En Venezuela, el término "bachaqueo" ya dejó de
ser una expresión jocosa, para convertirse en una práctica comercial. Muchos,
inclusive, van más allá. La califican de degradación económica nacida al amparo
de un proceso político venezolano que sus mentores denominaron revolución.
Lo cierto es que aquí “bachaquear” consiste en adquirir
productos cuyos precios se comercializan bajo un régimen de controles, mientras
que el Estado asume el diferencial que existe entre el costo de producción o de
importación y al que se vende, de acuerdo a un subsidio que autoriza la
Asamblea Nacional, sin que nadie demuestre cuál es la verdadera y transparente
relación (costo-precio-subsidio).
En las instancias públicas, se afirma que el “bachaqueo”
es producto de una “guerra económica”, en la que la renta y la usura se dan la
mano, para expoliar al Estado, estafar al pueblo y desestabilizar la
Democracia. Pero en esas mismas posiciones de mando, por ejemplo, nadie explica
a qué se debe que la vocación gubernamental relacionada con el abastecimiento coincida siempre con la importancia de
importar, antes que con la de estimular, promover y hasta de garantizarle
resguardo jurídico al que produce, a los que procesan y a los que
comercializan.
El “bachaqueo”, entonces, no es cualquier cosa extraña o
ajena a la vida de los venezolanos. Tampoco a los gobernantes de hoy, quienes
insisten en atacarlo como consecuencia de “algo”, pero que se resisten a
identificar su composición, su origen. Sobre todo, se abstienen de golpearlo en
sus raíces; mucho menos de identificar a los responsables. ¿Quiénes son
realmente los responsables?.
Definitivamente, en este caso la responsabilidad está
asociada a lo que ya no se puede ocultar ni convertir en expresión burlona.
Nació, se desarrolló y se ha posicionado en un país petrolero que despilfarró
una fortuna gigantesca en nombre de una ideología reaccionaria y destructiva,
capaz de minar el tejido productivo agropecuario e industrial de la nación en
sólo tres lustros, hasta poner al país al borde de una quiebra económica.
Dicen los especialistas que ese eventual colapso
económico, lo imposibilitan los cuantiosos ingresos diarios que Venezuela sigue
percibiendo por la venta de petróleo, aun a menos de 60 dólares el barril. Pero
admiten la realidad y gravedad del problema, mientras lo relacionan con el
hecho de que sea un país dependiente de una economía de puertos, seriamente
comprometida con su vocación inductora del "consume lo importado",
mientras reniega de la necesidad del
"compra lo venezolano", del “consume lo hecho en Venezuela”.
Quizás, posiblemente, a lo mejor -como lo estiman por su parte los analistas
del proceso político nacional- porque la sobrefacturación lo justifica todo.
Inclusive, un ideólogo económico al servicio del Gobierno llamado Jorge
Giordani, tiene una visión mucho más amplia del asunto. El lo asocia con lo que
denomina “empresas de maletín”, y que no es más que ese enjambre de falsos
emprendimientos nacidos al amparo del desorden reinante en la administración
pública, precisamente para sacarle provecho a la abundancia de dinero, como a
la fragilidad moral de los que conducen al país.
Tan peculiarmente bien descrita por los hechos ha
terminado manifestándose dicha situación que, actualmente, el emblemático plato
típico nacional conocido como "pabellón criollo”, ha terminado siendo un
emblema de la dependencia alimentaria venezolana. Se tiene que preparar a base
de ingredientes importados, porque los arruinados productores del campo
venezolano no pueden competir con los productos importados subsidiados con
Dólares a Bs.6,30. Por supuesto, para esos productores no es estimulante la
obligación de tener que vender sus cosechas
a precios por debajo de los costos de producción, mientras que la
vigente política económica del país les obliga a comprar insumos a precios
dolarizados.
El petróleo sigue siendo el único producto venezolano de
exportación. Su venta sigue proveyéndole a la nación el 97% del ingreso de
divisas. Con respecto al año pasado, el precio de dicha materia prima
energética se redujo a un 50%, aproximadamente. Por lo pronto, ya no hay vacas
gordas. Por lo que de lo que deberían ocuparse los que gobiernan, es de
administrar con un celo escrupuloso de la disponibilidad y de la capacidad de
gastar, como de invertir. La deuda, externa e interna, es cuantiosa, exigente y
comprometedora. No es un juego, como tampoco puede convertirse en un juego
político la decisión de pagar fuera de las fronteras y condenar a los
ciudadanos, al igual que a los empresarios venezolanos, a pasar hambre, a
cerrar las puertas de sus negocios. A vivir todos en la miseria.
