lunes, 1 de junio de 2015

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, VENEZUELA, UN PAÍS CON MUCHO DE NADA, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL,

Venezuela se transformó en un cuadro de abatidas realidades. O fue desbordada por el tormentoso síndrome de “sálvese quien pueda”.

UN PAÍS CON MUCHO DE NADA

A decir por lo que diariamente vive Venezuela en término de sus realidades políticas, jurídicas, sociales, culturales, morales, administrativas, financieras, económicas y hasta emocionales, no hay duda en afirmar que se encuentra peligrosamente enmarañada. Cualquier consideración que pueda pasearse por algunos de sus ámbitos, tiende a concluir en el infortunio que la acosa. Hay quienes manifiestan que el país se halla desbaratado. O está casi al borde del colapso, de la mengua, de la bancarrota, pues perdió su dirección y su sentido. Basta con leer los titulares de la prensa del día para advertir tan dramática situación.

Las realidades dan cuenta de violencia, inseguridad, abusos, corrupción, chantaje, inflación, especulación, desabastecimiento y protestas a todo dar. Estos son algunos de los tópicos que denotan el clima de exasperación que ha curtido la piel del país en toda su extensión. Los escándalos están a la orden del día. Dicha situación, puede verse como un arrebato del desastre que bien puede compararse con una suerte de apología de la adversidad que viene pesando sobre Venezuela como producto de un proyecto ideológico no sólo obsoleto. También, inconexo con el tiempo y aislado de la democracia, la moral ciudadana y del pensamiento republicano de los cuales habla la Carta Magna.

De nada y para nada, sirvió el discurso político sobre el cual el actual régimen decantó la oferta que animó el apoyo de una buena parte de la población en los comicios de 1998. Desde entonces, Venezuela fue víctima de la política agorera que sembró la fractura de la sociedad para recoger entre sus frutos, el padecimiento de los peores males que la historia política contemporánea venezolana haya revisado y escrito en sus anales de encuentros y desencuentros.

Tenía que tocarse fondo para comprender que la errónea decisión de apostar al militarismo, no sirvió para articular la relación entre las utilidades marginales en manos de una población económica y políticamente excluida, y la acción política en una democracia en deuda. Como si aquella teoría del “caudillo–ejército–pueblo”, del argentino Norberto Ceresole, hubiese sido la solución ipso facto o inmediata a los múltiples problemas que luego se multiplicarían con el devenir de la década de los noventa la cual sólo sirvió para idiotizar el talante político del venezolano, ya agobiado por el populismo dominante.

En medio de tanta penuria, el país pujante de otrora dejó de ser la referencia exaltada por organismos contralores a través de agendas informativas y comparativas, para convertirse en escenario de opresión y desesperanza donde la muerte tiene la última palabra, el terror simboliza su camino, mientras que la iracundia encarna la virulencia. O sea que Venezuela se transformó en un cuadro de abatidas realidades. O fue desbordada por el tormentoso síndrome de “sálvese quien pueda”. La revolución tradujo una gestión de gobierno que “a paso de vencedores”, condujo al país a la atrofia de su economía, su política y de su sociedad.

No obstante la racionalidad del venezolano, utilizada como mecanismo de salvación en medio de la confiscación de su calidad de vida ordenada por el régimen para reducir sus derechos fundamentales, no fungió como un contundente factor de liberación. Se revirtieron valores. La solidaridad, por ejemplo, pasó a un segundo plano. El país vino enturbiándose, al extremo que fue desplazado del mapa emocional de muchos venezolanos por razones animadas por reveses al no lograr conciliar incertidumbre y expectativas. Aunque siempre la idea de libertad no abandonó sus sueños y luchas cotidianas.

Venezuela sigue fuera del curso democrático que pauta su Constitución Nacional. Las contradicciones son una especie de lugar común del cual todos buscan aprovecharse a manera de justificar las razones que asisten su comportamiento. Pero como excusa, no da para todo. Muchos venezolanos, se quedan. Otros, cruzan la raya entre el deber ser y el poder ser. Otros más, se abrogan la fuerza necesaria para superar las brechas políticas. Sin embargo, se atascan al primer obstáculo. De forma tal que no es fácil salir del atolladero al que llevó el régimen al país con el engañoso cuento del socialismo. Ante tales dificultades, las potencialidades de Venezuela lucen hoy inciertas. O peor aún, perdidas. Por vivirse tanto sentimiento contrariado, podría decirse: Venezuela, un país con mucho de nada.

VENTANA DE PAPEL

LAS MIGAJAS DEL DISCURSO GUBERNAMENTAL

Hablar desde la política, no es cualquier cosa. Tampoco, cuando se toma la palabra en nombre de una debida gestión de gobierno. La política es lenguaje. Sin embargo, “tanto da el agua  al cántaro, hasta que se desborda”, tal como dice al aforismo popular. Por esta razón, el discurso del oficialismo, expresado en la voz del presidente de la República, como dice la canción: sal y agua se volvió.

El discurso presidencial dejó de ser creíble. El gobernante no ha querido entender que quien presume de que nunca pierde, se estrella contra el infortunio. En ese caso, el golpe es contra la historia. El discurso de un ministro que se atreve a comparar, ante el problema del aumento salarial, la posición de un médico con la de un barrendero, retrata el exabrupto. Tal semejanza, la empleó para decir que “el barrendero es quien garantiza la salud, mientras que el médico sólo cura la enfermedad”. Según su criterio, esos oficios quedarían equiparados a nivel de salario.

Es indiscutible asentir que la cháchara oficialista se tornó insolentemente desproporcionada. Ahora, la OPSU pretende administrar total y absolutamente los cupos universitarios. Según ello, cualquier estudiante, indistintamente de aquellos cuyas limitaciones, de acuerdo a lo que describe la Constitución Nacional en su artículo 103, son “derivadas de sus aptitudes (…)”, ingresaría sin condición alguna a la educación superior. O sea que cualquiera puede acceder a la universidad, obviándose el problema que recaerá sobre el concepto y aplicación de autonomía universitaria y de excelencia académica. Todo ello, abonado y permitido por un lenguaje presidencial borroso e inexacto. Sus discursos anuncian que va a anunciar. Al final no hace ningún anuncio. Todo queda, o en el tintero, o aleteando cual brizna de paja al viento. O acaso es el lenguaje de la revolución que de tantas vueltas sobre su eje, sale cualquier proposición bruscamente despedida por la tangente. Al parecer, la línea de todo discurso gubernamental se vale de las circunstancias para aprovecharlas en su mayor beneficio. Sin importar sus efectos. Lo que importa, es “pegar primero”. Por aquello de “quien golpea primero, pega dos veces”.

Esto puede comprenderse al explicarse que ante la incertidumbre que padece la población, cualquier expresión soportada sobre enmarañadas argumentaciones lingüísticas, tiende a prestarle poca importancia al discurso. Cualquier discurso elaborado bajo tales cánones incita desconfianza, incredulidad y desaliento. O puede darse el caso de cuando el efecto es sólo emocional. Acá, la exacerbación de la emotividad se convierte en factor que motiva a creer en lo expresado. Pero sin advertir que dichos discursos están cargado de contenidos que incitan una falsa o forzada lealtad. Ello deviene en una perversión dialéctica lo cual explica que la indigencia o estrechez política que sufre el país, estuviese alimentándose de las migajas del discurso gubernamental.

 “Entre tanta cháchara, cualquier intención de arreglo gubernamental sólo queda para ocupar líneas editoriales cuya lectura no convencen a nadie de nada”

AJMonagas

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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