Queda en la oscuridad la gran ciudad. Los
perros ladran sin cesar mientras un rosario entre las manos da cuenta del
silencio que silba entre los espacios.
El temor cunde en las veredas de pobreza donde la escasez es otro de los motivos de la impaciencia. Solo los luceros
con sus misterios insondables pernoctan
en el tiempo. Padre Nuestro y Ave María, fortalecen el espíritu y la fe levanta
el ánimo por cuanto la esperanza que abre horizontes de cambio no la vence el
terror del silencio.
Amanece Dios y entre la escasez que golpea a
diario la voluntad de los ciudadanos. Esa voluntad que crece indómita en una Venezuela con
historia de libertad, salta por sobre los obstáculos de quienes no sienten ni
padecen.
Entonces las calles hierven de impaciencia y la canción nacional fortalece
el espíritu de lucha que nada ni nadie puede detener.
Allí en esas calles donde se une el pueblo
con historia republicana, la reacción del terror es miedo. Es miedo cuando la
barbarie no se detiene al cegar vidas inocentes que coreaban consignas de
libertad y justicia. Consignas del reclamo persistente de los alimentos a los
que tiene suprema razón la familia venezolana que no pide. Que no mendiga, ni
se arrodilla, sino que reclama con la conciencia del hombre libre el derecho a
subsistencia… el derecho a la vida. Pero les matan a los hijos que asumen el
compromiso de la libertad que brota en el alma tricolor siete estrellas.
Cada amanecer el peregrinar en ese ir y venir
donde los encuentros llevan el mismo destino. No se detiene la voluntad de vencer
lo que golpea la tranquilidad de los ciudadanos de una nación que jamás pudiera
estar estremecida por las dramáticas consecuencias de la desolación frente a la
inteligencia y la dignidad humana que es capaz de asumir con solvencia las
demandas de los seres humanos de manera satisfactoria sus perentorias
necesidades. En Venezuela, país petrolero con altos ingresos de dólares
americanos, el empobrecimiento de la población es la desgracia de lo que se
vive en lo que va del presente siglo.
La modernidad era la Venezuela del
porvenir. Se abría paso en un país con
la fortaleza del trabajo y el saber. Centros de estudios representaban el
entusiasmo de una Venezuela pujante y envidiable entre las naciones del
continente. El petróleo ya estaba en manos venezolanas para abrirle caminos al
desarrollo nacional. Venezuela hablaba con libertad en el concierto de las
naciones y el ejemplo admirable ganaba simpatías.
Ahora la situación se complica con la gente en
la calle porque el hambre apremia. Es fácil destruir cuando la ambición ciega y
las cuentas bancarias trastocan el juicio. Todo ello es producto de lo indebido
a costa del erario nacional. Se desprecian los requisitos que la ley determina,
así como todo tipo de requerimientos de la acción pública en estricto resguardo
de la legalidad y el decoro en uso de los dineros públicos en fidelidad de la
moralidad administrativa.
El enriquecimiento ilícito está penado por la
ley y el poder abyecto es una de esas actitudes de la desmesura que la
prepotencia hace suya. Empero, el tiempo
y los hechos, en algún momento, pondrán las cosas en orden en esta Venezuela,
donde millones de hombres, mujeres y niños, sufren las consecuencias del
progresivo empobrecimiento que los priva del derecho elemental de la
subsistencia.
Porque cuando se deja inerme la tesorería
nacional y se desvían los dineros públicos de los fines esenciales, de los
requerimientos de millones de seres humanos, siempre está latente el accionar
de la vindicta pública. En virtud de ello, frente a la tragedia que consume a
la nación en pobreza inaudita, allí está
la lucha de una nación que no renuncia a sus derechos fundamentales.
Ahora la escasez hace estragos, pero también
los derechos son irrenunciables. Y es, por lo que ya, en los ranchos el pueblo
venezolano habla de cambio.
Rafael Bello
bello.rafael@yahoo.es
@unidadylagente
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