sábado, 23 de mayo de 2015

SIMON GARCIA, EL RUMOR EN TIEMPOS AUTORITARIOS,

En tiempos autoritarios la verdad es, con más frecuencia que en la democracia, sustituida por el rumor. Se hacen consustanciales, porque el autoritarismo necesita imponer la horma de un pensamiento único para asegurarse el control de la sociedad y la perpetuación en el poder.

           El autoritarismo, particularmente el tentado por desenlaces totalitarios, niega el diálogo porque no le interesa la convivencia política o procesar críticas, sino hacer desaparecer en bloque toda expresión del desacuerdo, incluso entre sus seguidores. Ejerce la forma más nociva de hegemonía, la excluyente. Por eso criminaliza a la oposición.
            El autoritarismo y el rumor tienen como punto de contacto su indiferencia por la verdad. Una conexión potenciada por dos circunstancias: el rumor es información anónima y sin pruebas, el autoritarismo desecha la investigación imparcial  y se ampara en el secreto. Por eso elimina el debate de la vida pública.
            En los actuales momentos el poder ha terminado de consolidar la institucionalización de  la desinformación. La matriz de opinión sobre las calamidades que vive el país se configura desde los máximos órganos de los poderes públicos y se difunden a través del sistema de medios para el que sólo existe el país bambi de la retórica oficial.
            Se continúa operando agresivamente para cerrar las ventanas informativas que sobreviven y normalizar la autocensura de medios inundados de noticias rosas y  píldoras tranquilizadoras sobre espectáculos, salud o deportes. Ante sus fracasos económicos, el desgaste de su discurso y la reducción de su capacidad populista el gobierno bloquea la libre circulación de la verdad. No la resistiría.
           
Pero, la discrepancia entre versión oficial y realidad, entre discurso y situación, entre poder y sociedad es evidente para todo el mundo. Esas distancias ocasionan un vacío de orientación porque el gobierno no sólo ha dejado de representar el interés general, sino que se percibe como el principal obstáculo para realizarlo. Los rumores, además de llenar vacios informativos, comienzan a encarnar deseos colectivos de cambio.
            En esas condiciones, cada quien puede leer cotidianamente la agenda de los rumores: sus temas, sus objetivos, sus destinatarios, sus resultados y alcances. Y decidir individualmente que es lo que conviene difundir. Negarse a repetir ingenuamente rumores que no son neutros y que buscan favorecer unos intereses o servir a un plan.
            Un ejemplo reciente de la incertidumbre inconveniente que crean los rumores ha ocurrido en torno a Cabello desde la primera  reunión entre Shanon y Maduro.  A partir de allí se prendió una batidora de rumores de todo tipo y origen. Cada vez se le agrega un nuevo elemento y cada día se extiende una madeja que nos aleja del esclarecimiento de los señalamientos y de la atención a hechos que deben interesar al país en ese y otros temas.
             Disipar el rumor sería fácil. Bastaría con un debate en la Asamblea Nacional y una investigación imparcial. A todos debería interesar resolver lo que es especulación y lo que haya de verdad en la relación entre altos funcionarios del gobierno, la corrupción y el narcotráfico.
            Pero el presidente no tiene fuerza para hacerlo. Se prefiere la campaña de solidaridad automática, poner al ministro de la defensa como juez de opiniones y arreciar demandas contra medios y periodistas.
             Respuesta incorrecta que justifica que el rumor pase a ser un arma secreta de la democracia.

Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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