A los colombianos, y
de manera particular a los bogotanos, que dejan de lado su intenso frío, para
brindar a los venezolanos, una cálida acogida.
Retribuyo con intenso
afecto a los hermanos colombianos mi más sincero agradecimiento, por la
generosa hospitalidad que me brindaron durante mi estadía en la ciudad de
Bogotá, lugar del reencuentro con mis dos hijos que en busca de nuevos horizontes,
abandonaron la Patria que los vio nacer. El varón (Carlos) radicado en la
capital colombiana y la hembra (Katiuska) en Miami, ambos profesionales,
acordaron como punto equidistante para la inolvidable cita, la moderna ciudad
de los “cachacos”, como se autodenominan orgullosamente quienes allí nacieron.
Bogotá, es una ciudad
que con sus reformas ha alcanzado una regia remodelación arquitectónica y
modernización envidiable. Su transformación en los últimos años es
impresionante, y a este humilde cronista que la ha visitado en innumerables
ocasiones, más en función profesional que de turista, le sorprende visitar la
otrora ciudad, cuya paz idílica se ha transformado en un torbellino que lo
arrastra todo, gracias a la visión que han tenido sus Alcaldes, unos liberales,
otros conservadores, en quienes han privado más los intereses del colectivo que los suyos. Una ciudad con
alcantarillados, andamios, parques, jardines y pavimentación en excelente
estado de conservación, gracias al periódico mantenimiento que realiza un
ejército de mujeres y hombres que desde tempranas horas de la madrugada y entre
bocanadas del aire que transpiran, cual tras volutas del humo de cigarrillo, realizan su ardua tarea
en una ciudad con más de 10 millones de habitantes, que desde tempranas horas
del día colman las más de 1.000 unidades del sistema de transporte urbano
denominado Transmilenio, que atraviesa la ciudad de norte a sur y de este a
oeste y que en las horas pico sus unidades coinciden en las estaciones y toman
forma de tren, con kilómetros de kilómetros por devorar.
Bogotá comenzó a
tomar cuerpo hace un par de años, según nos refiere un eminente odontólogo,
Javier Gnecco, quien al igual que su hermano, Nelson, Vicerrector
Administrativo de la Universidad Central (privada), llevan en su sangre la
estirpe genealógica de una honorable familia bogotana. Es una ciudad distinta
de los viejos cachacos de hombría y películas de cine mudo y distinta también
de los malandros de barrio, que hablan una jerga imposible de entender, en la
que la palabra explícita es precisamente malandros. En la Bogotá de hoy en día,
en la que se origina una serie de situaciones y circunstancias, que no
encuentran una sola forma de ser en ese ir y venir circunspecto y deshilvanado,
en la que se dibujan los conflictos y posibilidades, en la que por antonomasia
diversa y dispersa, como lo afirma el literato colombiano, Luis Prieto Ocampo:
“Es un conglomerado humano, que personifica a todo un país, porque es la patria
de todos”.
Bogotá tiene un
agujero bajo los zapatos, un traje estrecho que después de la lluvia de la
tarde, suelta un espeso vaho de vehículos y aglomeraciones. Sus carreras y
calles se inundan con vehículos de todo tipo y marca, y no exageramos si
afirmamos que es una ciudad en la que el parque automotor (particulares y
taxis) es el más moderno de Latinoamérica, pues circulan automóviles con no menos de 4 años de uso. Es la vorágine
del desespero para conductores que serpentean las vías en procura de ganarle
la carrera al tiempo, entre vociferaciones, imprecaciones e insultos, como
suele ocurrir en otras ciudades de esta parte del continente, vale decir:
Caracas, Sao Paul, ciudad de México y otras. Vale significar que los taxis
están dotados de taxímetros y localizadores (GPS), que les permite la
prestación de un servicio de calidad y con prontitud, pues todos están
afiliados a organizaciones gremiales que atienden solícitos las llamadas
telefónicas de clientes, necesitados de sus servicios.
El reencuentro con
los hijos, me permitió conocer a mis nietos: Sara Estefanía, Lorenzo y Nicola,
de 3 años y medio, un medio y 4 años, respectivamente. Tres hermosas
criaturitas que me colmaron de alegría, felicidad y dicha, durante los días que
compartimos y conocimos sitios turísticos como la Catedral de Sal en Zipaquira,
El Museo de Botero, la Plaza de Bolívar, Hacienda Santa Bárbara, Club privado
Los Lagartos y 28º Feria Internacional (FILBO), entre muchos otros tantos
lugares de interés que ofrece a propios y extraños, la ciudad capital Santa Fe
de Bogotá.
