Una purga sin
clemencia forma parte destacada y visible de la agenda de gobierno de Xi
Jinping desde que se instaló en Beijing hace poco más de dos años. Un rescate
de valores desde lo alto del poder se ha estado instaurando en este tiempo y la
lucha anticorrupción ha pasado a ser la bandera del gobernante que se está
diferenciando de sus predecesores a través de un ejercicio de adecentamiento de
la función pública.
El último hecho protuberante fue el arresto , hace pocos días, de un miembro del partido comunista, Ling Jihua, quien además había tenido la alta responsabilidad de ser asistente directo del presidente Hu Jintao. Este funcionario simbolizaba todos excesos que es posible cometer desde el poder lo que, en la opinión del Xi, socaba la legitimidad del propio partido. El asunto es que ya se cuentan por decenas los miembros de la elite comunista investigados o privados de libertad habiendo rodado, para esta hora, cabezas de figuras muy connotadas dentro, incluso, de los altos rangos militares.
Sería una
ligereza pensar que el nuevo gobernante intenta imponer su poder y desplazar a
quienes le hacen sombra en el Partido Comunista, como sus detractores quieren
hacer ver. Los movimientos recientes por poner a un lado las manzanas podridas
provienen más bien de un ejercicio valiente de rescate de valores que –al
hurgar en la Historia china- es evidente
que provienen de las teorías confucionistas sobre el comportamiento del
individuo y del Estado. Así lo acaba de reseñar un interesante trabajo de
análisis político del prestigioso semanario ingles The Economist.
Al abrazar la
Revolución Comunista, Mao Tse Tung abandonó el legado de valores del Confucionismo, la tendencia de pensamiento
abrazada por los chinos con pasión a lo largo de cientos de años. Mao
consideraba que las tesis de Confucio habían sido las causantes de las
desgracias sufridas por China durante siglos. Al distanciarse de la sabiduría
confucionista consiguió alejar a los altos personeros gubernamentales de
principios de comportamiento harto valiosos para el ejercicio del poder:
probidad en el manejo del estado, la rectitud, la rendición de cuentas.
Confucio preconizaba una moral política que
no se distancia de una moral personal ya que, al contrario de lo que usualmente
se piensa, su corriente de pensamiento no fue nunca una doctrina para las masas
sino, más bien, una ideología para la elite. El nuevo socialismo de Mao, que no
se diferenciaba en mucho de otros movimientos socialistas occidentales, barrió
con aquellos valores e impuso un orden autoritario sin asideros morales.
Xi Jing Pin viene
de regreso y los movimientos de adecentamiento de los cuadros de gobierno y del
estamento militar van en el sentido de recobrar para su sociedad valores
puestos en vigilia desde mediados del siglo pasado. El hombre que acumula en su
batuta la conducción del gobierno de la gran potencia china, la dirección del
partido comunista y la presidencia de la Comisión militar Central, está determinado
a imponer el rescate de principios milenarios. Pero la revolución de la
conciencia que preconiza es mucho más que un acto firme de ejercicio de
poder. Lo que Xi plantea es escribir un
nuevo capítulo en la historia política de su país, retornando principios
morales que el pueblo chino había abrazado con pasión de su padre espiritual y
que el Comunismo simplemente enterró.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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