Lo que está sucediendo en Venezuela, es
inédito en la América del Sur y, tal vez, en el resto del mundo.
Todos los países de estas latitudes, en
repetidas oportunidades, han sufrido grandes sacudones sociales por las
reiteradas elecciones de malos Gobiernos signados por el populismo engañoso de
pueblos incultos y de pobreza extrema, o bien por golpes de Estado, generalmente
de procedencia militarista, que
terminaron imponiendo regímenes dictatoriales.
Todos, invariablemente, han cumplido un ciclo de uno a veinte años,
terminando su mandato en una rebelión popular, donde las autoridades del
régimen resultan detenidas, muertas o en
fuga permanente por el resto del mundo. Para luego de unos años, repetir el
ciclo y, muchas veces, con los mismos actores. Es el caso que se dio en
Argentina, Ecuador, Colombia y en varios países de Centro América, entre tantos
otros.
Es oportuno señalar que las características
de todos estos malos Gobiernos que, generalmente, se autodenominan
revolucionarios, como es el caso de Cuba, de países africanos y otros del Medio
Oriente, han estado fundamentados en un populismo reiterativo. Y, por supuesto,
con bajos presupuestos en educación, para
mantener la ignorancia del pueblo, su engaño, una actitud de sumisión en
el medio de una pobreza crítica, como su sometimiento dócil por carencias
vivenciales de todo tipo.
En el caso inédito de Venezuela, en 1998 no
hubo un golpe de Estado. El país, por errores del Gobierno de turno y de los
que le antecedieron, entró en una preocupante recesión económica; los partidos
políticos desvirtuaron su razón de ser por muchos años y le dieron la espalda
al pueblo. Fue así como surgió un líder que ofreció cambios importantes, a
saber: seguridad, pulcritud administrativa, justicia y progreso. Los ciudadanos
concurrieron a unas elecciones y ese nuevo dirigente, prácticamente novato en
política, ganó las elecciones con amplitud.
Ese ganador electoral nunca propuso ni habló
de Socialismo del Siglo XXI durante su campaña de ofertas. De hecho, fue Fidel
Castro quien definió claramente dicha propuesta como Comunismo.
Luego de ser electo, cambió las condiciones
con pausa y sin prisa. Primero con una Constituyente, y luego con
interpretaciones sucesivas y subjetivas de
la Constitución, hasta llegar a un incumplimiento flagrante de la misma,
y terminar allanando el camino fértil para la instauración de un régimen
comunista en Venezuela.
Las consecuencias han sido terribles. El país
petrolero que registró durante los últimos 16 años el ingreso de más divisas
que en todos los de vida Republicana, hoy, sencillamente, es una Nación que presenta un cuadro económico
y social deplorable. Lo distinguen altos niveles de pobreza crítica,
inseguridad, escasez, deterioro dramático de su estructura productiva.
Asimismo, la inflación más alta del
mundo, y, como si fuera poco, un colapso general de la confianza del Gobierno
en la población, y de ésta en quienes le gobiernan, con lo cual se plantea una
situación que anula alternativas viables para avanzar en la generación de
soluciones por la vía del diálogo y del entendimiento.
Lo que hace inédito el caso venezolano, es
que, a pesar de las duras incidencias que ese cuadro tiene en el sistema de
vida de cada ciudadano, Venezuela y su población no han procedido a intentar un
cambio violento de sus autoridades por la vía de un golpe de estado ni nada
parecido. De hecho, cada denuncia de “golpe”, no ha pasado de ser una charada
más de la estructura propagandista gubernamental, para atacar la disidencia y
encarcelar al liderazgo democrático emergente.
La población, por el contrario, ha optado por
la recurrencia a las alternativas constitucionales de cambio, demostrando
cultura política y madurez cívica. Ha concurrido reiteradamente a procesos
electorales, aun en condiciones
adversas. Ha sabido resistir, con no poco sufrimiento y pérdida de libertades,
hasta llegar a diseñar sus propias
fórmulas organizativas, y crear escenarios de un auténtico cambio de rumbo. Sin
duda alguna, en esta última fase su mayor conquista ha sido la promoción de la idea de que Venezuela sí
necesita superar el duro momento que está viviendo, apoyándose en las ventajas
de la participación voluntaria, racional y libre . Y lo ha hecho sentir en la
opinión Internacional, argumentando la inconveniencia política y social del
Gobierno, especialmente a partir de su continua violación de los Derechos
Humanos.
Prueba de dicho avance se refleja en que el
30 del pasado mes de mayo, se
materializó la convocatoria a una marcha de protesta pacífica de uno de los
líderes de la Oposición, Leopoldo López, quien se encuentra preso injustamente
en una cárcel militar desde hace más de un año. Es un detenido a la espera del
cumplimiento del debido proceso, y que se le enjuicie por delitos ciertos y
no por haber protestado públicamente, como
lo han dicho sus abogados defensores.
La convocatoria fue hecha en contraposición
al criterio de la Mesa de la Unidad Democrática(MUD), un Partido de la
oposición que aglutina casi una treintena de organizaciones políticas, más no
al grueso de la gran población opositora, identificada por su condición
independiente. Esa diferencia hizo suponer que la población no concurriría a la
marcha de protesta. Sin embargo, sucedió
lo contrario: acudió masivamente al llamado en casi todas las ciudades del país
con una multitudinaria concurrencia. Lo hizo demostrando y reafirmando el
espíritu democrático y apego e identificación con la trascendencia de la
necesidad de justicia social que predomina entre los venezolanos, en claro
rechazo a la actual situación que agobia al país y a cada uno de sus
ciudadanos.
En lo que dicho evento se ha traducido, es en
otro mensaje en el que los ciudadanos democráticos le advierten al Gobierno y a
la MUD –que desconoció el llamado a participar- que el pueblo sí cree en la
Unidad como expresión de integración de
fuerzas democráticas, pero no como franquicia de la MUD. De igual manera,
que no se somete a la voluntad del
sectarismo grupal, y mucho menos signado por una mezquina pretensión
dedocrática.
Es tiempo de corregir. Y la posibilidad de
que eso suceda, es válido para el partido de gobierno, como para la propia Mesa
de la Unidad Democrática. Si no lo hicieran, una vez más, se estaría repitiendo
otro episodio político tradicional en la historia venezolana, en la que se
actúa con incapacidad para entender en qué consiste en la vida de los pueblos
la aparición del "Primer Campanazo de un Pueblo Bravo".
No entenderlo con sabiduría pudiera
traducirse en pérdida de paciencia y de compostura. Y, peligrosamente, en
la derivación de una incontrolable reacción de violencia.
Diálogo es la consigna. Y que Dios guíe los pasos de los llamados a hacerlo
posible.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Enviado por
Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com
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