«La
Utopía no designa, rigurosamente, todo aquello fantástico o irrealizable fuera
de los sentidos. Es también un género literario que puede irrumpir desde la
ficción en la cual hiberna hacia la infausta que padecemos»
La
todavía utópica «revolución» a la cual (yo) adheriría enseñaría a los niños a
jugar con cualquier cosa que no sea un «fusil kalashnikov», como el que estigmatiza
al bárbaro Estado Islámico (ISIS) y afines organizaciones de genocidas.
Vindicaría la meditación, el pensamiento y quiescencia. Estoy persuadido que
una auténtica y sempiterna «revolución» es concebible sin el empleo de instrumentos letales, sino mediante la Praxis
Doctrinal de la Inteligencia que pronto proscribiría las armas y el
adoctrinamiento miliciano-mercenario para instaurar la paz social. Ilegalizaría
esa calamidad que llaman Ejército y la Institucionalidad del
Jerarca-Comandante-Jefatural-Supremo. Cualquier administrador con experticia
puede sustituirlo sin consecuencias letales.
La
«revolución» a la cual (yo) adheriría
exigiría la creación de escuelas, liceos y universidades. Invertir los tesoros
de las naciones en artes, literaturas, tecnologías, investigaciones
científicas, agricultura, ganaderías, producción avícola, industrias para la
pesca, empresas textiles, centros de atención médica, comedores, viviendas,
agricultura, palacios para cultos religiosos y áreas destinadas al hedonismo […]
La
todavía utópica «revolución» a la cual (yo) adheriría propugnaría respetar al
prójimo y sus propiedades, amar la Humanidad. Propiciar el trabajo, la conducta
responsable y actividades recreativas con el propósito de purgar –filosófica y
materialmente- nuestras pasiones.
[…]
Que seamos orgullosamente honestos, piadosos, humildes, filántropos, fraternos,
inofensivos, solidarios e igualitarios aun cuando no idénticos por cuanto ello
es imposible […]
[…]
Quienes se presumiesen «pre-claros» o «revolucionarios» deberán
–inexcusablemente- caminar por el sendero del progreso que nada semeja al que
transitan los inicuos o bárbaros. No batallarían porque las fuerzas armadas
habrían sido abolidas. Unos a otros se «pasarían por las palabras» cuando
tuvieren diferencias que dirimir. Y quienes exhibieren conductas criminales
serían apresados, pero se les castigaría apartándolos de las comunidades sin
mantenerlos confinados en hospicios o cárceles. Al que infligiere daño capital
sería depositado en regiones inaccesibles, selváticas, donde podrá entenderse
con el salvaje que le aguarda. Al agresor menor se le re-educaría y conminaría
a realizar trabajos a favor del bienestar de los habitantes […]
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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