Si una profesión ha
florecido en el obscurantismo de la era chavista es la de hampón en muchas de
las ocupaciones posibles que involucra este oficio. Desde su llegada al poder,
el mismísimo líder rojo manifestó entender que si alguien tenía necesidad de
alimentar a sus hijos, entonces tenía el derecho a robar. Este infeliz
comentario vino acompañado por un vertiginoso crecimiento de la delincuencia y
lastimosamente de la violencia asociada a este tipo de prácticas antisociales.
Destaca el asesinato
como el fenómeno que más se ha desarrollado en el país. La mayoría de las veces
por razones baladíes. Es decir por asuntos sin importancia. Se han reportado
asesinatos porque las personas se resisten al robo, o porque no tenían nada que
robarle o, en muchos casos, porque al malandro simplemente le dio la gana de
disponer de la vida de una persona. En mi opinión, el crecimiento del número de
asesinatos se debe a los altísimos niveles de impunidad que los especialistas
ubican en 94 por ciento.
El asesinato en
Venezuela es idéntico a la primitiva práctica de la caza y la recolección. Los
depredadores modernos salen a satisfacer sus necesidades materiales, ya sea de
dinero u objetos convertibles en dinero, a través de un proceso muy parecido al
del reino animal. Ubicar la presa y cazarla, muchas veces causándole la muerte.
La mayoría de estos crímenes no son investigados. Por lo tanto, no hay culpable
al que perseguir. Este asesino considera entonces que su negocio tiene riesgo
mínimo. Y las ganancias son altísimas y libres de todo tipo de impuesto.
Es así como un
malviviente o un grupo de ellos se pueden hacer de vehículos, costosos equipos
electrónicos y bienes en general que después convierten en dinero en el mercado
negro o guardan incluso para su uso personal. La acción del estado (con e
minúscula) es nula y a veces contraproducentes. Porque hay gente en la
burocracia gubernamental dedicada a negociar con estos buenandros para que
disminuyan su accionar delictivo. La respuesta de los encargados de proteger a
los ciudadanos es incluso infantil. Ofrecer dinero o computadoras a cambio de
un arma resulta una bobería mayúscula. Con el arma, el delincuente puede hacer
mucho más dinero que el que le ofrece el gobierno.
La industria del
secuestro ha crecido de una manera impresionante. Los montos que piden por los
rescates dependen de la capacidad de pago percibida por los delincuentes.
Secuestran hasta en los barrios. Las tarifas allí son más bajas. Cuando se
trata de una persona pudiente o de alguien de clase media la tarifa es mucha
más alta y se aceptan distintas formas de pago. A pesar que la moneda de curso
legal es el bolívar, muchos malandros pretenden divisas. Cualquier cosa que no
sea ese papelito marrón cuyo valor es cada vez menor. Televisores de última
generación, celulares, computadores personales son los objetos preferidos por
esos delincuentes.
No podemos dejar de
hablar de los hampones de cuello blanco, o debo decir rojo. Esos que meten la
mano de forma indiscriminada en el tesoro nacional y amasan grandes fortunas
sin que los organismos del estado se molesten siquiera en investigar. Si acaso
hay algún tipo de acción contra alguno de estos rojo-asaltantes, es porque
traicionaron al proceso y se pusieron a hablar para ver si se salvan de futuras
persecuciones.
Muchos ¿héroes? de
las frustradas intentonas golpistas del 92 están forrados de manera
inexplicable. Exhiben unos niveles de riqueza incompatible con el ejercicio de
un cargo ministerial o de gobernador o de diputado. Algunos tienen crías de
caballo en el exterior. Otros llegaron a ser dueños de bancos. Unos pasaron de
vender mobiliarios de oficina a organismos del estado a magnates que no pueden
explicar el origen legítimo de sus bienes.
Otra versión del
hamponato rojo lo representan los que fundaron empresas para engañar al nefasto
control de cambio que la incompetencia roja se empeña en mantener más como
mecanismo de sometimiento de la población que como medida que efectivamente
evite la fuga de divisas.
Ni los ladrones que
se sudan el dinero en el relativamente bajo riesgo de morir en un
enfrentamiento producto de su accionar, ni los hampones de cuello rojo pagan
impuestos. Disfrutan de una industria de bajo riesgo en la cual las ganancias
son astronómicas. Eso explica los enfrentamientos con una policía minusválida
tanto a nivel salarial como en poder de fuego.
El tesoro venezolano
fue saqueado de una manera verdaderamente criminal. Teniendo en cuenta que al
chavismo le entró más del doble del dinero que el que le entró a todos los
gobiernos sumados desde 1811, no queda más que denunciar a esta clase política
como una especie de mangosta que acabó con quizás el último chance que tuvo
Venezuela de salir del subdesarrollo usando el recurso petrolero.
Venezuela se exhibe
hoy como un país pobre. Con una población sometida por la delincuencia y por un
ejército invasor que llegó al poder a través de los mecanismos de la
democracia. Una clase política ignorante cuyo accionar nos ha hecho retroceder
de una manera triste al nivel de una república bananera.
No podemos
vanagloriarnos de ser soberanos. Las fuerzas criminales se debaten por el
control del país. Las bandas criminales tienen territorios liderados. Mientras,
los políticos en el poder buscan a como dé lugar mantenerse pegados a esa
decrépita teta en la que ha devenido el petróleo para seguir saqueando nuestras
riquezas.
No todo está perdido.
Las encuestas dan cuenta de un pueblo preocupado que espera las elecciones para
barrer a los delincuentes del poder para luego proceder a poner orden en el
país.
Jose Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
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