Ya no es necesario que el Banco Central de Venezuela
cumpla con la Ley, informándole a los venezolanos y a los mercados qué es lo
que está sucediendo realmente en y con la economía nacional. Por supuesto,
tiene que hacerlo, aunque el Ejecutivo se lo impida. Sin embargo, los ruidos
que provocan la imposibilidad de auditar ninguna dependencia gubernamental y el
feo rostro de la inocultable verdad de lo que se continúa haciendo, se proyecta
como un señalamiento acusador: Venezuela está en manos de un Gobierno que
insiste en practicar tiro al blanco con una diana invisible. Se mueve entre “no
pegar una” y “correr la arruga”. Además, cree que ocultando la indisponibilidad
de dólares para importar, imprimir dinero inorgánico para aplacar presiones
laborales, y querer “baypasearse” el cáncer metastásico en que se ha convertido
la inflación, acusando a quien se le ocurre de responsabilidades que sólo son
atribuibles al propio Ejecutivo, hasta
el “Dólar Today” va a dejar de demostrar en dónde está el motivo de todo.
En el medio de esta realidad, el ciudadano de a pie
-porque sufre a diario el efecto de toda esa falsa creencia- es el gran
golpeado y el condenado a tener que idearse soluciones de ingresos para no
condenar a su familia a vivir en la miseria extrema. Ha entrado en el
“bachaqueo”. Y lo ha hecho consciente de que eso, por supuesto, no influye para
nada en la posibilidad de debilitar la reciedumbre de cuatro tipos de cambio.
De esos dólares que son inexistentes legalmente para quienes están fuera del
Gobierno -porque él monopoliza el ingreso y la venta- pero que, en cambio, sí
son lo suficientemente influyentes en el comportamiento del incontrolable valor
del dólar, como en la conversión del Bolívar en papel basura, y en los precios
de los bienes y servicios, que están totalmente dolarizados.
Ese individuo de a pie, con justicia, es el mismo que
también califica de “ridícula” la convicción técnica de que sí es posible
depender de un salario mínimo. Eso apenas equivale a $ 12 al mes, y cae en el
campo referencial de salario de pobreza. Es un ingreso que no alcanza para
pagar la matrícula mensual de un alumno en cualquier colegio privado. Mucho
menos para adquirir la llamada lista de “útiles escolares”, ni qué decir de la
importancia de garantizarle al muchacho su derecho a una alimentación
equilibrada.
¿Se desplaza Venezuela hacia una paralización de su
economía, mientras el Gobierno, sencillamente, hace caso omiso de la
importancia de prestarle atención a cada uno de los “campanazos” de disgusto
que, con su conducta, transmite a diario la sociedad venezolana? Es de ingenuos
creer que la campana está a punto de desprenderse, y que eso anula toda
posibilidad de ruido social. Por el contrario, hay que tomar medidas urgentes.
No basta el “enroque” de Ministros; del “quita el tuyo para poner el mío”; del
nepotismo como alternativa para garantizar solidaridades incondicionales, sin
tomar en cuenta su preparación o capacidad.
Es hora de pensar en el país, que clama por un cambio. El
ejercicio del poder envenena y embriaga. Pero a quienes corresponde hacerlo, de
decidir antes de que sea tarde, tienen que vencer esa restricción en el urgente
aprovechamiento de actitudes más comprometidas con la Venezuela de hoy y la del
futuro. Se trata de salvar a Venezuela. Urgen decisiones estudiadas y
profesionalmente bien dirigidas. Y, si es posible, liberar a dichas decisiones
del secuestro ideológico, de la extorsión que promueven aquellos que medran en
las diversas instancias gubernamentales, que son a quienes realmente les
conviene la vigencia y perdurabilidad de este estado de cosas. Al respecto, es
oportuno recordar que, recientemente, el Papa Francisco, con sapiencia y
bondad, representando a Dios, nuestro Creador, dijo que las ideologías no
conducen a las soluciones que necesitan las sociedades. Sabias palabras.
No se puede seguir ganando en bolívares y comprando en
dólares. Las autoridades saben perfectamente que dicho desequilibrio cambiario
está arruinando a todos los venezolanos; que está descapitalizando a las
debilitadas empresas que todavía se mantienen operativas, y que, además de
peores situaciones de abastecimiento, se pudieran provocar cesantías laborales
en masa. La dolarización no es un capricho; es una alternativa que está al
alcance del país y de sus gobernantes, quienes no pueden continuar ausentes de
lo peor que está sucediendo: la destrucción del salario y del activo productivo
nacional. Hay que dignificar los ingresos de los trabajadores y salvar la
economía en general. Producir es el reto. Sólo produciendo es posible superar
el impulso negativo en el que se encuentra actualmente la economía nacional.
Venezuela ya está cansada de pleitos y de odios. Y eso no
es un asunto exclusivo del Partido Socialista Unido o de la Mesa de la Unidad Democrática. Es de
todos los ciudadanos de bien que reclaman y con el derecho que les asiste, por
su interés en vivir en un ambiente de bienestar, y no de rencillas interminables
que agitan la destrucción de la convivencia.
Egildo Lujan Navas
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