¿Cuál
es la clave del éxito de Fe y Alegría, que partiendo desde una pobre escuelita
con decenas de niños en Catia en marzo de 1955, llega a sus 60 años como
movimiento mundial con 2.000 centros en 20 países y millón y medio de alumnos?
El secreto está en que Fe y Alegría es un gran movimiento espiritual que
impulsa a hacerse hermano del niño necesitado, desatarlo educativamente y
apostar con él por su futuro de dignidad.
En
1954 el P. José María Vélaz fundó con un grupo de jóvenes de la UCAB (en el
primer año de existencia de esta universidad) la Congregación Mariana con una
espiritualidad que los llevó, saliendo de sí mismos, a encontrarse en Catia con
niños pobres sin escuela. La misma espiritualidad llevó al vecino Abraham Reyes
a entregar la mitad de su casa para hacer la primera escuela. Juntos vecinos,
padres y universitarios decidieron convertir la necesidad de los otros en vida.
A
Europa le cayó una automaldición al
imponerse que su escuela debe ser aséptica y que toda espiritualidad es
enemiga de una buena escuela laica. Cortadas las raíces espirituales, pronto
mueren los árboles más frondosos. Se comprende la reacción laicista en
sociedades con siglos de cristianismo obligatorio como religión oficial y en
alianza con la espada para imponerse como reino de este mundo (en contradicción
con el rechazo de Jesús: “Mi reino no es de este mundo”): quien no acepta la
religión oficial es un delincuente y candidato a la hoguera, a la horca, o a
ser decapitado en nombre de Dios. De esto se libró la Europa democrática, no
así el fundamentalismo islámico ni otras imposiciones estatales como los
totalitarismos marxistas o fascistas.
Tras
mucha sangre y sufrimiento, Occidente vio también que en el pluralismo
religioso (por ejemplo, católicos y hugonotes en Francia) no habría paz ni
unión nacional mientras que el Estado fuera confesional. El Estado no
confesional es una necesidad, pero lo es también el cultivo de la
espiritualidad en todas las personas y en todas las escuelas, no solo en las
familias y en las iglesias. Un cultivo con nutrientes espirituales diversos
para compartir frutos plurales, sin imposición de las propias creencias al
otro, se logra en la escuela si de
verdad enseña a amar al prójimo, incluso al distinto y al extranjero. Esta es
la enseñanza trascendente del corazón, más que el estudio de una religión como
materia o la imposición de unas prácticas confesionales.
A
algunos secularistas a la europea les molestaba el nombre mismo de Fe y
Alegría. No por la alegría, sino por la fe. Pero resulta que la fe con amor
mueve montañas, transforma personas y las lleva a encontrarse y afirmar la
dignidad del distinto. Por el contrario, la fe sin amor y con fanatismo lleva a
negar los derechos, la dignidad y aun la vida de los que no son de mi religión.
Fe
y Alegría es un gran movimiento espiritual sin fronteras. Más de un centenar de
diversas congregaciones religiosas católicas sacan agua fresca de su propio
pozo espiritual para crear escuelas de vida donde antes había calles de
abandono y desesperanza. Decenas de miles de educadores son Fe y Alegría,
movidos a enseñar en la escuela el cultivo espiritual para que florezcan
jardines humanos, sin confesionalidad impuesta. Hay escuelas de Fe y Alegría en
el Chad, donde el director y los alumnos
son musulmanes. Los jesuitas dirigimos en la India y Japón universidades
católicas de siembra espiritual con mayoría de profesores y alumnos no
cristianos.
Nada
es más necesario en Venezuela que el renacer de una espiritualidad que lleva a
abrirse al otro y a afirmarlo formando un “nosotros” con él. Descubrir que la
verdadera fuente de riqueza nacional es el potencial infinito de la
interioridad despreciada y descuidada de millones de venezolanos. Madres y
padres se agolpan a la puerta de una escuela de Fe y Alegría. ¿Por qué, si no
se reparte leche ni harina PAN? Porque saben (aunque no lo expliquen) que ahí
se cultiva el bien más escaso y necesario en Venezuela y la más firme defensa
contra el virus de la delincuencia: que el tesoro más grande de la vida es amar
a Dios y al prójimo por encima de otros poderes, haberes e ídolos. Fe y Alegría
cultiva sistemáticamente esta formación espiritual en sus docentes y de ella se
nutre la lucha por hacer una buena escuela en las situaciones más adversas y
precarias. Cuanto mayor sea el desierto, más necesarios son los oasis.
Ni
confesional, ni escuela donde se cortan las raíces espirituales, pues sin ellas
avanza el desierto nacional, sin virtudes republicanas, ni familiares, ni
personales.
Luis
Ugalde S.J.
lugalde@ucab.edu.ve
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