miércoles, 29 de julio de 2015

BEATRIZ DE MAJO, XI, LA REVOLUCIÓN DE LOS VALORES, CHINA HOY,

Una purga sin clemencia forma parte destacada y visible de la agenda de gobierno de Xi Jinping desde que se instaló en Beijing hace poco más de dos años. Un rescate de valores desde lo alto del poder se ha estado instaurando en este tiempo y la lucha anticorrupción ha pasado a ser la bandera del gobernante que se está diferenciando de sus predecesores a través de un ejercicio de adecentamiento de la función pública.

 El último hecho protuberante fue el arresto , hace pocos días, de un miembro del partido comunista, Ling Jihua, quien además había tenido la alta responsabilidad de ser asistente directo del presidente Hu Jintao. Este funcionario simbolizaba todos excesos que es posible cometer desde el poder lo que, en la opinión del Xi, socaba la legitimidad del propio partido. El asunto es que ya se cuentan por decenas los miembros de la elite comunista investigados o privados de libertad habiendo rodado, para esta hora, cabezas de figuras muy connotadas dentro, incluso, de los altos rangos militares.
Sería una ligereza pensar que el nuevo gobernante intenta imponer su poder y desplazar a quienes le hacen sombra en el Partido Comunista, como sus detractores quieren hacer ver. Los movimientos recientes por poner a un lado las manzanas podridas provienen más bien de un ejercicio valiente de rescate de valores que –al hurgar en  la Historia china- es evidente que provienen de las teorías confucionistas sobre el comportamiento del individuo y del Estado. Así lo acaba de reseñar un interesante trabajo de análisis político del prestigioso semanario ingles The Economist.
Al abrazar la Revolución Comunista, Mao Tse Tung abandonó el legado de valores del   Confucionismo, la tendencia de pensamiento abrazada por los chinos con pasión a lo largo de cientos de años. Mao consideraba que las tesis de Confucio habían sido las causantes de las desgracias sufridas por China durante siglos. Al distanciarse de la sabiduría confucionista consiguió alejar a los altos personeros gubernamentales de principios de comportamiento harto valiosos para el ejercicio del poder: probidad en el manejo del estado, la rectitud, la rendición de cuentas.  
Confucio preconizaba una moral política que no se distancia de una moral personal ya que, al contrario de lo que usualmente se piensa, su corriente de pensamiento no fue nunca una doctrina para las masas sino, más bien, una ideología para la elite. El nuevo socialismo de Mao, que no se diferenciaba en mucho de otros movimientos socialistas occidentales, barrió con aquellos valores e impuso un orden autoritario sin asideros morales.
Xi Jing Pin viene de regreso y los movimientos de adecentamiento de los cuadros de gobierno y del estamento militar van en el sentido de recobrar para su sociedad valores puestos en vigilia desde mediados del siglo pasado. El hombre que acumula en su batuta la conducción del gobierno de la gran potencia china, la dirección del partido comunista y la presidencia de la Comisión militar Central, está determinado a imponer el rescate de principios milenarios. Pero la revolución de la conciencia que preconiza es mucho más que un acto firme de ejercicio de poder.  Lo que Xi plantea es escribir un nuevo capítulo en la historia política de su país, retornando principios morales que el pueblo chino había abrazado con pasión de su padre espiritual y que el Comunismo simplemente enterró.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo

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