martes, 7 de abril de 2015

ALBERTO JIMÉNEZ URE, ARS DE PENSADOR LIBERTARIO

«La Utopía no designa, rigurosamente, todo aquello fantástico o irrealizable fuera de los sentidos. Es también un género literario que puede irrumpir desde la ficción en la cual hiberna hacia la infausta que padecemos» 

La todavía utópica «revolución» a la cual (yo) adheriría enseñaría a los niños a jugar con cualquier cosa que no sea un «fusil kalashnikov», como el que estigmatiza al bárbaro Estado Islámico (ISIS) y afines organizaciones de genocidas. Vindicaría la meditación, el pensamiento y quiescencia. Estoy persuadido que una auténtica y sempiterna «revolución» es concebible sin el empleo de  instrumentos letales, sino mediante la Praxis Doctrinal de la Inteligencia que pronto proscribiría las armas y el adoctrinamiento miliciano-mercenario para instaurar la paz social. Ilegalizaría esa calamidad que llaman Ejército y la Institucionalidad del Jerarca-Comandante-Jefatural-Supremo. Cualquier administrador con experticia puede sustituirlo sin consecuencias letales.

La «revolución»  a la cual (yo) adheriría exigiría la creación de escuelas, liceos y universidades. Invertir los tesoros de las naciones en artes, literaturas, tecnologías, investigaciones científicas, agricultura, ganaderías, producción avícola, industrias para la pesca, empresas textiles, centros de atención médica, comedores, viviendas, agricultura, palacios para cultos religiosos y áreas destinadas al hedonismo […]

La todavía utópica «revolución» a la cual (yo) adheriría propugnaría respetar al prójimo y sus propiedades, amar la Humanidad. Propiciar el trabajo, la conducta responsable y actividades recreativas con el propósito de purgar –filosófica y materialmente- nuestras pasiones.

[…] Que seamos orgullosamente honestos, piadosos, humildes, filántropos, fraternos, inofensivos, solidarios e igualitarios aun cuando no idénticos por cuanto ello es imposible […]

[…] Quienes se presumiesen «pre-claros» o «revolucionarios» deberán –inexcusablemente- caminar por el sendero del progreso que nada semeja al que transitan los inicuos o bárbaros. No batallarían porque las fuerzas armadas habrían sido abolidas. Unos a otros se «pasarían por las palabras» cuando tuvieren diferencias que dirimir. Y quienes exhibieren conductas criminales serían apresados, pero se les castigaría apartándolos de las comunidades sin mantenerlos confinados en hospicios o cárceles. Al que infligiere daño capital sería depositado en regiones inaccesibles, selváticas, donde podrá entenderse con el salvaje que le aguarda. Al agresor menor se le re-educaría y conminaría a realizar trabajos a favor del bienestar de los habitantes […]

Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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