domingo, 24 de mayo de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, MORAL Y LUCES SON NUESTRAS PRIMERAS NECESIDADES

Reflexionar sobre la abundancia y magnitud de problemas que enfrentan actualmente  los venezolanos, implica poder comprender, además,  la razón y el rostro de la violencia con su alto nivel de agresividad que cada connacional registra en su vida cotidiana.

Adicionalmente, induce a estar en permanente estado de alerta, a la expectativa y, por supuesto, a percibir con  desconfianza todo lo que nos rodea. Es, en fin, un asiento excepcional para admitir que se está en presencia de una situación en la que el Psicoanálisis es materia prima, pero, además, que  es necesariamente materia obligada para apaciguar la tormenta de demonios y angustias que todo esto genera.

Asumiendo que después de la lluvia sale el sol, o que toda noche trae su día, nadie duda que  Venezuela saldrá de la negra noche; que  su rostro  amanecerá algún día con sol radiante y que las lluvias del miedo cesarán, permitiendo y exigiendo la responsabilidad de rescatarla y de enderezar el rumbo a puerto seguro.

Es inevitable que millones de venezolanos piensen que lo económico, es el problema que demanda apremiantes respuestas y soluciones, en atención a las heterogéneas consecuencias que dicha situación produce en el bolsillo de cada quién, y puertas adentro, en el seno de cada hogar. Pero, realmente, no es así. Venezuela ha sido bendecida por la mano de Dios, reza una expresión popular de fácil uso en cualquier conversación. Asimismo, que ese divino trato privilegiado se traduce en la multiplicidad de recursos materiales y humanos de que ha dotado a la nación, por lo que dispone de esa ventajosa alternativa para afrontar esta terrible contingencia.

Sin embargo, más allá de lo económico, como de esa dotación de recursos, a lo que con mayor violencia y dureza se enfrenta el país, es a su crisis moral; a la destrucción ética del tejido social que alguna vez sirvió de base para la demostración referencial de una sociedad que, con la bendición del mestizaje de sus hijos, se proyectaba como ejemplo de una hermandad étnica ausente de complejos, y llena de un igualitarismo social ejemplar para la convivencia.

Hay quienes asocian deterioro moral con la dependencia de la renta petrolera. Cuando lo cierto es que el petróleo no necesariamente es el culpable de todo lo peor que existe en el país, y, quizás, sí, de mucho de lo bueno que Venezuela y los venezolanos han podido alcanzar durante el último medio siglo.

Lo que sí ha sido malo, es la pretensión vengadora, revanchista y falsamente salvadora de individualidades empeñadas en mitificar sus creencias y conductas, para reconducir al país con una deformación de sus valores históricos, hasta llegar al sometimiento de sus ciudadanos para ponerlos al servicio del populismo financiado por la renta petrolera.

Esa concepción ideológica convertida en una engañosa propuesta política ha llevado a ignorar  el respeto al prójimo, a consagrar la chabacanería, el abuso y el desprecio de la norma y de la convivencia, para hacer de todo eso un patrimonio formador de una nueva forma de ejercer el poder. La violencia y el desprecio por el orden ya es rutina. El irrespeto a la ley y el desentendimiento ciudadano sobre sus deberes es patético. La cultura del derecho sepultó la tolerancia y consagró la impunidad como nuevo cordón umbilical de un pacto social explosivo y destructivo.

¿Cómo enderezar este entuerto y luchar contra las causas de esta terrible situación?. Quizás reestructurando y saneando los tres Poderes Jurisdiccionales. Es decir, el Judicial, la Seguridad y la Policial en todas sus denominaciones, además del Penitenciario.

Sería la opción para actuar en lo que se ha convertido en una jungla nacional, signada por una multiplicidad de nuevos términos que desnudan la existencia de otro lenguaje asociado a la situación en su conjunto. Se trata de “pranes”, para identificar a los Capos de las penitenciarías; esos mismos que manejan el hampa dentro y fuera de las cárceles. Los “luceros”, que son los brazos ejecutores de los “pranes”.  Hampa organizada. Hampa común. Ladrones.  Pillos. Ratero. Hampones de cuello blanco. Esos, entre otros, conforman una variedad de apelativos que identifican a los responsables de la desbocada inseguridad que ha ubicado a Venezuela casi a la par de Honduras y Siria en el sitial de honor global, entre los países más violentos del mundo.

Es la peor combinación entre los mayores causantes de la emigración de venezolanos por miedo. ¿De un millón?. ¿De millón y medio?.  ¿De más de dos millones?. Importa la cantidad, más aún que sea de hijos del país en donde cada año se produce el asesinato de más de 25.000 personas, y en el que sólo el 5% de los responsables –dicho por las propias autoridades-  es juzgado. Con razón, lo que nunca antes identificó al país en la comunidad internacional, hoy es cosa del conocimiento común en todas las latitudes: Venezuela es un país peligroso.

Por cierto, es la misma situación que en el pasado reciente fue el diario acontecer en algunas ciudades de Colombia y otras latitudes del mundo. En esos sitios, lograron corregirlo apelando a políticas de Estado y a voluntad política, apoyadas en un efectivo, probo y profesional cuerpo de seguridad, y apuntaladas por un Poder Judicial Autónomo integrado por fiscales y Jueces honestos; mejor dicho, por verdaderos funcionarios de carrera. De igual manera, servido por  un Sistema Penitenciario capacitado física y técnicamente para recibir a ese enorme número de ciudadanos castigados por la ley, y resguardados por la garantía de normas mínimas de respeto a los derechos humanos. Dichos países, sencillamente, sin desestimar  la importancia del cumplimiento de las respectivas sentencias, también entendieron de lo importante que era garantizar la alternativa de la rehabilitación del individuo, para reinsertarlo a la sociedad.

En Colombia y esos otros sitios, no se produjeron milagros, ni hechos milagrosos. Se actuó con base en la convicción de que el ansiado resultado positivo sólo se logra con disciplina y apoyados en la Ley como bastión de un nuevo comportamiento social. Y a la par de la generación de respuestas positivas en el orden económico, se le dio igual prioridad al sistema educativo. Es el mismo reto que hoy tiene Venezuela.

Aquí, desde luego, lo económico no puede ser conducido por improvisados. Y lo educativo, tiene que dejar de ser un trofeo político.

Es indispensable atender y mejorar el actual  precario sistema de educación. Y debe hacerse con personal calificado, bien remunerado; con  asesoría y asistencia internacional. Se le tiene que  dar prioridad de inversión en el presupuesto de la nación. No se le debe temer a la urgente  estructuración de  un programa integral de educación e investigación en todos sus niveles. También hay que estimular un plan de becas dirigido a asistir a los estudiantes sobresalientes en todas las instituciones educativas. Definitivamente, hay que trazar un plan de acciones a corto, medio y largo plazo, dirigido a alcanzar los estándares en educación del primer mundo; de decisiones que permitan superar la condición de país tercermundista. Justicia, educación, paz, seguridad, salud y desarrollo son los ingredientes necesarios para lograr calidad de vida.

Nunca antes como ahora en la historia venezolana, fue más importante considerar la vigencia de  la Proclama del Libertador Simón Bolívar, de que "Moral y Luces son nuestras primeras necesidades".

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

Enviado por
Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com

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