Para los venezolanos, el exilio es sinónimo
de calamidad personal, familiar, social y política. Presuntamente voluntario,
lo es casi siempre forzado. Su
especificidad reside en que no es tan solo cuestión de economías o
dineros, aunque a decir verdad aquí el gobierno tiene confiscado todo bien
incluyendo las posibilidades de progreso; no obedece, en apariencia, a guerra
declarada, aunque claro que lo es; tampoco pinta a exclusión o persecución por
raza, religión, credo político, a pesar de ser lo que más se le antoja.
Si fuera por impericia gubernamental nada más pero es sobre todo la
maldad lo que supera nuestros límites, la pestilencia de tanta descomposición
macerada en el espíritu durante años la que crea esa conmoción de zozobra, de
asedio, de secuestro social y de hartazgo que inducen a la desesperanza o a la
rabia del que siente se ahoga en el desasosiego de los días que se repiten sin fecha
de expiración previsible y requiere,
desesperadamente, de una bocanada de auxilio.
Lo demencial del éxodo venezolano es la
sevicia en la que se regodean y la
impunidad con la que lo ejecutan sus causantes que en definitiva lo que quieren
es un país sin gente, un lugar sin nadie sino de ellos propio donde hacer y
deshacer, aún más, lo que les viene en gana sin importarles ni pizca ni tampoco
la opinión de la comunidad internacional, siempre ella tan allá a lo lejos,
zigzagueante y respingada, que les importa un bledo.
Aquí y a la vista de todos se lleva a cabo ese plan desfasado de isla que a juro se repita, de auto bloqueo, de dictadura electoral para delinquir legítimamente más aún y a sus anchas, mientras las vidas de los demás, los derechos humanos los llaman, se avasallan, encojen y marchitan dentro de un caracol proscrito de chivos expiatorios.
La particularidad de nuestra migración
colectiva es que los que nos quedamos dentro padecemos de exilio interior que
es la epidemia inoculada desde el poder
que ha echado raíz en nuestros estrujados corazones cotidianos cuya
sensibilidad se ha aguzado para la auto protección y la agresividad antes que
para la construcción y la bondad.
Compartir en estas circunstancias es verbo
exclusivo para con los íntimos si acaso. Dialogar, un tesoro inaudible. Los
desacuerdos y la indiferencia reverdecen, porque el diccionario de nuestro
común sentido flota en una charca de desencuentros y de desconfianzas, y así no
nos convoca el semejante que éramos.
Mala yerba esa la de maltratar al otro. Peste
humana con historial bíblico capaz de
invadir por todos los resquicios tanto a los que se van como a los que se
quedan. Sombra que te acorrala esa la de los atropellos, mientras tú
empequeñeces de frustración, melancolía o furia, y te distancias de tu centro,
de tu orgullo, de la savia que daba vida a lo que fuiste, del pezón originario,
de tu pertenencia, tu reconocimiento y estima, tu memoria, tu espejo, tu
destino en la tierra.
Las razones del éxodo son siempre invasivas, depredadoras y excluyentes. La persecución como arma política tiránica supone más de un rostro y miles de antifaces. Se teje y ejecuta a través de insospechados trámites y consentimientos, siempre conexos a jaurías y a jaulas, a ejecutores y a ejecutados, al desprecio. En estas condiciones hay transporte de sobra para las despedidas.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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