"Al nacer, lloramos por haber venido a este gran teatro de locos.” Shakespeare
Jorge
Volpi en su libro “El fin de la locura” editado en el año 2004 llega a la
siguiente conclusión: “La historia de este siglo es la historia de una
gigantesca decepción. Su ruina representa el ansiado fin de la locura. Después
de incontables esfuerzos, se ha podido comprobar que, como muchos de nosotros
habíamos advertido, la revolución fue un fiasco.” Venezuela empieza a recapacitar
después del desbarajuste económico que nos hace entender que debajo de cada
abismo hay otro más hondo aún.
Algunos ejemplos bastan para ilustrar el acelerado proceso de empobrecimiento que hemos sufrido los venezolanos, que nos coloca ya en los dinteles de la miseria. Los sueños se han desvanecido detrás de la más escandalosa gestión que con un ropaje de una supuesta revolución han querido encubrir sus ansias totalitarias y la más impune y voluminosa corrupción. Los empleos dignos son escasos, la salud es una quimera, un techo de 150 mts.2 exige no menos de 10.000 salarios mínimos, es decir, el equivalente a 833 años de trabajo; adquirir un vehículo requiere un poco más de 200 años, todo gracias a esta locura “revolucionaria”.
Entender
a profundidad el grado de deterioro de la estructura institucional del país, el desaliento de la sociedad frente
a la situación económica que lo oprime y la pérdida de valores que lo
desorienta, debe servir de acicate para participar en su recomposición y
asegurar amplios horizontes hacia el futuro. Hay que afrontar las soluciones no
con simples maquillajes sino con decisiones pertinentes que implicarán una
buena dosis de sacrificio para todos y
de penas para los artífices de esta dramática quiebra material y espiritual. La
realidad y el nivel de la crítica social hacen pensar que las soluciones
mágicas no aparecerán.
El
discurso y la acción políticos deben guardar coherencia para materializar
respuestas en beneficio real de una sociedad maltratada injustamente por
gobiernos demagogos que no terminan de entender que la sociedad es más
importante que el Estado y que el ciudadano es más importante que el gobierno.
La salud económica del país exige una mayor producción de bienes y servicios y
la generación de más y mejores empleos, mientras se ataca la inflación cortando
las raíces que la sostienen. Para ello es necesario el concurso del sector
empresarial privado y el estímulo al
talento emprendedor. Salir de esta locura es una cuestión de dignidad.
Neuro
Villalobos
nevillarin@gmail.com
@nevillarin
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