La naturaleza, incluso la humana, tiende a
recuperar el terreno que le roban los artificios de la civilización si le dan
la oportunidad.
Nuestros genes traen impresos numerosos hábitos inconvenientes. Uno de ellos consiste en echarnos al bolsillo lo que no nos pertenece, comportamiento que era corriente en las tribus primitivas, como matar al rival para quedarse con su mujer, hasta que alguien entendió que una sociedad no podía prosperar si no se prohibían esta y otras conductas malsanas. Con los siglos se inventaron adjetivos para describirlas: corrompido, desvergonzado, escandaloso, indecoroso, podrido, procaz, putrefacto, etc.
¿Que una tribu primitiva no cabe en el mundo
contemporáneo? Falso, cabe, como acabamos de verlo con la FIFA, un sanedrín de
machos alfa del siglo XXI. Aunque casi ninguno de estos señores —y no, en la
FIFA no hay señoras— se haya destacado en las canchas, igual se apoderaron del
juego más bello del mundo. La tribu fue guiada sucesivamente por dos chamanes
astutos y (ver arriba otros adjetivos): João Havelange y Joseph Blatter. Entre
ambos descubrieron que eran dueños de la gallina de los huevos de oro y
diseñaron un sistema eficaz para ponerla a incubarlos sin que la ley los
fastidiara: así, país que intentaba meter sus sucias narices en el desaguisado,
país que era expulsado de la FIFA y, por ahí derecho, de las competencias
internacionales en las que se anclan las ilusiones de las muchedumbres (más que
todo) masculinas del mundo. El truco funcionó, y país tras país fue
absteniéndose de procesar a los malandros de la tribu, que empezaron a engordar
sus cuentas bancarias a la par que echaban grandes barrigas de mafiosos. Nadie
se atrevió, esto es, hasta que apareció doña Loretta Lynch, una mujer
norteamericana valiente y —todo hay que decirlo— impermeable a las
retaliaciones de la FIFA por provenir de un país que tiene la rarísima doble
condición de ser gran potencia y al mismo tiempo poco aficionado al fútbol.
La FIFA está organizada según el esquema de
la ONU, en formato agravado. En ella el voto de Alemania o de Brasil, con
decenas de millones de aficionados cada uno, tiene el mismo peso que el de las
Islas Cook, con 25.000 habitantes. Semejante caricatura de democracia se ve
exacerbada por el hecho de que no existe el equivalente al veto del Consejo de
Seguridad. Blatter y sus secuaces pueden, pues, olvidarse de Alemania, Francia
e Inglaterra, y ponerse a la ardua tarea de cortejar a Fiyi, Nueva Caledonia,
Samoa y Vanuatu o, a este lado del mundo, a Aruba, Surinam y Trinidad y Tobago.
Los resultados del adefesio están a la vista.
Se ha repetido por esos días algo que muchos
ignorábamos: la sede de la Conmebol en Paraguay, ubicada en la ciudad de Luque,
goza de una inmunidad parecida a la del Vaticano en Italia. Su edificio, por
ley, no es susceptible de allanamientos y sus cuentas bancarias son
inembargables. Solo faltan las placas diplomáticas.
Ahora la tribu anda asustada y en trance de
delación, en tanto que otros caciques se alborotaron. Uno muy caracterizado,
don Vladimir Putin, salió en airada defensa de su congénere de la FIFA, Joseph
Blatter, y cualquiera lo entiende, pues a Rusia le debió costar un platal en
sobornos lograr la sede del mundial de 2018. A Blatter todavía no le han
pillado ninguno, aunque con un sueldo reportado de dos millones de dólares al
mes, el soborno sale directamente de la plantilla de la FIFA.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
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