Imagino que la saturación de imágenes irá
pareja al horror que muestran. Y se hablará mucho, y con mucho dolor, de la
tragedia que ha sufrido el Nepal.
Vienen días de búsqueda de cadáveres, de
lucha por los supervivientes, de solidaridad, del mundo haciéndose pequeño para
poder mostrar su alma grande.
Y durante unos días, Nepal será el centro de
nuestros rezos porque la gente buena del mundo, que es mucha, se conmueve con
la tragedia brutal, descarnada de miles de personas desaparecidas de golpe,
zas, en segundos.
Y después, la devastación, las familias
rotas, las casas destruidas, las rutas cortadas, los medicamentos escasos, el
rosario de desastres que acompañan a un inmenso desastre.
No tengo duda de que la empatía con las
víctimas de este terremoto letal es sincera, y ahí está el esfuerzo de miles de
personas para ayudar por todas las vías posibles, dinero, desplazamiento,
materiales, comida...
Sin embargo, pasará, y después de empatizar y
dolernos y quizás llorar, nos olvidaremos de Nepal, como nos olvidamos de
Haití, porque los paí-ses más pobres del mundo son invisibles a los ojos
humanos
Por ello mismo, sólo nos acordamos cuando
reciben un mazazo de la naturaleza. Pero ¿y el mazazo diario, la extrema
hambruna, la esclavitud infantil? Perdonen la contundencia, pero los datos que
organizaciones como Esther Benjamins Trust, que lucha contra la venta de niñas
nepalíes para los circos de India, o de Anti-Slavery International, que lucha
también contra la venta de niñas para el uso privado de jeques árabes y para
los prostíbulos del Sudeste Asiático, son brutales.
Cada año Nepal sufre un terremoto de las
mismas dimensiones que el actual, en forma de miles de niñas que morirán a los
quince o veinte años de sida, vendidas por sus propios padres, o cambiadas por
un arado o una vaca.
Nepal es una herida que sangra cada día, abandonada a su
desgracia por un mundo que se entusiasma con el Himalaya pero nunca fue capaz
de llorar por su tragedia humana.
Por supuesto, el terremoto que ha sufrido me
ha horrorizado, como a cualquier persona con alma.
Y la imagen de ese dolor sólo puede
atemperarse un poco por la solidaridad internacional que se ha activado,
especialmente, por cierto, del muy criticado Occidente. Porque, como ocurre en
estos casos, los países del petrodólar no están, ni se les espera... Pero
cuando haya pasado el primer impacto y lentamente se haya recuperado los
cadáveres, y las familias hayan llorado a sus muertos, y el país vaya
levantando de nuevo sus casas y sus carreteras, entonces, en ese momento fuera
del foco, deberíamos volver a mirar a Nepal.
Y si miramos con las gafas de cerca, quizás
veremos a esas familias con el hambre en las entrañas y a esas niñas de siete
años tiradas en los burdeles de la esclavitud, usadas como si fueran objetos.
Y entonces, quizás entonces, sabremos que
Nepal hace mucho que llora.
Pilar Rahola
pilarrahola@gmail.com
@RaholaOficial
La Vanguardia. Barcelona.
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