Mucho se habla del descenso sorpresivo de
Miguel Cocchiola en su popularidad. Es
natural que tenga sus detractores pero, sin caer en las desproporciones del
revanchismo o la solidaridad afectiva,
es mucha la tela que hay que cortar, ubicándonos en el plano político
electoral. El programa es el mismo y sus
intenciones no tienen por qué ser diferentes, pero en lo que sí estamos claros
es que una altísima parte del electorado
valenciano votó por el empresario considerando que sería un buen administrador
de la ciudad y otra que lo retrató de cuerpo entero como el político de
conciencia. Si hacemos un análisis sobre
la conducta de Miguel en el ejercicio de la alcaldía, tendríamos que considerar
el estado deplorable en que la recibió,
nadando entre vicios y quiebra administrativa.
Una vez posesionado en su cargo, el político se desvió, lo que para muchos
significó “un brinco de talanquera”. Sin
embargo, nos atrevemos a afirmar -sin riesgo a equivocarnos- que su
acercamiento con el adversario nunca tuvo visos de deslealtad, simplemente se equivocó impulsado por un
cálculo de suerte sin tomar en consideración que en los acuerdos entre este régimen y la
oposición, quienes están
ejerciendo el gobierno, siempre han
jugado con cartas en la manga.
Visto en la calle, el beneficio
no compensa; Cocchiola, como se dice
popularmente quedó “ensartado”, siendo
parte de esa deuda que hoy le están cobrando.
Son pocos los esfuerzos que ha hecho Miguel
para regresar al lugar de donde nunca tenía que haber salido. Ha venido
actuando imprudentemente y parece importarle poco la soledad que es lo que se
visualiza en su impopularidad. En
entregas anteriores le hicimos sugerencias sobre el problema de Valencia;
hablábamos de sincerarse con el pueblo.
Los meses van corriendo y con ellos el desencanto; la inseguridad, las calles destrozadas y la
basura, que sigue siendo como el cuero seco: lo pisa por un lado y se levanta
por el otro.
Tenga prudencia señor alcalde. Con esas acciones tan devaluadas es muy poco
lo que puede aportarle a su
candidato. Es legítimo el apoyo a
Scarano en su desplegada y costosísima aspiración a ser diputado, pero
no tiene porque subestimar la significación de Pablo Aure y Salvatore
Lucchese. De encuestas no hablemos; mientras más apabullante sea la ventaja menos
credibilidad ofrecen: “todas bailan el son que les toquen”.
Luis Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
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