Cumplido el
compromiso familiar pospuse el retorno a Venezuela por unos días más, a fin de
asistir a la 28º Feria Internacional del libro que se realizó desde el pasado
21 de abril hasta el 4 de mayo, en cuyo escenario se levantaron 12 pabellones
de dos pisos cada uno sobre una extensión de 4 hectáreas, lo cual obviamente
dificulta al visitante recorrerla en pocos días. En el Pabellón 6, nivel 1, el
evento cuya notoriedad ya ha alcanzado fama a nivel mundial, se le rindió
homenaje al celebre escritor colombiano Gabriel García Márquez, El Gabo y en un
escenario especialmente acondicionado con el ambiente de Arataca, incluido una
gallera, se realizaron conferencias, foros, charlas, tertulias y diversos actos
con participación de prominentes intelectuales, escritores y periodistas
nacionales y extranjeros. Compartí un grato momento con Plinio Apuleyo Mendoza,
tras su espléndida disertación sobre su amigo e inseparable compañero de luchas
en Colombia y en el exilio, enriquecedora conversación como lo fue su conferencia
aplaudida con encendido entusiasmo por los asistentes.
No podía ni debía
dejar pasar por alto visitar el mayor número de pabellones, para conocer las
obras de algunos autores que son un Best Seller, como la del propio Gabo, que
alcanza la cifra de 4 millones de ejemplares de todas sus obras. En Colombia un
Best Seller debe superar los 10 mil ejemplares vendidos. Fue una regia
oportunidad para establecer contactos con empresas editoriales que mostraron
interés en la edición de mis tres obras: Bolívar, el Majadero de América;
Sucre, El genio de Pichincha y Manuela Sáenz, la amante absuelta, las cuales
tuvieron excelente acogida y esperamos verlas pronto en librerías de Venezuela,
Colombia y Ecuador.
No deseo extenderme
en esta crónica, que además de tocar el tema familiar me permitió disfrutar de
la cordialidad y atención de excelentes y nuevos amigos colombianos como César
Moncada, socio de mi hijo; Rubén Montoya, Supervisor General del Club privado
Los Lagartos; Sandra Espinosa (Editorial Planeta); Clara Inés de Velásquez
(Bogotana Bookstore); Gabriel Omar Méndez Torres (Distribuidora edebé);
Vladimir González Achury (Oceano Digital); Jimena Lemoine Garzón (Lemoine
Editores); Estefanía Trujillo (Grupo Zeta); Diana Johanna Tiria Sánchez,
(Diario La República); Oriana Vásquez Jiménez (Villegas Editores); Alfonso
López Fernández, (Editorial Trillas); Viviana Calderón Ramos (Ediciones
Gaviota) y Diana Mora, (Amazonía) y los venezolanos Gabriel Padilla, profesor
de Matemáticas en la Universidad Nacional y Claudio Failache, estudiante de
Ingeniería Civil en la Universidad de la Sabana, una de las 14 que existen en
Bogotá.
De regreso a la
patria me invadió la nostalgia tras la despedida de mis seres queridos, hijos y
nietos y afloró en mis deseos encontrar un país en el que el odio, venganza,
insultos, agravios y descalificaciones no existan; un país en el que la sonrisa
de niños, jóvenes, mujeres y hombres dibuje en sus rostros la alegría y
felicidad; un país sin distingos de clases sociales –como lo fue siempre – y
ajeno a la violencia; un país, en el que reine la paz, concordia tranquilidad, y seguridad; un país en el que estudiantes, obreros y profesionales no
sean torturados y privados de su libertad y hagan uso del disfrute de sus
derechos ciudadanos y libertad de expresión y por último, una prensa libre sin
censura, y ajeno a las chantajistas presiones del gobierno de turno.
Un país como bien lo
expresó el Libertador en cierta ocasión: “Corramos a romper las cadenas de
aquellas víctimas que gimen, no burléis su confianza, no seas insensibles a los
lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al
moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos”
Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de
Periodistas (CNP-122)
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