Camaradas,
les ha de llamar la atención que yo, irredento escuálido y pitiyanqui, les
dirija esta carta llena de buenos consejos.
Pero no les debiera extrañar, porque también les consta que soy curero
—que es como en su jerga rojiza ustedes denominan a quienes profesamos la fe
católica—; y es, en razón de esto último que corro el riesgo de dirigirme a
ustedes: porque dos de las obras de misericordia espirituales que aprendí en el
Catecismo me exigen “enseñar a quien no sabe” y “dar consejo a quien lo ha
menester”. Solo eso es lo que me
mueve. Y, claro, el profundo amor a la
patria que ustedes y nosotros profesamos.
Porque, aunque ustedes no lo crean, nosotros también queremos a este
tierra que, dicho por Colón, es una de gracia.
Solo diferimos en una concepción: qué es bueno para ella.
Y
en otra cosa: sabemos que hay un buen trecho entre lo deseable y lo
posible. El librito de ustedes promete
un futuro lleno de amor, sueños, flores, y dinero para la la nación entera; que
todos nos merecemos disfrutar de buena agua potable, luz sin intermitencias, y
viviendas dignas; que se ha de dar por descontado que se nos debe proveer de
sueldos gordos, una sanidad pública decente, y una educación gratuita y de
calidad. Música celestial para nuestros
oídos. Estar en desacuerdo con eso es un
imposible categórico; hay que concordar con esos objetivos. En verdad, alguien tiene que dotarnos de esas
aspiraciones. Es lo deseable. Pero aquí viene el trompicón en la piedra de
lo posible: ustedes creen en que el Estado debe proveer todo eso. Y que este debe hacerlo de inmediato. El problema es que el logro de ese ideal
cuesta un buen dinero. Todo el tesoro no
alcanza para eso, ustedes lo saben. Pero
insisten en repartir la riqueza existente sin tener que crear otra nueva. Eso es lo que nos diferencia: nosotros
creemos que hay que arroparse hasta donde llega la cobija. Y que la cobija taparía más si hubiesen
actuado de consuno con el sector privado.
Y si el manejo de la cosa pública no hubiese estado durante los últimos
dieciséis años en manos de ineptos y de ladrones. Porque, dejémoslo claro: la crisis que
atravesamos no se debe a la ineptitud y testarudez del heredero de Boves
II. Fue este quien diseñó y dirigió por
largos catorce años la destrucción del Estado y la aniquilación de las fuerzas
productivas privadas de la nación. El
nortesantandereano lo que ha hecho es seguir el rumbo que le marcó su
“legador”, aunque agravándolo: el pitecántropo barinés nos llevaba hacia el
Guaire, pero derechitos, en columnas de a ocho y llevando el paso con compás;
quien ahora sigue las órdenes de Raúl, le da empleo a toda la familia de Cilia
y se hace el loco con las barrabasadas del capitán Hallaca (verde por fuera,
guiso por dentro) sigue manteniendo el rumbo, pero deja que los varios
cabecillas, que saben de las incapacidades para el mando del
nortesantandereano, lleven a sus huestes con sinuosidades y ritmos diferentes
hacia el mismo lecho limoso y pútrido.
Después
de este largo exordio, ¡por fin! Te hago llegar mi consejo: acuérdate del viejo
refrán: “al mal paso, darle prisa”.
Puesto en otra manera, también refranesca: “para estar colgando, lo
mejor es caer”. No le den más largas a
eso de tratar de retrasar la fecha de las elecciones. Con esas estultas tácticas dilatorias
—llevadas a cabo con la complicidad necesaria de Tibi y su combo— no van a
lograr superar la pendiente. Con cada
día que pasa, el pueblo por fin está entendiendo que el rey está desnudo. Que ustedes son buenos solo en robar. Que es imposible pasar de la teoría
leninista-cubanoide a la práctica. Que
esa concepción de la redistribución de
la riqueza que ustedes propician se basa en quitarle todo a quienes ustedes
tildan de “ricos” para repartírselo a eso que ustedes llaman indebidamente
“pueblo” (que quede claro que “pueblo” somos todos). Ese intento de nivelar por lo bajo lo que ha
hecho es empobrecernos a todos. Menos a
la nomenklatura, todos ellos pobres de solemnidad cuando arrancaron pero hoy
tremendos potentados, obscenamente ricos, casi mogoles de la India.
Apelo,
pues, al amor por la patria que tenemos tanto ustedes como nosotros —porque,
muy al contrario a lo que han tratado de inculcarles, ustedes no tienen el
monopolio de esa virtud; la tenemos todos– y les recomiendo: asuman su
barranco, no retrasen más las elecciones.
Ustedes saben que la letra constitucional exige elecciones ESTE año, y
que deben ser convocadas por lo menos seis meses antes de su realización. Reconozco que ustedes son unas fieras en eso
de desconocer los mandatos de la Constitución —lo han hecho desde el mismo
diciembre del 99; por eso, más de una vez la he llamado “la violada al nacer”—,
pero esta vez, no lo hagan. Si se
atreven, el pueblo (que, repito, somos unos y otros) se va a enojar. Pero con “a”…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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