Quisiera pensar que es
imposible no sentir indignación frente a lo que está ocurriendo en Venezuela.
Ya no se trata solamente de un proyecto político fracasado que ha traído
miseria y caos a una de las naciones potencialmente más ricas del mundo.
Ahora
es mucho más que eso. Ahora se trata de la creciente evidencia de que estamos
en presencia de un gobierno que no se detiene en aplicar la represión y la
tortura contra su propio pueblo con tal de mantenerse en el poder.
Y, sin
embargo, continúan en silencio los gobiernos de muchos países cuya gente se
benefició en su momento de la generosidad venezolana para recibirlos cuando en
sus tierras ejercían el poder dictaduras gorilas militares o civiles.
Calla el gobierno de Chile
que soportó la terrible traición de Pinochet al régimen democrático de Salvador
Allende y con una perseguida de esa dictadura y su familia al frente del país;
en silencio el gobierno de Paraguay que tuvo que vivir la ignominia de
Stroessner; mudo el gobierno de Brasil que pasó por la pesadilla de varias
dictaduras militares; cómplice el gobierno de Argentina; una voz tímida, mas de
comprensión que de condena del presidente Mujica de Uruguay, otro perseguido de
dictaduras militares; tímida casi de disculpa la reacción del gobierno de
Colombia; discreta, casi imperceptible la reacción de España.
Cuando se escriba la
historia de estos tiempos ignominiosos, destacará la posición gallarda y
valiente de mucha gente que ha condenado sin reservas la operación de asalto
sobre Venezuela. En el futuro se escuchará todavía la reacción de unos pocos
gobiernos, como el de Israel y el de México, que reconocieron tempranamente la
vocación autoritaria del chavismo. También la voz de individuos comprometidos
con la libertad y la democracia como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze, los ex
– presidentes latinoamericanos, Piñera, Calderón y Pastrana, Teodoro Petkoff y
tantos otros que se han atrevido a desafiar la cólera de la potencia
imperialista caribeña que reta a todos con su furia de mercader petrolero y
chantajea a toda la izquierda de este planeta con el increíble argumento de que
la oligarquía chavista-madurista es el gobierno revolucionario de los pobres.
Pero también resonará el
silencio atronador de una cierta izquierda dentro y fuera de Venezuela que
calla porque no encuentra como resolver su terrible dilema: presionar a Maduro
es traicionar un lenguaje y una práctica de complicidad según los cuales mis
malos son en verdad buenos siempre que se enfrenten a la gran potencia del
norte. No importa si se trata de Castro o de Chávez, o de Stalin o de Mao. Los
dictadores son malos siempre que puedan ser etiquetados como de derecha; los de
izquierda son tolerables porque presumiblemente se enfrentan al Satán Mayor.
No importa si la misma
carta fundacional de la ONU autorice al Consejo de Seguridad para intervenir en
situaciones donde esté en peligro la paz. Una autoridad que ha sido extendida
para intervenir en casos de graves crisis humanitarias y de violaciones masivas
a los derechos humanos. Buena parte del mundo calla frente a la gravísima
crisis de nuestro país al tiempo que se le concede un puesto en el Consejo de
Seguridad a Venezuela. Es decir, a una nación donde se cometen violaciones
diarias a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y a la Carta
Interamericana de la OEA se le garantiza una silla en el organismo que debería
velar precisamente porque estas violaciones no se cometieran. Al propio tiempo
la cancillería venezolana despacha con la inexistente palabreja “injerencista”
toda opinión sobre los asuntos de Venezuela. Historia bastante conocida: los
gobiernos que más atropellan a sus pueblos son los que exigen con más fuerza
que nadie opine sobre lo que están haciendo en sus países con el manido
argumento de que eso sería injerencia en sus asuntos internos. Para muestra
están Corea del Norte, Cuba, Siria, y ahora Venezuela. Por supuesto que ningún
demócrata, y yo me cuento entre ellos, está abogando por una intervención
extranjera en nuestro país, pero la pretensión de la oligarquía chavista de que
nadie pueda opinar sobre sus desmanes es, al menos, absurda.
Incomprensible es también
el silencio de gente honesta que todavía sigue apoyando el proyecto chavista a
pesar de las muertes, la tortura y la represión, con el socorrido y cada vez
más débil argumento de que el proyecto revolucionario es más grande que el
calamitoso presente y que una suerte de futuro luminoso y de felicidad le
espera a Venezuela al final de este horrendo túnel de destrucción, corrupción y
caos. Uno se pregunta: ¿Qué hace falta para que esta gente termine de
reaccionar y le retire su apoyo al gobierno?
Mientras mucha gente se mantiene
en silencio, el híbrido de gobierno autoritario, populista y represivo que rige
los destinos de nuestro país sigue avanzando en su proyecto de control social.
Nada puede sustituir el esfuerzo unitario de las fuerzas de la resistencia
democrática internas, pero no nos vendría mal que dejaran oír su voz quienes no
tienen otro motivo que resguardar un capital político o económico, aún a
expensas del sufrimiento de todo un pueblo.
Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica
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