Peor
aun que el desastre al que el actual régimen ha llevado al país es que el común
de la gente se ha desilusionado y perdido la voluntad de luchar. unos han
optado por marcharse del país y no soy quien para reprochárselos y otros tantos
al parecer se han resignado y hasta han perdido la voluntad de salir a votar.
Eso es lo que quiere el régimen, que la gente no salga a votar, así ellos pueden
fácilmente maquillar las cifras por que saben que si el 90% de los electores
sale a votar y el 80% vota en su contra, tendrían que fabricar tantos votos que
equivaldría a que en Venezuela hay más de 40 millones de habitantes.
Lo
que debe hacer la oposición y que el pueblo espera
Los
eternos opositores al modelo vigente siguen buscando atajos para salir del
caos. Saben que el presente es lamentable y que resulta imperioso evitar la
inercia actual, pero su ansiedad suele empujarlos hacia ingenuas confusiones,
invirtiendo tiempo en estériles esfuerzos intermedios.
Algunos
creen, con esperanza, que la aplicación de las nuevas tecnologías puede
transformarlo todo mágicamente. Otros, mucho más cándidos, anhelan la llegada
triunfal de ese líder carismático aclamado por las masas que con su encanto
natural modificará el rumbo para siempre.
Es
paradójico que quienes critican al populismo por fomentar el saqueo
redistributivo y promover la holgazanería enfoquen todas sus energías hacia un
esquema tan idéntico desde lo estratégico al supuestamente reprobado.
No
es que las herramientas modernas no sean útiles para seducir a los ciudadanos
de buena voluntad. No deben despreciarse esas eficaces variantes. Tampoco se
trata de rechazar a esos dirigentes que logran esa indispensable empatía con la
sociedad y que comprenden, aunque sea parcialmente, el daño que el populismo
les ha generado a sus comunidades.
Luego
de tantos intentos por estas tradicionales vías es necesario comprender la
reinante dinámica social y el intenso anclaje que ciertas posturas tienen en la
sociedad, esas que no retrocederán tan fácilmente.
Los
eventuales fracasos económicos del populismo contemporáneo no han sido
suficientes para arrinconar a un sistema de ideas tan arraigado en los
ciudadanos. La gente se enfada por algún tiempo y reclama cambios en el sentido
inverso, pero solo como parte de una coyuntura accidental, para salir del paso,
y no porque hayan modificado su visión definitivamente.
Siempre
encontrarán culpables para responsabilizarlos de su eventual traspié. Algunos
dirán que fue la corrupción o la ineptitud del demagogo de turno. Tampoco
faltarán quienes recurran al infalible argumento del poder de las corporaciones
y la siempre posible confabulación del poder económico internacional como
causantes de esa renovada frustración.
No
se asumirá con convicción esa derrota ideológica si no se interpretan las
ocultas raíces de su verdadero descalabro y se las reemplaza por nuevas miradas
que expliquen lo que ha sucedido con una congruencia irrefutable.
Por
eso, es preciso hurgar en las entrañas de la política, para entender que el
sacrificio preciso es superior y probablemente mucho más prolongado que lo que
la vida terrenal permite a un individuo en la actualidad.
Es
posible que cierta vocación de poder personal nuble la vista y proponga llegar
a la cima de un modo veloz. Muchos se entusiasman con esa posibilidad y
descartan el meritorio esfuerzo consistente, sustituyéndolo por meros
espejismos. Esa dinámica simplista solo alimenta ciertos apetitos personales,
pero no resuelve de modo alguno el problema de fondo.
El
populismo puede tropezar, pero solo se atrinchera para esperar una nueva
oportunidad y obtener otra vez el poder. Las evidencias cuentan que cuando eso
sucede, lleva demasiado tiempo retomar el sendero adecuado.
Hace
falta mucho más que una suma interminable de pequeños y creativos trucos,
innovadores instrumentos y modestos líderes con personalidad para cambiar el
curso de los acontecimientos de un modo sustentable.
El
ahínco debe ser superlativo, prolongado en el tiempo, y sobre todo coherente a
lo largo de su recorrido. Habrá que armarse de paciencia y abandonar la premura
si se quiere, en serio, lograr el desenlace esperado.
Se
necesita cuanto antes un alegato que tenga solvencia, que resista los embates
más elementales. No solo se debe proponer un planteo lógico, sino que se debe
apelar a los sentimientos. Lo que se dice y escribe no solo debe responder a la
racionalidad, sino que también debe enamorar.
La
gente respeta, inclusive desde el disenso, a los que son capaces de alinear
discurso y acción. No lo hace solo por un puñado de elementos aislados, sino
cuando percibe una coherente y prolongada línea de aciertos.
Nadie
dice que deban desecharse los ocasionales caminos cortos ni aprovechar cada
tropiezo y torpeza del régimen para avanzar, pero es importante no caer en el
infantilismo de ilusionarse con ciertas fantasías. El cambio vendrá de la mano
de algo mucho más significativo y trascendente.
En
el mientras tanto, es probable que el populismo vaya mutando de matices, y sea
reemplazado secuencialmente por versiones más moderadas, con miradas parecidas,
pero que conserve su esencia intacta. Mostrar versiones más amigables, no es
más que un mecanismo de defensa. Esa dinámica constituye un riesgo mayor porque
cuanto más presentable es el personaje que enarbola esas banderas, mas difícil
será superar esa etapa.
Sus
características básicas seguirán estando presentes de modo muy estable.
Corrupción a mansalva, falta de transparencia, concentración del poder,
inexistente independencia del poder judicial, economía intervenida y manipulada
discrecionalmente, control del aparato electoral, presión a los medios de
comunicación e intimidación a los disidentes, serán solo parte de ese catálogo
inagotable de inmorales demostraciones de poder.
El populismo no es sinónimo de criminalidad, desmadres económicos y escándalos políticos. Esas son solo algunas de sus consecuencias más evidentes. Sus raíces son mucho más complejas y profundas. Para erradicarlas definitivamente habrá que construir, con paciencia, perseverancia y seriedad, un alegato consistente que enamore.
Elio
Enrique Almarza II
elioalmarza@gmail.com
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