Panamá Me Tombé.
En estos tiempos difíciles, de profunda
crisis por los que atraviesa el país, se habla de la necesidad urgente de un
diálogo. Un diálogo entre el gobierno y la oposición.
El diálogo se puede
definir como una forma de comunicación, por cualquier vía, entre dos o más
personas, pudiendo éste ser amable o acalorado, pero que logra finalmente un
acuerdo, donde las partes llegan a un entendimiento cediendo en lo posible en
algunas de sus posturas. Por ello el diálogo es fundamental, sobre todo es una
herramienta de trabajo político en las democracias.
En los 40 años de la etapa
de democracia civil que vivimos hasta 1998 esa era la costumbre, la
cotidianeidad. Pero llegó el comandante y mandó a parar. A partir de ese
momento el diálogo entre gobierno y oposición, o más precisamente entre el
régimen y todos lo que no comulguen con sus ideas, principios o posturas, se ha
hecho imposible. Al punto que se puede hablar de dos países que no se escuchan,
pero donde es el gobierno quien, precisamente por ello, tiene la primera y
mayor responsabilidad de que ese diálogo sea posible.
Este gobierno solo ha entendido el diálogo
desde la perspectiva de las elecciones. Ellos creen que con convocar al pueblo,
a cada rato y por cualquier cosa, a las urnas es de suyo un acto democrático,
no importa que esos procesos electorales sean altamente cuestionables.
No es un
secreto para nadie que el gobierno usa todo su poder, todos los recursos del
Estado, todas la formas de presión, de amenazas, para influir en los resultados
de esos comicios.
Y cuando aun así no puede voltear la voluntad popular recurre
a otros argumentos o argucias para desconocerlos o torcerlos, por cualquier
vía. Y cuando en alguna ocasión, muy pocas por cierto, y probablemente forzado
por presiones internas, internacionales o de conveniencias probablemente, llama
a un diálogo lo hace descalificando de inicio a la otra parte. Es decir llama a
un diálogo negándolo de antemano. Poniendo la intolerancia como regla.
Dialogamos sobre cualquier tema, menos sobre el socialismo, la revolución, el
legado del comandante y no volverán, y punto.
Hemos oído hablar de diálogo platónico, de
diálogo ciceroniano, de diálogo lucianesco, no de diálogo comunista. La
historia nos reseña las singulares formas de “diálogo” de algunos jerarcas del
comunismo. Stalin uso el “diálogo” con sus opositores, en la URSS, en los
campos siberianos. En Corea del Norte, tanto su “presidente eterno”, Kim
II-sung como su presidente vivo, Kim Jong-un, han usado la cárcel y el
asesinato como fórmula de “diálogo” con sus opositores. Y en la perla del
caribe, la isla de la felicidad, los hermanos Castro tienen 56 años en un
“diálogo” permanente y constante con varias generaciones de opositores,
disidentes o simples críticos. Los juicios sumarios, los fusilamientos en masa,
la cárcel eterna, la pena de muerte, el destierro, los suicidios
inducidos.
Es que la voluntad de poder y el autoritarismo, valga decir el comunismo, excluye el diálogo como forma de exposición o intercambio de pensamiento. Su verdad es la única válida y se desacreditan las opiniones de los oponentes. No se aceptan las posturas del interlocutor, no se acepta ninguna modificación de sus propios puntos de vista. ¿Se seguirá llamando al diálogo?
Iván Olaizola D’Alessandro
Iolaizola@hotmail.com
@iolaizola1
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