dependiente de una economía de puertos, seriamente comprometida con su vocación inductora del "consume lo importado", mientras reniega de la necesidad del  "compra lo venezolano", del “consume lo hecho en Venezuela”. Quizás, posiblemente, a lo mejor -como lo estiman por su parte los analistas del proceso político nacional- porque la sobrefacturación lo justifica todo. Inclusive, un ideólogo económico al servicio del Gobierno llamado Jorge Giordani, tiene una visión mucho más amplia del asunto. El lo asocia con lo que denomina “empresas de maletín”, y que no es más que ese enjambre de falsos emprendimientos nacidos al amparo del desorden reinante en la administración pública, precisamente para sacarle provecho a la abundancia de dinero, como a la fragilidad moral de los que conducen al país.

Tan peculiarmente bien descrita por los hechos ha terminado manifestándose dicha situación que, actualmente, el emblemático plato típico nacional conocido como "pabellón criollo”, ha terminado siendo un emblema de la dependencia alimentaria venezolana. Se tiene que preparar a base de ingredientes importados, porque los arruinados productores del campo venezolano no pueden competir con los productos importados subsidiados con Dólares a Bs.6,30. Por supuesto, para esos productores no es estimulante la obligación de tener que vender sus cosechas  a precios por debajo de los costos de producción, mientras que la vigente política económica del país les obliga a comprar insumos a precios dolarizados.

El petróleo sigue siendo el único producto venezolano de exportación. Su venta sigue proveyéndole a la nación el 97% del ingreso de divisas. Con respecto al año pasado, el precio de dicha materia prima energética se redujo a un 50%, aproximadamente. Por lo pronto, ya no hay vacas gordas. Por lo que de lo que deberían ocuparse los que gobiernan, es de administrar con un celo escrupuloso de la disponibilidad y de la capacidad de gastar, como de invertir. La deuda, externa e interna, es cuantiosa, exigente y comprometedora. No es un juego, como tampoco puede convertirse en un juego político la decisión de pagar fuera de las fronteras y condenar a los ciudadanos, al igual que a los empresarios venezolanos, a pasar hambre, a cerrar las puertas de sus negocios. A vivir todos  en la miseria.

Ya no es necesario que el Banco Central de Venezuela cumpla con la Ley, informándole a los venezolanos y a los mercados qué es lo que está sucediendo realmente en y con la economía nacional. Por supuesto, tiene que hacerlo, aunque el Ejecutivo se lo impida. Sin embargo, los ruidos que provocan la imposibilidad de auditar ninguna dependencia gubernamental y el feo rostro de la inocultable verdad de lo que se continúa haciendo, se proyecta como un señalamiento acusador: Venezuela está en manos de un Gobierno que insiste en practicar tiro al blanco con una diana invisible. Se mueve entre “no pegar una” y “correr la arruga”. Además, cree que ocultando la indisponibilidad de dólares para importar, imprimir dinero inorgánico para aplacar presiones laborales, y querer “baypasearse” el cáncer metastásico en que se ha convertido la inflación, acusando a quien se le ocurre de responsabilidades que sólo son atribuibles al propio  Ejecutivo, hasta el “Dólar Today” va a dejar de demostrar en dónde está el motivo de todo.

En el medio de esta realidad, el ciudadano de a pie -porque sufre a diario el efecto de toda esa falsa creencia- es el gran golpeado y el condenado a tener que idearse soluciones de ingresos para no condenar a su familia a vivir en la miseria extrema. Ha entrado en el “bachaqueo”. Y lo ha hecho consciente de que eso, por supuesto, no influye para nada en la posibilidad de debilitar la reciedumbre de cuatro tipos de cambio. De esos dólares que son inexistentes legalmente para quienes están fuera del Gobierno -porque él monopoliza el ingreso y la venta- pero que, en cambio, sí son lo suficientemente influyentes en el comportamiento del incontrolable valor del dólar, como en la conversión del Bolívar en papel basura, y en los precios de los bienes y servicios, que están totalmente dolarizados.

Ese individuo de a pie, con justicia, es el mismo que también califica de “ridícula” la convicción técnica de que sí es posible depender de un salario mínimo. Eso apenas equivale a $ 12 al mes, y cae en el campo referencial de salario de pobreza. Es un ingreso que no alcanza para pagar la matrícula mensual de un alumno en cualquier colegio privado. Mucho menos para adquirir la llamada lista de “útiles escolares”, ni qué decir de la importancia de garantizarle al muchacho su derecho a una alimentación equilibrada.

¿Se desplaza Venezuela hacia una paralización de su economía, mientras el Gobierno, sencillamente, hace caso omiso de la importancia de prestarle atención a cada uno de los “campanazos” de disgusto que, con su conducta, transmite a diario la sociedad venezolana? Es de ingenuos creer que la campana está a punto de desprenderse, y que eso anula toda posibilidad de ruido social. Por el contrario, hay que tomar medidas urgentes. No basta el “enroque” de Ministros; del “quita el tuyo para poner el mío”; del nepotismo como alternativa para garantizar solidaridades incondicionales, sin tomar en cuenta su preparación o capacidad.

Es hora de pensar en el país, que clama por un cambio. El ejercicio del poder envenena y embriaga. Pero a quienes corresponde hacerlo, de decidir antes de que sea tarde, tienen que vencer esa restricción en el urgente aprovechamiento de actitudes más comprometidas con la Venezuela de hoy y la del futuro. Se trata de salvar a Venezuela. Urgen decisiones estudiadas y profesionalmente bien dirigidas. Y, si es posible, liberar a dichas decisiones del secuestro ideológico, de la extorsión que promueven aquellos que medran en las diversas instancias gubernamentales, que son a quienes realmente les conviene la vigencia y perdurabilidad de este estado de cosas. Al respecto, es oportuno recordar que, recientemente, el Papa Francisco, con sapiencia y bondad, representando a Dios, nuestro Creador, dijo que las ideologías no conducen a las soluciones que necesitan las sociedades. Sabias palabras.

No se puede seguir ganando en bolívares y comprando en dólares. Las autoridades saben perfectamente que dicho desequilibrio cambiario está arruinando a todos los venezolanos; que está descapitalizando a las debilitadas empresas que todavía se mantienen operativas, y que, además de peores situaciones de abastecimiento, se pudieran provocar cesantías laborales en masa. La dolarización no es un capricho; es una alternativa que está al alcance del país y de sus gobernantes, quienes no pueden continuar ausentes de lo peor que está sucediendo: la destrucción del salario y del activo productivo nacional. Hay que dignificar los ingresos de los trabajadores y salvar la economía en general. Producir es el reto. Sólo produciendo es posible superar el impulso negativo en el que se encuentra actualmente la economía nacional.

Venezuela ya está cansada de pleitos y de odios. Y eso no es un asunto exclusivo del Partido Socialista Unido  o de la Mesa de la Unidad Democrática. Es de todos los ciudadanos de bien que reclaman y con el derecho que les asiste, por su interés en vivir en un ambiente de bienestar, y no de rencillas interminables que agitan la destrucción de la convivencia.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

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